martes, 14 de diciembre de 2010

Filosofía moderna (XVI)


El Evangelio había unido la divinidad con lo humano en la persona de Jesucristo. Durante los años posteriores a su publicación, se inició la separación entre el mundo exterior y el del espíritu, o sea, entre el universo material y el del espíritu del hombre considerado como un contenido divino, suprasensible. Según Hegel frente a la vida religiosa aparecía un mundo natural, que incluía la naturaleza del hombre, como algo aparte del mundo del espíritu: “Esa indiferencia mutua entre  ambos mundos había venido siendo elaborada a lo largo de la Edad Media, la cual se debate a través de esa contraposición, hasta que a la postre se supera” (Hegel. Lecciones sobre la historia de la filosofía. T. III, pág. 203 FCE. 1955).

La idea del infinito predominaba en el pensamiento hasta los siglos XV y XVI, cuando se le concede a lo finito, a lo presente, el puesto destacado que merece (éste es un momento decisivo en la historia de la filosofía occidental), que va a estimular el desarrollo de la ciencia moderna. Lo finito nos permite utilizar la experiencia, nos acerca a lo mundano. Lo mundano quiere ser juzgado mundanamente y su juez es la razón pensante, dice Hegel. El pensamiento se torna independiente, rompiendo la antigua unidad con la teología. El hombre se considera ahora completamente libre en el pensamiento y aspira a conocerse a sí mismo y comprender la naturaleza. La filosofía se desdobla entre una filosofía realista y otra idealista. La primera surge de las percepciones del experimento y de la experiencia y la otra tiene como punto de partida la independencia del pensamiento. Cuando la filosofía penetra simultáneamente en el mundo material y en la conciencia de sí real del hombre, comienza la filosofía moderna.

La filosofía idealista considera, de acuerdo con el Antiguo Testamento, por ejemplo, que la ley venía de Dios, era la fuente del derecho público, Ahora se busca la fuente del derecho en el hombre mismo y en la historia, que debe regir como derecho, tanto en la paz como en la guerra.

“Cuando la filosofía penetra simultáneamente en el mundo material y en la conciencia de sí real del hombre, comienza la filosofía moderna.”

El primer filósofo moderno sería Francis Bacon. Este abandona lo situado en el más allá que hasta entonces determinaba el pensamiento de los europeos y se convierte en el “caudillo” de toda la filosofía de su época, cuyo centro es la observación de la naturaleza exterior y espiritual del hombre, incluyendo sus inclinaciones, apetitos y también determinaciones racionales y jurídicas. Se aparta de la filosofía escolástica, reflexionando sobre lo temporal y lo finito.

Bacon nació en Londres en 1561. Perteneció a una familia aristocrática. Su padre fue Gran Lord del Sello Privado de la reina Isabel. Su primera obra, escrita a los 19 años, fue sobre el estado de Europa. Nombrado Gran Canciller de Inglaterra y Varón de Verulam. Casó con una mujer muy rica, sin embargo, malgastó  la fortuna. Fue encarcelado en la Torre de Londres y excluido de la lista de sus pares. Murió en 1626.

“El nombre de Bacon es ensalzado siempre como el pensador que descubrió en la experiencia la verdadera fuente del conocimiento” (Hegel). A esta conclusión contribuyó su enorme experiencia en el manejo de la realidad, en el conocimiento de los hombres y sus relaciones. En opinión de Hegel su obra está llena de observaciones interesantes y valiosas, pero resulta pobre en la argumentación. Opinión que no compartimos pues la lectura de su libro Novum organon nos permite reconocer en él una mente brillante y profunda, que abría una nueva época de la filosofía. Es el primero que comprende la necesidad de  que las ciencias cuenten con un “método”, es decir, reglas  y principios generales para proceder en la filosofía de la experiencia. El objetivo es  conocer el universo sensible y el lugar del hombre en él. Bacon inicia la escuela empirista que tanta importancia tendrá en la filosofía de Inglaterra. No se trata solo de percibir lo particular sino de descubrir las leyes de los objetos, lo general, que permita encontrar el concepto, o sea, teorizar la experiencia.

El desarrollo de las ciencias de la experiencia fue decisivo para avanzar más allá de donde habían llegado los antiguos. Sobre sus postulados, sus nuevos métodos, se construyó una sociedad moderna.  Bacon inició una enciclopedia sistemática de las ciencias, en lo que hasta entonces nadie había pensado. Las clasifica con arreglo a tres facultades: de la memoria, de la fantasía y de la razón. Lo fundamental de su obra, dice Hegel, es la crítica, la derrota de los conceptos escolásticos-aristotélicos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

En Dublín


El primer libro que escribió James Joyce fue Dublineses, entre 1904 y 1907. A la ciudad y a sus habitantes los vemos vivir en la bisagra de los dos siglos. Son 15 relatos cortos, traducidos al español por el escritor cubano Guillermo Cabrera-Infante. Es la imagen profunda de una gran ciudad, en medio del atraso de la periferia campesina, la Irlanda conservadora y religiosa, pegada a sus tradiciones, fanáticamente creyente en un Cristo dividido en dos brazos enemigos, católico el uno, y protestante, el otro, cuyas manos están heridas por la sangre del odio mutuo. Como se afirma en la contra-carátula, el relato “apunta al hecho de que también el arte transforma el pan de la  cotidianidad en vida duradera y extrae de la trivialidad ordinaria la esencia verdadera de las cosas” y de los individuos.

Casualmente la novela reciente del último Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, El sueño del Celta (Alfaguara. Bogotá. Colombia. 2010), toma sus raíces de Irlanda y sintetiza en su personaje Roger Casement, las virtudes de ese pueblo de sentimientos e ideas tan acendradas.

“Estas lealtades y sufrimientos enlazan la obra de Joyce con los sueños del celta, dispuesto éste a sacrificar su carrera diplomática, su futuro, su vida misma por la independencia de Irlanda...”

El contraste entre las dos obras, escritas con 100 años de diferencia, es enorme. Tranquila y serena (por lo menos en apariencia), la primera, torturada y violenta, la segunda, con episodios históricos sucedidos en tiempos paralelos, contados con la  energía proverbial de la prosa del escritor peruano.

ARABIA. “Su imagen me acompañaba hasta los sitios más hostiles al amor. Cuando mi tía iba al mercado los sábados por la tarde yo tenía que ir con ella para ayudarla a cargar los mandados. Caminábamos por calles bulliciosas hostigados por borrachos y baratilleros […] por momentos su nombre venía a mis labios en extrañas plegarias y súplicas que ni yo mismo entendía. No sabía si llegaría o no a hablarle y si le hablaba, cómo le iba a comunicar mi confusa  adoración. Pero mi cuerpo era un arpa y sus palabras y sus gestos eran como dedos que recorrieran mis cuerdas”.

EVELINE. “Sentada a la ventana vio como la noche invadía la avenida. Reclinó la cabeza en la cortina y su nariz se llenó de olor a cretona polvorienta. Se sentía cansada.”

 Su padre llegó a perseguirla por el yermo esgrimiendo un bastón. Poco después murió su madre . Ahora ella también quería abandonar el hogar paterno. Se iría lejos como los demás jóvenes. ¿Sería un decisión inteligente? Por qué cambiar su casa donde tenía casa y comida. ¿Qué dirían en la tienda cuando supieran que se había fugado con el novio? Luego ella, Eveline, se casaría. No iba a dejarse tratar como su madre. Ya tenía casi 20 años y a veces se sentía amenazada por la violencia de su padre. Frank era marinero y pronto embarcarían para Buenos Aires donde le había puesto una casa. El era bueno, varonil, campechano, seguramente un buen esposo. Llegaron al muelle.

“Una campanada sonó en su corazón. Sintió su mano coger la suya. Ven! Todos los mares del mundo se agitaron en su seno. El tiraba de ella. Se agarró con las dos manos a la barandilla de hierro. Ven! No! No! No! Imposible.  Dio un gran grito de angustia hacia el mar. Eveline! Se apresuró a pasar la berrera, diciéndole a ella que lo siguiera. Le gritaron  que avanzara, pero él seguía llamándola. Se enfrentó a él con cara lívida, pasiva, como un animal indefenso. Sus ojos no tuvieron para él ni un vestigio de amor o de adiós o de reconocimiento”.

Este es el tono de los relatos de Joyce, algunos de ellos verdaderos pequeños cuentos, bellamente escritos, llenos de ternura y de melancolía, tristes como sus vidas dublinesas. Llenos de detalles  que iluminan la ciudad, sus calles, el río, sus hogares, sus tabernas, los trenes, los  coches de caballos. La descripción del carácter del irlandés, es magistral, sobre todo de sus pequeños grandes conflictos, productos de una larga historia accidentada, victimas del alcohol, de fanatismos religiosos y políticos, del nacionalismo, de amigos y enemigos del Papa, de los ingleses, del imperio británico.

