sábado, 28 de febrero de 2009

La Vuelta al Mundo

Por: José Arizala

  Julio Verne en su globo imaginario le dio la vuelta al mundo en 80 días. Carlos Darwin a bordo del Beagle en 5 años. Cuando regresa a Inglaterra, además de circunnavegar el planeta, ha transformado al mundo. Un nuevo hombre ha nacido, no creado directamente por Dios, sino por sus antepasados, los primates. Este descubrimiento cambiará por completo la concepción que hasta entonces primaba del hombre y de la humanidad.

  Físicamente el hombre sigue siendo igual, pero la idea sobre sí mismo será otra, más verdadera, más cercana a lo que en realidad “es”. Ni ángel ni demonio, simplemente el hombre, el homo sapiens, final de la escala zoológica.

  El barco partió el 27 de diciembre de l83l al mando del capitán Fitz Roy, del Almirantazgo británico. Fueron los años más fecundos de la vida de Darwin. Le proporcionaron el material científico con que escribiría sus libros sobre el origen de las especies y del hombre. Los marineros lo llamaban el philos, el filósofo. Había nacido en 1809, hace 200 años. Cuando inició su largo viaje contaba 22 años.

 La iniciativa de llevar un joven investigador de las ciencias naturales como miembro de la tripulación, fue del mismo capitán del Beagle, quien le prestó a Darwin toda la colaboración necesaria en sus investigaciones, incluso permitió que oficiales lo acompañaran por las islas, costas y continentes en las que atracaban, recogiendo muestras y observaciones sobre la tierra, la flora y la fauna. En una ocasión cabalgó 70 millas en el interior de la Patagonia. Por decisión temprana del capitán Roy un paraje del Estrecho del Beagle, lleva el nombre de Darwin. En el Pacífico arribó a las islas Galápagos, un paraíso de vida, que todavía hoy es posible apreciar frente a las costas del Ecuador, sobre todo por la variedad de pájaros y de las tortugas gigantes, cuyos caparazones las defienden de los depredadores y de la influencia del tiempo. En las islas oceánicas le llamó la atención los atolones de coral, sobre los cuales caminó con inmensa alegría. Desde luego que mucho se interesó sobre la diversidad de razas y de pueblos, lo que le permitió concluir en la unidad de la especie humana.


... Había hallado una actividad a la cual entregaría su vida entera. Atrás quedaba su pasajera intención juvenil de ser “un clérigo respetable y feliz”. Aunque logró ser respetable y feliz, sus altares fueron otros, los de la ciencia y a estos debe su eternidad.

  Desembarcó en Falmouth el 2 de octubre de 1836. El joven estudiante  era ahora el científico y naturalista Carlos Darwin. Había hallado una actividad a la cual entregaría su vida entera. Atrás quedaba su pasajera intención juvenil de ser “un clérigo respetable y feliz”. Aunque logró ser respetable y feliz, sus altares fueron otros, los de la ciencia y a estos debe su eternidad.

  Darwin pertenecía a una distinguida familia inglesa, de clase media acomodada, con numerosos parientes en el clero anglicano y también en el profesorado y sociedades científicas. Sus primeros intereses intelectuales fueron la geología y la botánica, que lo acompañaron hasta su muerte, a los 73 años. Fue muy rico, fruto de las dotes matrimoniales bien administradas y por haber vivido en un tiempo sin crisis económicas.

  Darwin contrajo matrimonio con una prima, que siempre temió por la suerte del alma del esposo (le había confesado en secreto sus verdaderos pensamientos). Una de las invitadas a la ceremonia era la hija de Thomas Robert Maltus, cuyas tesis sobre el crecimiento desmedido de la población influiría en sus teorías de la “selección natural”. Para Darwin las especies se transformaban, se producían mutaciones en los individuos que eran heredadas por sus descendientes, adaptándose al medio para sobrevivir, como lo demostraban sus estudios de los seres vivos y de los fósiles que las recuerdan: “la vida se adaptaba simplemente a los hábitats locales…Una especie desaparece porque las condiciones han cambiado demasiado rápidamente”. Pero Darwin iba más allá al plantear: “los animales, nuestros semejantes, se nos hermanan en la pena, el dolor, la enfermedad, la muerte y el sufrimiento… puede que participen en nuestro origen de un ancestro común, puede que todos estemos entrelazados”.

  La primera vez que Darwin vio un orangután fue en el zoológico de Londres el 28 de marzo de 1838. Le sorprendió “sus emociones casi humanas”, tanto como su semejanza física con los hombres. Ese día debió tener la intuición de que los hombres descendían del mono; también las implicaciones que eso significaba: “la evolución como una amenaza para la fe en la confianza humana en la vida futura y, con ello, para su control paternalista de la presente”, como en efecto lo diría la jerarquía de las iglesias anglicana y católica.

