La elección del joven de 31 años, Simón Gaviria, actual presidente de la Cámara de Representantes y heredero del prestigio de su padre, Cesar Gaviria, ex presidente de la Republica de Colombia, ha sorprendido a todos. Ha sido una jugada política inesperada. Muchos se preguntan ¿qué hay detrás de ella, quién la diseñó y con qué objetivos? Aparentemente se trata de un medio para renovar al viejo partido. Un partido más que centenario que ha ocupado la mitad de la historia de Colombia. Que ha gobernado el país durante decenios, intercambiando la civilidad con sangrientas guerras, periodos de incapacidad con breves momentos de lucidez y de cambio.
¿La elección en la Constituyente Liberal del 10 de diciembre de 20ll a que nos referimos, será suficiente para vigorizar el partido, para imprimirle nuevos rumbos, para convertirlo en un ariete contra la corrupción, suministrarle un nuevo decálogo moral, una ideología moderna y combativa capaz de realizar algunas de la transformaciones necesaria para mejorar las condiciones de vida de millones de sus electores y compatriotas? Desde luego que no es suficiente, aunque podemos pensar que en algo puede ayudar para lograr esos fines. Las nuevas generaciones siempre traen nuevos vientos, algunas ideas y propósitos de enmienda.
Según la prensa a quien se le ocurrió la elección de un jefe único fue al expresidente Ernesto Samper, con la ayuda de su ala “socialdemócrata”. ¿Qué será esto? Desde los días de López Michelsen estamos oyendo hablar de una corriente liberal que imita en el lenguaje a los partidos de izquierda del viejo continente, pero la verdad es que hasta hoy no ha cuajado en el liberalismo colombiano. Solo podemos decir que está provista de buenas intenciones, pero que carece de instrumentos y de voluntad política capaz de realizarlas. El espíritu que reina en él es el mismo que ha predominado hasta ahora: liberal en la doctrina, conservador en los hechos.
Samper quería cerrarle el paso a la corriente gavirista que se proponía manejar el partido a través de los parlamentarios, muchos de los cuales ya habían elegido presidente de la Cámara al hijo de éste. Pero las cosas le resultaron a Samper al revés. Lo que muestra una vez más que sigue en minoría. La división liberal oficialista se acentuará con la nueva jefatura única de Gaviria.
Algo que puede contribuir a fortalecer a los liberales sería la unidad de Cambio Radical (¿) con el oficialismo y el regreso a sus filas de algunos parlamentarios del partido de la U, que es cada vez es más santista que uribista, pues, como “buenos políticos”, saben que los votos están cerca del poder, del presupuesto, es decir, del que dispensa los puestos burocráticos.
El partido dela U también pasa por una crisis profunda: carece de una ideología que lo cohesione; por el contrario, se trata de una colcha de retazos de diversas procedencias, principalmente de derecha, incluso semifeudales que todavía consideran a la tierra como el mayor de los tesoros y por cuya propiedad y posesión están dispuestos a peliar a cualquier costo. El Partido Verde sigue siendo un remedo de Partido. Una simple alianza de cuatro personalidades y nada más.
La Izquierda tampoco ha sido capaz de crear y sostener un partido de masas, aunque en los años iniciales del siglo XXI ha alcanzado cifras importantes. En estos días la votación por la candidatura de Petro pasó de los 700.000 votos en Bogotá y muestra una dinámica que puede contagiar otras ciudades del país. La importancia de esta victoria por la alcaldía lo prueba la agresividad con que ha sido combatida, incluso antes de que el nuevo alcalde se posesione. A la oligarquía, que posee un apetito voraz, la magnitud del presupuesto bogotano la atrae de manera irresistible. Desde luego que la crisis de los partidos políticos no es un fenómeno exclusivamente colombiano, sino que está hace parte a la crisis general que azota al capitalismo tardío.