Estas lealtades y sufrimientos enlazan la obra de Joyce con los sueños del celta, dispuesto éste a sacrificar su carrera diplomática, su futuro, su vida misma por la independencia de Irlanda y para  denunciar los horrores del colonialismo, cuyos tentáculos llegan hasta la selva amazónica colombiana.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Nuevo triunfo de Lula


“Llegar a Río de Janeiro es llegar a una ciudad coronada de luz. En la cumbre de Pan de Azúcar – la mirada topa embelesada con los edificios radiantes, las casitas de colores, las altas rocas, las bahías azules, los cielos transparentes – recordaba la opinión de amigos brasileños escuchada hace tiempo: Rio de Janeiro “es la cidade mais belo do mundo.  Pero esta visión alucinante  fue posterior. En la noche de nuestra llegada tuvo lugar la mayor manifestación de la ciudad realizada durante la campaña electoral de 1989, en la larga Avenida Getulio Vargas. Fue en honor del candidato presidencial Lula da Silva. Desde el primer momento comprendimos que Río era de Lula”.

Lo anterior lo escribí en diciembre de 1989. El título de mi artículo es “En Brasil ¿un nuevo camino de la izquierda latinoamericana?”. Recogí este texto en mi libro: Protagonistas de nuestro tiempo. Universidad Autónoma de Colombia, página 180. 1995.

Esa vez Lula perdió la elección, ganó Collor de Melo, quien sería destituido por corrupto. Solo en su cuarta postulación triunfó. Hoy, ocho años después de ejercer el mando, con la admiración y el apoyo de más del 80% de la población, entrega a su sucesora, Dilma Rousseff, la candidata del Partido de los trabajadores (P.T.), la presidencia del Brasil, uno de los nuevos países gigantes, cuya opinión comienza a participar en las decisiones del mundo.

“La izquierda latinoamericana parece haber comprendido que no estamos en una época de luchas armadas, sino de desarrollo de lucha de masas, reivindicativas, pacíficas, políticas e ideológicas...”

La victoria de Lula en 1992 no fue un acto de gracia. Había ganado prestigio en la lucha de la resistencia a las dictaduras militares; organizado el P.T., encabezado por el sindicato de los metalúrgicos al cual pertenecía el obrero Lula. Se había aprobado una nueva Constitución, la más democrática de Suramérica. Los partidos tradicionales habían desaparecido de la escena política castigados por su complicidad con las dictaduras; surgido partidos nuevos de la burguesía democrática, como el PSDB, cuyo candidato, José Serra, fue derrotado en las elecciones del 31 de octubre pasado. Y lo decisivo, la izquierda encabezada por el P.T. se convirtió en la más importante fuerza política del país, que recuperó para América del Sur el hilo perdido de la revolución democrática iniciada en Chile por el movimiento de la Unidad Popular.

Desde luego que el programa de Lula no era tan radical como el de Allende, pero tenía algunos rasgos comunes: alianzas de partidos de izquierda, varios de sus principales dirigentes son de orientación marxista,  su principal objetivo era suprimir la abismal pobreza del país. Y desde luego, grandes diferencias. El gobierno Lula continuó con la política económica de su antecesor,  de rasgos neoliberales, de estímulo a la empresa privada, al comercio exterior, a la par que se fortalecían las grandes empresas del Estado, aumento  importante del salario mínimo, asistencia para los más necesitados, etc. Sus resultados fueron excelentes, con el apoyo de  empresarios y técnicos conocedores de los secretos del capitalismo y también de organizaciones cristianas, lograron disminuir en cerca de 30 millones el número de pobres en solo 8 años.

La nueva presidenta, Dilma Rousselff, comparte plenamente las posiciones políticas de Lula y del P.T. Tiene un pasado de luchas, fue encarcelada y  torturada por  la policía del régimen militar neo-fascista, perteneció a un movimiento guerrillero clandestino. A propósito, están de moda los presidentes de origen guerrillero en América Latina: en Nicaragua, El Salvador, en Cuba, en Uruguay, en Venezuela, un ex-golpista y para matizar, un ex-obispo católico, en Paraguay. Es también  el tiempo de las mujeres al  poder. ¡Bienvenidas!

La izquierda latinoamericana parece haber comprendido que no estamos en una época de luchas armadas, sino de desarrollo de lucha de masas, reivindicativas, pacíficas, políticas e ideológicas, de acuerdo con la Constitución, en la búsqueda de reformas estructurales, que debiliten a la derecha y fortalezca los movimientos populares.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Reforma y Modernidad (XV)


La religión cristiana jugó un rol contradictorio en el paso a la modernidad. Por un lado, tendió a frenarla al imponer sus  verdades absolutas, por el otro, gracias a la Reforma Protestante, la impulsó hacia horizontes de libertad intelectual y de conciencia. Hegel no vacila en calificar a la Reforma de revolución del espíritu que conduce al hombre a reconciliarse consigo mismo. (Lecciones de Historia de la filosofía FCE. 1955).

La intensa religiosidad medieval había apartado, en cierta medida, al hombre de la tierra y de los cuerpos y, paradójicamente, de las virtudes humanas y de la moralidad, en lo que estas conciernen a la convivencia humana y a la propia conciencia. La Iglesia comienza a considerar el matrimonio como institución respetable y a restarle importancia al ascetismo y al celibato; la pobreza que permitía vivir de las limosnas ya no es vista como una virtud, sino más bien su contraria, la riqueza. Va ganando importancia el trabajo honrado y la satisfacción de su producido. El voto de obediencia, que resultaba opresivo, comienza a convertirse en su contrario, en conciencia de libertad, pero todavía no como un derecho, sino como un don de Dios. Conformase así una tríada: el comienzo de la libertad intelectual, el matrimonio y la posesión de los bienes materiales, que contribuirá al desarrollo económico y social.

Cada día resulta más claro que la santificación del hombre depende de su conducta y de sus obras, sin recurrir a la mediación del sacerdote, como hasta entonces. La distancia entre el creyente y el aparato jerárquico de la Iglesia se amplía, poniéndose el énfasis en que el espíritu divino  debe morar en el corazón del hombre y no en su exterioridad, lo que lo acerca más a Dios. La idea plena de la libertad surgirá después con el desarrollo del pensamiento pensante y del saber del hombre. Este gana a la vez seguridad en lo que hace y “encuentra alegría en sus obras, considerándolas como algo lícito y legítimo”. Abriéndose a la subjetividad, al reconocimiento de que posee una voluntad que le permite hacer lo uno o lo otro.  Sus fines subjetivos los somete “al foro de la razón”. El arte y la industria dejan de ser algo pecaminoso ajeno a Dios y se torna en una actividad tolerada y luego aceptada como justa y legítima.

“Es de Lutero de quien arranca el movimiento de la libertad del espíritu en su propia medula y revistiendo además la forma de un movimiento que se  mantiene dentro de esa medula” (Hegel, T. III p.192). La Reforma Protestante produce un fuerte enfrentamiento en el interior del cristianismo: entre una corriente rebelde surgida en Alemania, comandada por un cura de base, Martín Lutero y la poderosa  jerarquía vaticana, presidida por el Papa romano.

La tremenda sacudida plantea una nueva relación “entre el hombre y la vida divina existente sobre la tierra, que se manifiesta bajo la forma de la corrupción de la Iglesia y de la temporalización de lo eterno mediante los impulsos sensuales del hombre”. (Hegel). En otras palabras, el filósofo germano observa que esta lucha religiosa fratricida obliga al hombre europeo a buscar  la superación de dos mundos hasta ahora separados, el abstracto de la divinidad y el terrenal, escenario de la vida humana. La nave de la Iglesia Católica choca con el escollo de una realidad que se plantea “bajo una forma tan corrompida que el buen sentido del hombre tenía necesariamente que sublevarse y rebelarse contra ello”. Si bien la Reforma ocasionó la escisión en el seno de la Iglesia cristiana, también el esfuerzo opuesto por cambiar lo corrupto, para mantenerse dentro de sus principios tutelares.  

El planteamiento de Hegel se anticipa al pensamiento filosófico futuro: los acontecimientos, los eventos, en que los humanos son los autores, pueden modificar las concepciones del mundo y la historia universal, incluso en asuntos aparentemente ajenos a sus poderes, como el religioso, por ejemplo.
La Reforma luterana acentuó el elemento subjetivo, no reconoce la autoridad de los Padres de la Iglesia ni la de Aristóteles, tampoco la filosofía y el rigor de la teología, en una palabra, a la Escolástica. El criterio de la verdad es el modo como se proyecta en mi corazón, “es mi corazón quien tiene  que  decirme si lo que tengo por verdad es realmente la verdad”.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Dublineses

  
James Joyce fue un escritor emblemático del siglo XX. Su novela Ulysses se considera una de las mejores del género. ¿Qué escritor no se ha referido a ella, a ese 16 de junio, el día en que transcurre ese grueso volumen en la mente de Leopold Bloom, en la ciudad de Dublín, capital de Irlanda y por ello, en ese momento, capital de Europa?

Pues bien, el escritor español Enrique Villa-Matas (1948), acaba de publicar su novela Dublinesca (Seis Barral, biblioteca breve, Barcelona. 2010). Se trata, desde luego, de un homenaje a Joyce, además de otros homenajes: a los escritores que fueron importantes, pero han perdido la inspiración literaria y sobre todo, al Libro, que está en vísperas de morir, a ese objeto sagrado que ha conservado la memoria del mundo.

Samuel Riba es un editor fracasado que ama su oficio con el alma. Como todo amor desgraciado, le produce ansiedad, algo de alegría y temores. Múltiples temores. El más grave, que su vida de editor se agota sin encontrar el escritor genial que haga recordar su firma más allá de su propia  existencia y la de los libros cuya muerte se acerca; reemplazados por los digitales en la imagen fugaz de una pantalla, donde los signos ortográficos se mezclan con la luz. Productos de un computador dominado por el dedo del cerebro humano.

“¿Hay mayor placer que el que ofrece la literatura? Dublinescas es un réquiem por el papel impreso, por la desaparición de autores que han dedicado sus vidas a compartir con otros sus emociones...”

En una noche de lluvia y quizá con algo de insomnio, Riba sueña con ir a Dublín, presiente que allí lo esperan para asistir en la catedral, a un réquiem por la cultura de la era de Gutenberg y por sí mismo y su bancarrota económica. Mas sigue orgulloso de haber transformando los originales en millares de libros, dispensadores de conocimientos y placeres ¿ Hay mayor placer que el que ofrece la literatura? Dublinescas es un réquiem por el papel impreso, por la desaparición de autores que han dedicado sus vidas a compartir con otros sus emociones; por  todo lo maravilloso que aportaron y que puede  desaparecer en el futuro, al naufragar los parágrafos y las letras en un mar de silencio.

Riba lamenta la tragedia que se avecina, también porque ha sido un lector empedernido, para quien los días y las noches no dan abasto a sus ansias de leerlo todo. Ahora pasa 6, 10, 12 horas seguidas sentado sobre un computador, (los españoles lo llaman el ordenador) leyendo artículos no buscados, jugando o descubriendo los secretos del resto del mundo que se asoman en las planas luminosas. Celia, su mujer, le ha dicho que quienes utilizan a menudo y por largos períodos el computador “van perdiendo la capacidad de hacer lecturas literarias a fondo”. Es decir, lo peor que podría ocurrirle, pues él no puede concebir su existencia sin el impulso y la visión que aporta lo literario.

Riba comprende a cabalidad la enorme tensión que existe entre la persona y la máquina que piensa, cómo esta avanza cada día hasta conducir al hombre a la soledad compartida. Pero no duda en utilizarla para contestar de manera anónima, la menor crítica de un bloguero o de un periodista, a alguno de los libros de su catálogo.

Una consecuencia de su derrota empresarial es la disminución de las invitaciones a reuniones sociales y culturales, que le permitían departir con los escritores consagrados y con  las promesas en flor, a diferencia de las épocas de prosperidad,  cuando publicaba nuevos títulos y en grandes tirajes. Las circunstancias lo llevan a sentirse más cercano a su pequeña familia: su esposa Celia y sus padres ancianos a quienes visita siempre todos los miércoles y de vez en cuando a un viejo amigo.

Barcelona sigue gustándole aunque quisiera vivir en Nueva York, para él el centro del mundo. Menos mal que las películas lo apasionan, porque le muestran con claridad la complejidad de la vida moderna y le permiten escuchar el mensaje secreto de los grandes directores de cine. Enrique Villa-Matas recuerda  unos versos de la poetisa uruguaya Idea Vilarino que, a pesar de su laconismo, expresan los instantes más importantes  de su vida:

                                      “Fue un momento
                                       Un momento
                                       En el centro del mundo”.

martes, 5 de octubre de 2010

El Corán


Asombra saber que después del cristianismo, el Islam es la mayor comunidad religiosa de Europa. Desde luego se trata de un continente que se seculariza cada día más, disminuyendo el número de creyentes. Si la tendencia continúa, las manifestaciones que se reúnen en la plaza de San Pedro en Roma para aclamar al Papa se  irán reduciendo. El 5% de los residentes en Europa son musulmanes, más de tres millones en Francia, tres millones en Inglaterra, en Alemania, y en los pueblos de la antigua Yugoslavia y Albania. La mayoría de los emigrantes vienen de países árabes. No siempre son bien recibidos, pues los consideran de una etnia y cultura ajena. Para muchos europeos, luego del retroceso del comunismo, el Islam es el principal enemigo porque pone en peligro sus propias  creencias religiosas y algo semejante ocurre en los Estados Unidos de América.

El Corán es el libro sagrado del islamismo, el tesoro de su  religiosidad, las páginas que conservan los  sentimientos e ideales de su raza y de su historia. Atentar contra sus páginas, condenar o ridiculizar sus pensamientos, equivale a golpear el interior de sus seguidores. Como dice el teólogo católico Hans Khün, es un libro vivo que sostiene y regula la vida de sus creyentes. Cinco veces al día, por lo menos, se postran ante su Dios (Alá), dirigiendo sus cabezas en dirección a La Meca, para  implorar su misericordia. El Corán, como el Antiguo Testamento, combinan la caridad y el castigo, la ira y la bondad, los sufrimientos del cuerpo con la espiritualidad.

“Atentar contra sus páginas, condenar o ridiculizar sus pensamientos, equivale a golpear el interior de sus seguidores.”

Todos los libros sagrados son leídos y meditados, pero ninguno como el Corán debe ser continuamente relatado en “voz alta”, como testimonio público de fidelidad al profeta Mahoma, que no es Dios, sino el mensajero de ese Dios que existe en  los cielos para regocijo de las almas. Una religión que no necesita de imágenes que adornen los templos. Cuando el fanatismo está ausente, algunos musulmanes suelen llevar a Iglesias católicas, flores, cirios e incienso en honor de Jesús y de María, ya que desempeñan un importante papel en el Corán. No olvidan que son dos religiones hijas de Abraham y del desierto.

Sin embargo, el enfrentamiento entre cristianos, judios y mahometanos es cada vez más enconado y violento, hasta el punto de que esas religiones que proclaman la paz, hoy son de guerra, trocando el amor y la solidaridad por el odio y la batalla y pueden en un futuro inmediato, a través de Irán, Israel o los E.E.U.U. lanzar bombas atómicas. Gobernantes estadounidenses y europeos, antes y después del atentado a las torres gemelas de Nueva York  en el año 2001, perpetrado por unos fanáticos musulmanes, descubrieron “el eje del mal”, encabezado por  países árabes.

El universo árabe e islamita se ha convulsionado en las últimas décadas. Países de una larga tradición feudal, como Argelia, Egipto, Palestina, Irán, Afganistán, Irak, Sudán, Somalia, Bosnia, han tenido revoluciones desestabilizadoras, con multitudes encendidas por la fe en el Profeta, apelando incluso a la revuelta y a la lucha contra el imperio extranjero. Son pueblos que temen por su cultura,  que sea destruida por el aplastante poderío militar y económico de las potencias que codician sus riquezas en petróleo y gas, tan  necesarias para la conquista del mundo y sus mercados. Disfrazan sus ambiciones territoriales con la defensa de  la democracia universal, sin tener en cuenta que esta no puede ser igual para todos los pueblos, sino que sus instituciones deben estar de acuerdo con sus  tradiciones e idiosincrasia. Sin duda son países que requieren cambios estructurales en sus sistemas económicos y avances hacia la igualdad de los sexos, el respeto a la persona humana, amigos y enemigos, y a la disminución de la desigualdad social, pero no pueden ser impuestos a la fuerza por sus adversarios, sino con la cooperación y participación de sus ciudadanos. Los desarrollos de la tecnología y de la ciencia de que han dado pruebas en los últimos años, demuestran que marchan por ese camino. Eran países cerrados al mundo  exterior, al comercio internacional y a los intercambios culturales. La visita de sus gobernantes a América Latina, África y Asia, fortalecen sus posiciones en el ámbito mundial. Medidas que  contrarrestan la llamada “guerra entre culturas”,  y propician el entendimiento entre los pueblos. 

martes, 21 de septiembre de 2010

Consumir es vivir


Para el sociólogo francés Gilles Lipovetsky (París l944), quien visitó a Bogotá en la reciente 23 Feria del libro (agosto de 2010), la característica principal de la sociedad de la segunda mitad del siglo XX, es la de haberse convertido en una sociedad de consumo. Desde luego que él está pensando en las sociedades del capitalismo moderno, es decir, neoliberal. Evidentemente, después de 1945 se inició un desarrollo económico acelerado en casi todo el mundo y en especial en Europa y América del Norte. Fue favorecido por la necesidad de llenar los huecos dejados por la segunda Gran Guerra.

Simultáneamente surgían nuevas corrientes ideológicas y políticas, en su mayoría de izquierdas, alentadas por la derrota del nazismo y el triunfo de la Unión Soviética. Sin embargo, algunos intelectuales franceses no compartían esta admiración por los partidos obreros y por el marxismo, entre ellos, Lipovetsky. El auge capitalista de los años 70 y 80 mostraban un futuro promisorio donde muchos tendrían para comprar y regalar los millares de artículos que se ofrecían al mercado y que proporcionaban confort y placer. Al mismo tiempo las democracias liberales se extendían y consolidaban, lo que significaba mayor libertad para todos. También puestos de trabajo y salarios altos, de acuerdo con los postulados de los Estados-benefactores, que en buena parte dirigían los partidos socialdemócratas europeos.

"La sociedad neocapitalista parecía asegurar un futuro placentero y tranquilo, que había rebasado la frontera de la modernidad. Pero  conjuntamente con el consumismo se acentuó el individualismo, el aislamiento..."

El  pesimismo, pues, ya no tenía campo en esta sociedad hipermoderna, entusiasmada por las facilidades de un consumo cada vez mayor, hasta el punto de adquirir un ritmo frenético. Ahora se trabajaba para vivir y poder consumir, surgiendo en los individuos casi una segunda naturaleza compradora. Los almacenes se multiplicaron, adquirieron nuevas formas como los de grandes superficies y en su interior o al lado, los lugares de diversión y entretenimiento. Se suponía que el “valle de lágrimas” había quedado atrás. Producto  este boom de un avance descomunal de la ciencia y la tecnología. Desde luego, que nuestro sociólogo reconoce las incomodidades que se derivan de esta nueva etapa del capitalismo, la ansiedad, el vacio e incluso el tedio en vastos sectores de la población, sobre todo de las clases altas.

La sociedad neocapitalista parecía asegurar un futuro placentero y tranquilo, que había rebasado la frontera de la modernidad. Pero  conjuntamente con el consumismo se acentuó el individualismo, el aislamiento, se debilitaron las organizaciones sociales, entre ellas, los partidos políticos, los sindicatos, creció la inconformidad, los pobres no se conformaron con su estado y en algunas países se amotinaron e insubordinaron, principalmente los inmigrantes, las víctimas del desempleo creciente, de la xenofobia y de la exclusión.

Los grandes relatos, las ideologías y utopías, incluyendo las religiones, perdieron su supremacía. El futuro dejó de ser una esperanza, un lugar de refugio, de bienestar y paz. Perdió su poder mítico, al igual que la fe en el progreso. En las grandes ciudades aparecieron, en  el centro o en la periferia, enclaves de familias ricas, defendidas por equipos de vigilancia privada y por contraste, barriadas paupérrimas  donde florecen las mafias, las violencias y el crimen. El aumento de los suicidios es considerable. Las instituciones, los gobiernos dejan mucho que desear:

“Dado que se prolongan las esperas democráticas de justicia y bienestar, en nuestra época prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia”.

Gilles Lipovetsky reconoce hoy que sus pronósticos sobre una sociedad futura, mejor, no se han cumplido, que no se avanza hacia una sociedad posmoderna, capaz de superar la pobreza, las dificultades en el ejercicio de las libertades y de un firme mejoramiento en el nivel de vida de la mayoría de la población, sino que la actual es la radicalización de la sociedad moderna que  existe desde el siglo XVIII, posterior a las grandes revoluciones de Norteamérica y Francia. Desde luego  considera que no todo es negativo: la libertad del individuo es mayor, la prosperidad y la abundancia han aportado reflexión sobre el derroche, el despilfarro y el desamparo de los más débiles. Nunca como hoy ha habido la claridad y la convicción en la defensa de los derechos humanos. Y el fenómeno de la mundialización acrecienta los intereses comunes de las naciones y los pueblos. Una buena síntesis de su pensamiento es el libro La sociedad de la decepción. (Anagrama,Barcelona,2008).

martes, 7 de septiembre de 2010

¿Y el fin de la Historia?

      
El jueves 19 de agosto de 2010, en el auditorio de la Universidad  de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, tuvimos la oportunidad de escuchar en vivo y en directo a Francis Fukuyama, uno de los pensadores  de los E.E.U.U. de América, quien se dio a conocer a la opinión pública mundial con un brillante y sugestivo libro El fin de la Historia y el último hombre . Fukuyama es hijo de inmigrantes japoneses, nacido en Chicago en 1952. Fue alumno de las universidades de Harvard y Yale . Es directivo de la corporación Rand, en Washington D.C.

Este libro tuvo su origen en un artículo que publicó Fukuyama en la revista The national interest, en el verano de 1989, año de enorme importancia en la historia mundial, cuando se estremecían los muros de Berlín y una nueva época se anunciaba. La pregunta sobre el final de la historia es una vieja pregunta. Si bien la ignoró el paganismo, sí la plantearon y con mucho énfasis, el judaísmo y el cristianismo. En la edad poscristiana (entendiendo ésta  la que se inicia en la modernidad), fue replanteada por Hegel y su discípulo, Carlos Marx, en el siglo XIX. En el XX lo hizo el filósofo francés, de origen ruso, Alexander Kojeve, a quien sigue de cerca el escritor estadounidense.

"Han pasado 18 años desde la publicación del libro que comentamos sin que se cumplan las promesas en él contenidas. Por el contrario, las sociedades modernas son cada día más insatisfactorias"

El libro de Fukuyama es de enorme interés, pues usando una información envidiable, retrata con agudeza esos años de profundos cambios, de derrumbe de los Estados comunistas y de extensión de las democracias liberales en amplios espacios del planeta. La obra completa fue publicada en 1992 y la pregunta sigue abierta. En la conferencia que escuchamos no hay retractación de la mencionada tesis, por ello podemos decir que para dicho autor, seguimos en el proceso final de la historia.

Ante todo debemos aclarar que para Fukuyama el fin no es la interrupción de los acontecimientos en las vidas de los hombres y de los pueblos, como puede ocurrirle a quien está en un cuarto donde se apaga la luz. Se refiere a que la historia llega a un estadio plenamente satisfactorio que no invita a “progresar” más, a superar la formación de la sociedad en que se encuentra, pues no resulta necesario ir más allá. Esa sociedad ideal es la del “capitalismo democrático”, que reúne la empresa privada y el régimen político demo-liberal, como lo muestran las grandes democracias occidentales, de las cuales los E.E.U.U. es el mejor ejemplo.

Fukuyama, como lo afirmó Hegel, cree que la historia sigue un camino, una dirección previsible. Que existe una filosofía de la historia. Para el autor norteamericano este desarrollo está impulsado por dos poderosas fuerzas, la lógica de la ciencia moderna y la lucha por el “reconocimiento”, o sea, por la libertad, igualdad y dignidad propios  y de los otros.

Han pasado 18 años desde la publicación del libro que comentamos sin que se cumplan las promesas en él contenidas. Por el contrario, las sociedades modernas son cada día más insatisfactorias, asediadas por múltiples problemas. Entre ellos, la de la crisis económica mundial y los desastres de la naturaleza provocados por desequilibrios en el medio ambiente que nos acercan a un colapso total de la vida terrestre. Y las sociedades liberales ven afectadas sus libertades y sus derechos y han resurgido las tiranías en diversos lugares del globo. A lo anterior agregamos la existencia de una crisis ideológica profunda que llega incluso a la incoherencia e incomprensión del carácter racional del ser humano. La ideología comunista que tuvo enorme fuerza en el siglo XX, según Fukiyama, se encuentra desacreditada, disminuyendo el peligro que puede significar la izquierda para las democracias liberales.

Tanto Hegel como  Marx, pues, consideraron que la evolución de las sociedades humanas no era infinita sino que terminaría “cuando la humanidad hubiera alcanzado una forma de sociedad que satisficiera sus anhelos más profundos y fundamentales”. Pero todo indica que ese futuro no está al alcance de la mano, sino que sigue siendo una promesa para el final de los tiempos.

domingo, 29 de agosto de 2010

De Mandela o del coraje


Richard  Stengel, redactor jefe de la revista Time, ha escrito una biografía de Nelson Mandela muy singular. (El legado de Nelson Mandela. Editorial Planeta. Colombia. 2010) No se trata de una historia lineal del gran líder africano, sino un retrato de su carácter y de sus pensamientos, después de permanecer 3 años a su lado. Se dirá que 3 años en una vida que se acerca al siglo, no es mucho. Pero es la vida de un hombre que permaneció muchos años en una prisión de alta seguridad y condenado al aislamiento, por dos razones, que en este caso es una sola: por ser negro y anhelar la  libertad de su pueblo por encima de todas las cosas.

El libro comienza con un breve prefacio escrito por Mandela en el cual aclara a los lectores un original y profundo concepto africano, Ubuntu: “Somos seres humanos  solo a través de la humanidad de otros”. Solamente en un continente donde el homínido se hizo hombre, pudo haberse concebido este poderoso y transformador pensamiento, que supera incluso a la paideia griega. Solo el ejercicio de nuestra vocación humana nos ha formado hombres, nos ha permitido llegar a la excelencia de las especies animales y así posibilitar el advenimiento  del espíritu  humano. Pero a diferencia de la concepción idealista, esta altura maravillosa la alcanzamos no por  milagro de un poder divino, sino de la interacción de los hombres entre sí, es decir, fruto del trabajo, portador de humanidad. Termina el texto de Mandela con una  invitación a los individuos y a los pueblos a ejercer el liderazgo para vencer los desafíos que aún tienen que encarar.


"Mandela es considerado un hombre de coraje, dispuesto a correr los peligros de una vida de lucha, o sea, un hombre valiente"

¿Quién es Mandela?  Eso lo sabemos, el mayor y más puro líder de Sudáfrica, el conductor de la lucha contra la oprobiosa política del apartheid, el vencedor del “poder blanco”, venido de allende del mar para humillar y explotar a la población negra nativa. ¿Pero, cómo es Mandela? Sus manos  un tanto marchitas, tienen la piel áspera tras décadas de trabajos forzados en las canteras, que un día también fueron las del primer comandante de la rama militar del Partido del Congreso Nacional Africano. Mide casi un metro noventa, tiene un hermoso  color caramelo, camina despacio, en cámara lenta, como si meditara, igualmente, con los pies.

¿Cómo lo trataron en la cárcel? Su biógrafo contesta: “Había pasado 27 años en prisión con carceleros que, durante la mayor parte de ese tiempo, le trataron de forma inhumana y con una despreocupada brutalidad que él daba por sentado. Antes de eso había sido perseguido por policías y soldados que veían en él a un terrorista al que había que detener a toda costa. Vivía en un país  en que la clase dirigente blanca ni le consideraba ni le trataba como a un verdadero ser humano”. Para evitar tentaciones libertarias de sus amigos y copartidarios, lo encerraron en la isla de Robben.  En 1992, tres años después de haber salido de la cárcel, Sudáfrica estaba al borde de la guerra civil. La serenidad, la sabiduría del líder, contribuyó decisivamente a detener el peligro. “Su presencia es radiante, luminosa, te sientes un poco más alto, un poco mejor”, anota el periodista norteamericano. “Cuando  me marché de su lado, terminado ya el libro, fue como si el sol saliera de mi vida”.

Mandela es considerado un hombre de coraje, dispuesto a correr los peligros de una vida de lucha, o sea, un hombre valiente. Pero él confiesa que no es valiente, que a veces siente miedo, por ejemplo, cuando en el pequeño avión en que volaba se para una de sus dos hélices, o cuando un carcelero lo amenazaba romperle los huesos  o cuando, para acceder a la edad de la hombría, a los 16 años, debe enfrentar la ceremonia pública de la “circuncisión”. Entonces, el coraje consiste en vencer el miedo, en caminar con la cabeza en alto, con dignidad,  optimismo y esperanza.  Es una actitud de todos los días. Recuerda los versos de Shakespeare: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir. / Los valientes prueban la muerte una sola vez”.

Mandela no gusta parecer un gran orador, prefiere las palabras tranquilas, a las grandilocuentes.  En un momento trágico y peligroso para la paz, cuando el segundo jefe del partido, Chis Hani fue asesinado, Nelson (nombre inglés que le puso su maestra de escuela) , tomó el micrófono y se dirigió a la nación, dijo: “Utilicemos nuestro dolor, nuestra pena y  nuestra rabia para seguir adelante hacia la única solución duradera para nuestro país, un gobierno del pueblo, elegido por el pueblo y para el pueblo.” Así Mandela se convirtió en el líder de los sudafricanos blancos y negros.

lunes, 9 de agosto de 2010

El ascenso a la modernidad (XIV)



Si convirtiéramos en imágenes geográficas la historia de la filosofía hasta  ahora señaladas, diríamos: en un comienzo estaban las ideas  en el fondo del mar del archipiélago jónico, donde se balbuceaban los pensamientos germinales sobre los cuales se edificaría el imponente edificio de la filosofía universal; luego, las playas iluminadas de las ciudades griegas, romanas, alejandrinas; la meseta casi infinita de la Edad Media, en cuyas catedrales y conventos se escuchaban los coros de los monjes. Ahora iniciamos el ascenso a la Modernidad donde encontraremos una cordillera de cumbres filosóficas como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger.

El balance que hace Hegel del escolasticismo, como yo lo habíamos anotado, es negativo: “Visto en su conjunto, es una bárbara filosofía del entendimiento sin ningún contenido real, una filosofía que no suscita en nosotros ningún interés verdadero y a la que, desde luego, no podemos retornar”.

“El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación.”

Sin embargo, la Escolástica ha sido el cuerpo de doctrina más sólido y prolongado del pensamiento. Nació en Europa. Vivió mil años y se extendió a varios continentes, haciendo parte de los ejércitos de los países coloniales. Tal ocurrió con América Latina, cuando capitanes y sacerdotes españoles y portugueses lo implantaron en el Nuevo Mundo. En Colombia comenzó con el descubrimiento y la conquista en el siglo XV. Se prolongó durante la primera centuria de nuestra vida independiente. Se exponía en los seminarios, universidades, púlpitos, en la prensa y en la escasa producción editorial. El partido conservador –  religión y política siempre van unidos, aunque, desde luego, no son lo mismo – convirtió el neo-tomismo, prolongación de la Escolástica, en el centro de su ideario político y religioso.

Poco a poco las ideas de la Ilustración, del liberalismo económico, un fuerte anticlericalismo y  un ateísmo moderado, se fueron abriendo campo en nuestro país, sobre todo en su intelectualidad. Solo hasta la segunda década del siglo XX aparecieron las ideas marxistas y los primeros grupos y partidos obreros y revolucionarios. Aunque todos los anteriores  eran síntomas de la modernidad, ésta no se ha logrado plenamente. La Escolástica, sigue pesando sobre  nuestra concepción del mundo, metafísica y dogmática.

El pleno ejercicio de la modernidad exige el predominio de las ideas transformadoras, impulsadas por los descubrimientos de la ciencia y de la filosofía. El tránsito del medioevo a la modernidad ocasionó cambios y estremecimientos en la cultura europea. Se inicia una etapa de profundas dudas en lo que se había creído hasta entonces y enorme confusión de ideas y sentimientos. Una nueva mentalidad y otra sensibilidad aparecen. El ojo cambia la dirección  de su mirada. De la contemplación del cielo a la búsqueda de la tierra, a una especie de escrutinio del universo, su conformación, sus metales, sus elementos, sus fuerzas naturales. Y lo más importante, la escogencia de los fines terrenales del hombre.

Con la aparición de la producción de mercancías destinadas al comercio se comenzó a romper el feudalismo y  desde luego, la sociedad feudal. Fueron apareciendo nuevas clases sociales, obreros, burgueses, capas medias, con intereses y concepciones diferentes. Germinaron nuevas ideas y sistemas filosóficos. Pero la transformación más profunda y decisiva de la nueva época, ocurre  cuando “el espíritu se recobra a sí mismo y se eleva al postulado de encontrarse y saberse como conciencia de sí real tanto en el mundo suprasensible como en la naturaleza inmediata” (Hegel). Tal salto dialéctico en el espíritu humano trae como consecuencia el “renacimiento”  de las artes y las ciencias de la antigüedad. Este aparente retroceso, el de interesarse de nuevo en la cultura pagana, conduce al hombre a ocuparse de sí mismo, a distanciarse en cierta medida de la naturaleza y de la divinidad y a profundizar en su mundo interior, en su conciencia. El hombre se convierte en el centro de la reflexión del hombre. Aquí se inicia la contraposición entre el entendimiento y la doctrina eclesiástica o de la fe. Es decir, penetramos en otro mundo de enorme riqueza y belleza, el del humanismo.

El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación. Y de uno de los más deliciosos manjares que  desde hace  dos mil quinientos años todavía saboreamos: los diálogos de Platón.

lunes, 26 de julio de 2010

Saramago nos recordó a Caín

“Al recibir sus dones, lo acreditó como justo;
por ello sigue hablando después de muerto” Hebreos, 11,4

José Saramago, poco antes de irse para siempre, escribió la novela Caín, (Alfaguara, edición colombiana, 2009), una parábola sobre la creación del mundo y del hombre. El advenimiento de Adán y Eva en el Paraíso, sin el signo del ombligo, señal inequívoca para los demás seres humanos de que  fueron paridos  con el dolor de una madre.

Desde la primera  página Saramago deja claro que el Paraíso quedó atrás y que la tierra que pisa la pareja inédita, es la tierra del dolor, del sudor y de la muerte, un “valle de lágrimas”, como dirá la voz sagrada. Que la sustancia divina de la que aquellos proceden, se convertirá en polvo en el verano y en barro en el invierno. Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia, acusándolo de haber cometido todos los pecados teológicos y ser un violador de la fe. Pero la lucidez de su pensamiento, la integridad de su conducta, fue tal, que ateos, agnósticos y creyentes lo admiraron y aprobaron la dignidad de su vida y la belleza de su prosa, premiada  justamente con el Nobel.

“Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia...”

Saramago supo, pues, desde temprano, que el Paraíso se había ido de su vida y de la de millones de sus compatriotas. Su nacimiento en una aldea perdida de Portugal, su ambular por años como un errante de oficios varios, sin acceso a colegios y a universidades, lo obligó a comprender que debería redoblar su esfuerzo intelectual solitario y después de décadas de intentarlo, cuando ya no era joven, plasmó sus recuerdos y fantasías en papeles manchados de tinta, con los cuales conquistó la gloria y la felicidad del amor. Su compañera fue Pilar del Río y a la vez su traductora al español. Vivieron en Lanzerote, una de las islas Canarias, entre la península ibérica y África.

El escritor no podía olvidar el sacrificio del saber, cómo la pareja primera sufrió la expulsión del jardín del Edén “por el crimen nefando de haber comido el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal”. De esta manera el Dios creador y bondadoso se transformó en vengativo y entonces cometió la primera de las injusticias que repetiría con los humanos, por los siglos de los siglos.

El evangelio según Jesucristo  es la mejor obra de Saramago, escrita con amplio conocimiento de la Biblia y con toda la irreverencia de que es capaz su estilo agudo e imaginativo. Caín retoma los primeros libros de la Biblia y a través de ellos y de sus personajes, devela  los comienzos y motivos de la tragedia humana, en los cuales Dios está presente, pero en permanente lucha con sus criaturas. El hombre busca la libertad, pero Dios lo obliga a cumplir con su destino. En los libros mencionados Saramago plantea un problema fundamental. ¿Si Dios es todopoderoso, por qué permite el Mal, la traición, el sufrimiento, el crimen, las catástrofes naturales, la crueldad y la barbarie de la guerra?

Abel y Caín, los primeros hijos de la tierra, serán los primeros antagonistas de la “historia”, hasta el extremo de que Caín mata a su hermano, por razones no muy claras. Insinúa Saramago que la disputa comenzó por diferencias económicas, surgidas de la propiedad. “Y hubo un día en que Adán pudo comprarse un trozo de tierra, llamarla suya y levantar en la ladera de una colina, una casa de toscos adobes”, “el uno tenía su ganado y Caín su campo”, circunstancias que rompieron la amistad que unía a los dos hermanos desde la más tierna infancia.  ¿Por qué Dios permitió que Caín matara a su hermano?

El escritor Juan Gabriel Vásquez afirma (El Espectador, 25 de junio,2010 ) que hay dos Saramagos: el novelista y el prosista, el continuador de Cervantes, el autor de El memorial del convento, La muerte de Ricardo Reis y el autor de Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Los libros de la imaginación y las largas moralejas pedagógicas. La distinción parece válida, pero Saramago fue uno de los primeros en enunciarla: “Cuando digo que quizá no sea un novelista o quizá lo que hago sea ensayos”.

Creo que poco importa que sean novela o ensayo (a no ser para un profesor de literatura) si tienen ambas formas una alta calidad literaria. El mismo Vásquez lo reconoce como uno de los mejores novelistas de su siglo y un magnífico prosista, es decir, un gran escritor de nuestro tiempo, cuya muerte reciente todos lamentamos, menos el periódico del Vaticano.

martes, 13 de julio de 2010

“Campo santo”


El 14 de diciembre de 2001, W.G. Sebald, murió en accidente automovilístico en la ciudad de Norwich, Inglaterra. Había nacido en Wertach, Alemania, en 1944. Recibió el Premio Heinrich Heine por su obra literaria y otro galardón, póstumamente, por Austerlitz, considerado su mejor libro.

“Por ello, había que escuchar atentamente cada susurro del mundo, tratando de percibir tantas imágenes que nunca han encontrado su reflejo en la poesía, tantos fantasmas que nunca han logrado los colores del estado de vigilia”. Tomamos estas palabras del filósofo Michel Foucault, dichas en otra ocasión, para dar una idea del estilo del escritor alemán, cuya obra Campo santo, (Anagrama, 2007), comentaremos  a continuación:

En primer lugar debemos aclarar que el libro fue organizado por Sven Meyer y publicado después de la muerte de Sabald,  aunque los textos son en su totalidad de este. Está dividido en dos partes: breves prosas y ensayos. Los dos primeros relatos “Pequeña excursión a Ajaccio” y “Campo Santo”, son sencillamente perfectos. Se trata de una visita del autor durante dos semanas a la isla de Córcega, patria de Napoleón Bonaparte. La figura del Emperador queda en un segundo plano, aunque está presente en todas las páginas. “Cuanta más sangre corría por los campos de batalla, me dijo aquel investigador belga de Napoleón, tanto más fresca le parecía crecer la hierba”.

Se inicia con la descripción del Museo dedicado a Napoleón, pero sobre todo del ambiente, el paisaje, los habitantes de dicha isla del Mediterráneo. Es todavía una sociedad arcaica, de cultivadores y pastores, de pescadores y ancianos que viven del pasado, cerca del “campo santo”, donde duermen sus antepasados. Sus trajes ajustados y sus sombreros negros, su reposo casi perpetuo, anticipan su pronto ingreso a un mundo de sombras, lo que contrasta con el sol cálido y la luminosidad del mar. “ Obedeciendo a ese extraño instinto que nos une a la vida, di la vuelta y volví a dirigirme hacía la tierra que, en la distancia me parecía un continente extraño”.

Dos de los principales ensayos se refieren a un acontecimiento ocurrido durante la Segunda guerra mundial, que ha sido poco tratado por los escritores alemanes, sus víctimas  y menos aún por los Aliados, los victimarios: los implacables bombardeos a las ciudades alemanas. Sebald considera que ese silencio se debe a que fueron testigos de la terrible destrucción de sus más bellas y populosas ciudades, por parte de oleadas interminables de aviones que arrojaban poderosas bombas, muchas de ellas incendiarias, con las cuales no solo querían destruir el cemento, el asfalto, los puentes, los hospitales y las iglesias, sino romper para siempre la moral de lucha del pueblo alemán. Con la ayuda de Freud, “el investigador de almas”, recuerda que esa clase de recuerdos son imposibles y más aún, hablar de ellos.  Y si a lo anterior agregamos un oculto complejo  de culpa, podremos comprender las  causas de ese silencio mortal.

La indignación, sin embargo, permanece aunque no siempre salga a flote. ¿Por qué no bombardear  solo los objetivos militares y preferir barrios civiles donde los seres indefensos despertaban en medio de las llamas y el ruido aniquilador? Las ciudades se derrumbaban y las mujeres y los niños morían destrozados. ¿Eran culpables o inocentes? No estaban en los campos de batalla. Era la técnica al servicio de la deshumanización del hombre.

 La persistencia de la memoria frente a la muerte es el tema del escritor y dramaturgo alemán Peter Weiss. Signo de su escritura es “mantener el equilibrio entre los vivos con todos los muertos que llevamos dentro”. De alguna manera también somos culpables de las tragedias del mundo. Pero la compasión por ellas no es suficiente. Se convierte en memoria abstracta. Se  requiere una reconstrucción del “momento concreto del tormento”. No basta, pues, solidarizarnos con el dolor. En la descripción de ese itinerario de la tragedia esta el camino de su superación e impedirla de nuevo. Evitar que esa destrucción se convierta en estado de permanencia.


Jean Améry soportó el confinamiento en Auschwitz. Años después de su liberación logró convertir sus vivencias en ensayos, para testimoniar que el mundo imaginado y realizado por el fascismo alemán era el mundo de la tortura, en que el hombre existe solo “destruyendo al que tiene ante sí”. A pesar de algunos temas de este libro que nos muestran el espectro de la muerte, lo leí con la alegría que producen los descubrimientos, el descubrimiento de un gran escritor.


jueves, 1 de julio de 2010

Lecciones para comentar


Por: José Arizala

A todos, tirios y troyanos, nos sorprendió la diferencia numérica de votos entre los dos principales contendientes en las elecciones de la primera vuelta, el 30 de mayo pasado. Creíamos que el entusiasmo que veíamos en las calles y en los hogares por Antanas Mockus, que constituían una verdadera “ola verde”, compensaba la ayuda total que el gobierno de Uribe le prestaba a su candidato Juan Manuel Santos. Que una nueva era podría surgir de ese enfrentamiento electoral, capaz de modificar las viciadas conductas de la vida política colombiana. ¡Oh inocentes palomas!

Escribo esta columna, por razones de edición, una semana antes del 20 de junio de 2010, cuando todo se habrá consumado, muy probablemente con el triunfo del candidato del “establecimiento”, el “único capaz” de ejecutar una política sin contemplaciones contra la insurgencia y de mantener la “libertad y el orden”. Y que la oposición  se atenga a las consecuencias, si no acepta sumarse a la “unidad nacional” que se le propone.

El Partido Verde y su capitán – él insiste en que es un equipo – debe sacar las debidas lecciones de esta primera aventura. Las montoneras – la falta de un partido político –  conduce al fracaso. En política la emoción es útil cuando se convierte en una pasión inteligente (pasión en la forma, inteligente en el contenido) De ella surge la fuerza que puede cambiar las cosas, las circunstancias, las instituciones, los gobiernos, que el futuro se torne mejor que el presente. La pasión debe convertirse en  organización, en programa, con directores conocedores de la realidad social y política en que se vive y actúa. La política es un hombre con los píes en la tierra,  que también hace parte del mundo de la aritmética, de las sumas y las restas Las emociones juveniles debe adquirir formas concretas de lucha, como la muy sencilla de levantarse de la cama un domingo en la mañana e ir a votar. La política tiene un horizonte abigarrado, de sol y de sombras, donde se pierde o se gana. El empate es para los partidos de fútbol, no para quienes sueñan realmente con un mundo mejor.

El enemigo no es la política. No lo es per se como decimos los abogados. Resulta sucia, fea o falsa según sus ejecutores, por sus medios y fines. Por los oscuros intereses que pueden estar en juego, o como lo dice Mockus certeramente, “no todo vale”. Pero  es el instrumento que han inventado los hombres para autogobernarse desde los tiempos citadinos. Para no matarnos por los asuntos que nos separan, que nos colocan en bandos opuestos, debemos hablar. El diálogo es el método por excelencia de la política. Lo otro es barbarie. El dilema existente es “civilidad o barbarie”. No siempre se logra, pero debemos buscarlo. Desgraciadamente la historia universal es la historia de las guerras.  La guerra no declarada que sufrimos los colombinos no es un hecho  único, fortuito, ni siquiera en nuestra propia historia. Esto debemos tenerlo presente para poder encontrar una solución a nuestro ya largo conflicto armado. Desde luego éste es un acontecimiento lamentable. Como dice el poeta Bertolt Brecht: “Pobre el país que necesita héroes”.

Antes del 30 de mayo el entusiasmo por Mockus comenzó a derrumbarse, sobre todo en  los jóvenes universitarios e intelectuales y ejecutivos apartados de la política activa.  He preguntado a algunos de ellos por las razones de su enfriamiento. Dicen no haber encontrado finalmente en sus discursos un pensamiento coherente, conforme a sus necesidades y aspiraciones. Los mensajes que el profesor les enviaba por los medios electrónicos resultaban insustanciales, no se referían a sus problemas reales y de sus familias, demasiado generales. Así debieron percibirlo también en los barrios populares de Bogotá, por ejemplo, que no visitó y donde ganó Santos. No se refirió a su pobreza, al empleo, salud, vivienda. Criticaron sus elogios al Presidente Uribe y a su obra de gobierno. No compartieron  el ataque al Polo Democrático Alternativo que, de alguna manera, defendía sus intereses y representaba sectores populares.  Alguno de sus jóvenes críticos me manifestó que parecía que Mockus sintió miedo de ser Presidente de Colombia y se asustó ante la ola popular que lo aclamaba.

lunes, 14 de junio de 2010

La suerte está echada

Por: José Arizala

Una vez más ha ganado las elecciones presidenciales del 30 de mayo (la primera vuelta), el candidato del establecimiento político. En este caso, Juan Manuel Santos, representante del uribismo, de la derecha militante. Aceptando con entusiasmo toda la herencia de ese régimen, sin la menor reserva. De tradición liberal, perteneciente a una de las familias más poderosas del país, copropietario de la mayor empresa periodística, El Tiempo, que cumple por estos días l00 años de fundada, de enorme influencia en la opinión pública. Santos duplicó en porcentaje y número de votos a su más cercano contendor, el profesor Antanas Mockus.

A su vez Santos se benefició de la ayuda del aparato estatal, de las grandes empresas, de los votos de las grandes y pequeñas ciudades, de los campesinos, de la Colombia profunda, muchas veces recorrida por la guerrilla, durante los últimos cuarenta años. Su programa continuista de la política oficial enfatizó en un desarrollo capitalista neo-liberal. No importa que en el pasado haya planteado como modelo económico una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo. Después de su triunfo propuso un “acuerdo nacional de unidad”, que haría innecesaria la oposición a su gobierno. Rectificando su posición anterior, saludó al candidato Gustavo Petro del Polo Democrático Alternativo (PDA), con cuyo partido no quería absolutamente nada, pues, según él, pertenecía al campo despreciable de los “mamertos y bandidos de la izquierda”.

El PDA no desapareció de la escena política como vaticinaban muchos politólogos. Por el contrario su candidato Petro salió de la batalla electoral con prestigio y absuelto de alguno de sus “pecados” de juventud, como el de haber pertenecido a un movimiento guerrillero. Pero el resultado de Petro pudo ser mejor si no hubiera cometido algunos errores. Al comienzo de su campaña se pasó de la izquierda al centro, creyendo que así ganaría más votantes, olvidando que ese lugar ya estaba ocupado por otro buen candidato, Rafael Pardo, quien ha sido liberal todo el tiempo. Desde luego los centristas preferían el original al advenedizo.

Estas vacilaciones de Petro contribuyeron al auge del fenómeno electoral de la jornada, el candidato Antanas Mockus, del Partido Verde, quien adelantó una campaña muy original, con un lenguaje novedoso y una actitud desapasionada, casi políticamente neutra, un tanto mística, como un Gandhi colombiano. Logró más de tres millones de votos, una cifra increíble en tan poco tiempo (en no más de tres o cuatro meses). El peligro de estas victorias tan inesperadas y caudalosas es que no adquieran consistencia y como globos gigantes sean arrastradas por el viento de los acontecimientos. La tarea del Partido Verde en la coyuntura, es crear, para participar en la segunda vuelta, una alianza de fuerzas anti-continuistas, capaz de derrotar la hoy sólida alianza liberal-conservadora que encabeza Santos.

El peor desempeño en la liza electoral le correspondió a la candidatura de Noemí Sanin, del partido conservador. Lo que comenzó como un partido unificado por el afán de tener en sus manos la totalidad del poder, terminó en un enorme desastre. Se dividió en tres partes: la oficial del directorio, la disidente del exministro Arias y la de los hijos de los presidentes conservadores que decían representar la doctrina más pura. Es posible que en el fondo estuviera la dispuesta por los cargos públicos del futuro gobierno. ¿Cuál era la carta más segura, Noemí o Santos?

El liberalismo terminó con muy magros resultados. Luchó por mantener una posición digna de oposición a la arbitrariedad y a la corrupción del gobierno releccionista, pero el partido, como organización, no respondió a ese llamado a favor de los principios y de la decencia. El agua, en los 12 años de oposición, que ellos han llamado de tránsito por el desierto, se agotó del todo. Una frustración más de un partido que ha contribuido a la historia de Colombia en los últimos 150 años. Sería posible que una fusión con el partido Cambio Radical que dirige Germán Vargas Lleras le permita prolongar su existencia.

Probablemente la candidatura de Mockus no logre superar en la segunda vuelta a la maquinaria arrolladora de Juan Manuel Santos. Este tiene demasiados factores de poder a su lado, incluso de vastos sectores populares que temen perder las migajas que les “regala” el establecimiento, para poder sobrevivir. Cuenta, además, con la indiferencia de muchos que prefieren el abstencionismo a participar en elecciones que la experiencia les demuestra resultan inútiles para resolver sus problemas. Los colombianos pobres y excluidos, los desempleados, los desplazados a la fuerza, los humillados y sedientos de justicia, siguen esperando que la democracia se acuerde de ellos. Amén.

martes, 1 de junio de 2010

¿Qué es la escolástica? (XIII)

Por: José Arizala


Con la decadencia del mundo romano, en los comienzos de la Edad Media, la cultura en Occidente prácticamente se eclipsó. Sobrevivieron unos pocos comentarios latinos y tratados de poca relevancia intelectual. Pero como los hombres no pueden permanecer en la orfandad del pensar poco a poco las mentes volvieron a andar. Lo que siguió fue la Escolástica, que según Hegel presenta en su conjunto una apariencia monocolor.

El alemán capta un rasgo general que permanecerá desde el siglo VI hasta casi el XVI. Difícil encontrar notables gradaciones filosóficas en esa extensa filosofía fuera del tiempo, que daba la sensación de un “pensamiento perenne”, el cual resultaba fácil señalar como venido del cielo y para toda la eternidad. No es en rigor filosofía. Se trata más bien de una teología. Los grupos donde se creaban estos pensamientos eran las escuelas “scholasticos”, que funcionaban anexas a las grandes catedrales y monasterios. Los padres más competentes recibían el nombre de “escolásticos”, más tarde fueron los “doctores” (“doctores tiene la Santa Madre Iglesia”).

Hegel no tiene una buena idea de la escolástica. Para él no es más que la ciencia de los conceptos doctrinales que todo cristiano debe abrigar. En términos más rigurosos la define como teología: “El tema esencial y único de la teología, como teoría de lo divino, es la naturaleza de Dios” Los doctores van entrando en un campo específico que se acerca a la filosofía. Con el paso de los siglos, el comienzo de la diferenciación de  la filosofía de la teología, “marca precisamente el tránsito a los tiempos modernos, en los cuales se admite ya la posibilidad de que la razón pensante admita algo como verdad que no lo sea para la teología” (Hegel, Lecciones de historia de la filosofía. F.C.E. 1955. T. III . p. l06). Para la escolástica propiamente dicha todo residía más allá de la realidad.

En el paganismo la naturaleza exterior tanto como el pensamiento estaban bien, contenían un significado afirmativo. Pero bajo el cristianismo la raíz de la verdad tiene ya un sentido completamente distinto. Ahora la naturaleza, la conciencia de sí mismo y no solo los dioses paganos y la filosofía, tienen una posición negativa. La naturaleza para los cristianos carece de interés, el firmamento, el sol, la naturaleza, “son un gran cadáver”. La espiritualidad se ha ido de la materia, carece de subjetividad, por ello puede interrumpirse su curso natural. Esto explica los milagros. La verdad, pues, no tiene asiento en la naturaleza, sino que es revelada.

Desde luego, agrego, algunas  de estas concepciones cristianas han evolucionado y tratan de ponerse a tono con aspectos de la ciencia moderna, aceptando, por ejemplo, la teoría darwiniana de la evolución de las especies, mas no los avances de la genética, los anticonceptivos, etc. En el interior de la escolástica  aparece la filosofía, la contraposición entre la fe y la razón. Según los escolásticos, la razón encuentra su realización en otro mundo, no en este, mientras que las tendencias vivas de la cultura tienden a restaurar la fe en “este” mundo. Hegel hace una aportación valiosa cuando anota que la escolástica, “por lo que se refiere al hombre real, su reconocimiento no radica en las relaciones sociales, sino en otra parte, fuera de ellas”. Esta idea de que “el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales”, la tomará  Marx para una de sus definiciones del hombre.

Esa ausencia de la racionalidad de lo real, según Hegel, “muestra la barbarie de un pensamiento como éste” (el escolástico). Aferrado a otro mundo que no posee el concepto de razón, es decir, “El concepto de que la certeza de sí mismo es toda la verdad”, pensamiento que no es aquí un movimiento independiente  (propio) de la verdadera filosofía, “que penetra la esencia y la proclama”.

La mayor debilidad de la escolástica reside en que su mundo es el mundo de la religión cristiana, o sea, el de Dios inmutable, la materia solo como creación divina, la libertad o no del hombre, en que el entendimiento  gira en torno a lo que se manifiesta y percibe (el realismo filosófico, sobre todo en Santo Tomás). Utiliza las categorías de potencia y acto, de libertad y necesidad, de calidad y de sustancia, tomadas de la filosofía aristotélica. Con ellas el pensamiento escolástico entra en infinitas distinciones, lo que le da un carácter deductivo, propio de un proceso lógico formal. Hegel concluye afirmando : “La filosofía escolástica consiste, pues, en un razonar silogístico”. O sea, en una cadena de abstracciones.

Por juicios como los anteriormente expuestos, el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila llamó a Hegel un gran blasfemo.

jueves, 20 de mayo de 2010

La campaña presidencial

Por: José Arizala


Cuando terminaron de leer el comunicado de la Corte Constitucional declarando inexequible el referendo reeleccionista y estalló la sala en aplausos, una buena parte de los colombianos tomó conciencia del fracaso del gobierno de Álvaro Uribe Vélez y del ocaso del uribismo como concepto político y obra de gobierno.

Uribe en 8 años de gobierno no resolvió  los problemas básicos de la nación: la violencia rural y urbana, las relaciones económicas y diplomáticas con países vecinos, aumentó el desempleo, la crisis de la salud, la pobreza, el desplazamiento forzado de los campesinos, la concentración de la propiedad de la tierra, se consolidaron algunas bandas de narcotraficantes, el Estado se hizo más confesional, la corrupción se extendió por el territorio nacional, las entidades estatales y empresas privadas, etc.

Periodistas destacados como León Valencia, Daniel Coronell, Juan Gossaín y  otros, han denunciado hechos, en consonancia con la Fiscalía, que violan gravemente los derechos de magistrados, políticos de la oposición, periodistas y miles de personas del común, incluyendo su libertad de conciencia y de expresión, la libertad de prensa y el más importante de todos, el derecho a la vida.

Varios columnistas han afirmado que la unidad de dos movimientos políticos nuevos: el Partido Verde y Compromiso Ciudadano, encabezados por Antanas Mockus y Sergio Fajardo, le han dado un nuevo impulso a la campaña presidencial y aportado con énfasis el tema ético. Son candidatos sui-generis, profesores universitarios de carrera, matemáticos, sin experiencia política, aunque ésta, en las actuales condiciones del país, puede ser una virtud antes que un defecto. Ciertamente la corrupción en Colombia no tiene límites. Desde hace décadas viene incrementándose.” Pero – dice Valencia – en los dos mandatos del presidente Uribe el abismo es pavoroso”. Y desde luego, debe combatirse duramente.


 "Si bien las relaciones económico-sociales resultan predominantes en la sociedad moderna, no significa que la ética haya perdido su valor y dejado de modular la conducta humana"


Si apelamos a la filosofía diremos que el problema ético es más propio de los Antiguos que de los Modernos. La ética, es decir, el conjunto de los principios y leyes morales, comenzó a ser elaborada por la filosofía práctica de Aristóteles y luego fue reforzada por el cristianismo. Era, con la religión, el elemento unificador de la vida privada y de la ciudad hasta finales de la Edad Media. En la modernidad, como resultado de cambios económicos profundos, surgió la Filosofía Social, iniciada por Maquiavelo, Tomás Moro, Hobbes, hasta Marx. Moro en 1517 escribió : “En todas partes donde hay propiedad privada, donde todos miden todo según el valor del dinero, apenas será posible ejercer una política justa o coronada por el éxito”. Maquiavelo enunció que los intereses materiales condicionaban a los individuos y a los Estados. Hobbes, el fundador del liberalismo absolutista, quiso convertir la política en ciencia, en una ciencia natural, apoyándose en un férreo iusnaturalismo. Influido por la ciencia de la época, “Hobbes investiga la mecánica de las relaciones sociales como Galileo la de los movimientos naturales” ( Habermas, 1987)

Según esta teoría, desde entonces los problemas decisivos de la sociedad no son éticos, sino los que se derivan de la propiedad privada (como lo acentuarán Locke y Rousseau), de los bienes materiales creados por el hombre en la época de la producción mercantil, regulados por el soberano, a través de la autoridad y la ley. Se convierten en un problema sobre todo del Estado y menos de la conciencia  individual de los ciudadanos.

Lo que Colombia requiere son instituciones, en lo cual contribuyó muy poco el gobierno uribista, un corpus jurídico justo, un sometimiento a la Constitución. Esta legalidad se ha venido deteriorando en nuestro país agudizando la injusticia social, que no es  solo resultado de la ambición y la codicia del dinero, de las tierras, de las fábricas, sino de una desigual estructura social que la propicia y estimula. ¿Cuál de los candidatos presidenciales  lo comprende y está dispuesto a  efectuar cambios estructurales fundamentales que disminuyan la pobreza?  Lo que prometen es darnos más dosis de lo mismo de Uribe: guerra y seguridad. ¿Seguridad para quienes?  Si bien las relaciones económico-sociales resultan predominantes en la sociedad moderna, no significa que la ética haya perdido su valor y dejado de modular la conducta humana. Pero la propiedad y la mercancía se han convertido en un dios de nuestro tiempo, dispensador del bien y del mal.

Andrés Pastrana fue elegido Presidente de la República porque el país estaba hastiado de la guerra,  Álvaro Uribe porque el país no soportaba más la guerrilla y ¿Mockus? Porque estamos cansados de los “falsos positivos”, de la politiquería y la corrupción. Lo que no hemos ensayado es un gobierno dispuesto a ganar la paz.