   “Obtuve (con la evolución) por fin una teoría a partir de la cual trabajar”, dice Darwin en su Autobiografía. Pronto dejó de creer en la revelación divina. Comprendió que “toda la estructura (creacionista) se tambalea y cae” Descubrimientos de esta envergadura no aparecen de la noche a la mañana sino que son el resultado de numerosos pequeños avances en el estudio de los animales y vegetales. Varios científicos de la época se acercaron a los hallazgos de Darwin, pero a él le correspondió la mayor gloria en reconocimiento a su dedicación y la profundidad de sus teorías científicas y conclusiones teóricas.

       La idea más influyente del siglo XIX fue la del tránsito, del cambio, de la evolución, lo que permitió avanzar considerablemente en una idea total del hombre. Su principal impulsor fue Hegel al recordar con mucho énfasis el concepto heracliteo del devenir, con la osadía de llevarlo al pensamiento. La  fenomenología del espíritu, no es otra cosa que la descripción del itinerario de la experiencia de la conciencia humana. Marx explicó las causas radicales de la dinámica social, porqué se suceden los estadios económico-sociales en la historia. Nietzsche descubrió el nihilismo, la desaparición de los valores antiguos y su sustitución por nuevos valores, nuevas verdades, cohesionadas por la “voluntad de poder”. Darwin aportó a mediados del siglo su teoría de la evolución de las especies y el surgimiento del homo sapiens, como descendiente de los monos. Luego vendrá Freud, quien transformó el alma inmortal en la psiquis, sana o enferma, moldeable, unida indisolublemente al cuerpo hasta el punto que la muerte de este acarrea también la de aquella. En el siglo XX, gracias a James Watson y Francis Crick, se logró la lectura del genoma humano, que permite desplegar el mapa secreto constitutivo del individuo y de la especie. Hoy este hombre “completo” se alista a iniciar una nueva era.

 (Este artículo tuvo como fuente el diccionario de Oxford University Press 2007. La entrada sobre Darwin fue publicada por la editorial Herder, España, 2008).


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martes, 17 de febrero de 2009

Una Carretera Desolada

Por: José Arizala

En la medida que avanzaba en  la lectura de este libro que describe las orillas de una carretera desolada e interminable, aumentaba mi perplejidad. Carmac  McCarthy, uno de los escritores estadounidenses más destacados de la actualidad, ganó con esta novela La carretera, el prestigioso premio Pulitzer de 2007. ¿Qué se propuso el autor con las apretadas 200 páginas? ¿Dar testimonio de su amor al padre a quien dedica el libro y exaltar los valores filiales, puestos a prueba en la desgracia continua o dejar una aseveración terrible de una sociedad que agoniza?

Algo espantoso ha sucedido, de lo cual no tendremos noticia a lo largo de esta novela. Como si la ira del Dios del antiguo testamento o una explosión atómica hubiera caído sobre una tierra muy parecida a los Estados Unidos de América. Los caminos, los puentes, los ríos, las montañas, las casas, las ciudades, yacen calcinadas, al igual que los seres humanos muertos o quemados por doquier. Incluso algunos que han permanecido vivos han alterado sus instintos hasta el extremo de retornar al canibalismo, o sea, caído al fondo de lo inhumano.

Padre e hijo, éste todavía niño, cuyos nombres ignoramos, sobreviven al cataclismo. Inician su deambular por esa carretera incierta buscando el mar, como si creyeran que la presencia augusta del oleaje interminable lavaría sus sufrimientos. El miedo es el sentimiento predominante en esas vidas truncadas, de principio a fin. No hay pausa ni quietud, solo el temor de ser alcanzados por los “malos” y perecer en sus fauces hambrientas. En ésa escapatoria se encuentran con paisajes que fueron bellos, las granjas, casas suntuosas, cabañas en las colinas, ciudades de altos edificios, gasolineras, etc. La mayoría de los hogares están ahora vacíos y solitarios, salvo las momias que fueron, quizá, un día felices y prósperos. Los supermercados sin gente pero llenos de toda clase de cosas, útiles e inútiles, bellas o grotescas, pantallas de televisión con películas inconclusas, libros y bibliotecas cuyos tomos se deshacen en la humedad y el silencio y búnkeres privados que acumulan y acaparan todo, lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo.

            Presenciamos una de las escenas más macabras cuando encontramos en un asador el cuerpecito semiquemado de un niño al cual iban a devorar los malos, los hambrientos.


“El fuego, como en las tribus nómadas, propicia con su calor la conversación, el encuentro íntimo de las conciencias que permanecen, como las llamas, vivas y alertas, tratando de vencer la escarcha y el viento.”


            El frío intenso es otro de los personajes de esta triste historia y su contraparte, el fuego, que se alimenta de las ramas secas, de los escombros, al cual se aferra esta pareja errante. El fuego, como en las tribus nómadas, propicia con su calor la conversación, el encuentro íntimo de las conciencias que permanecen, como las llamas, vivas y alertas, tratando de vencer la escarcha y el viento. Pero, también, el otro fuego: “¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego. Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado allí. Yo lo veo”. Es el fuego que siembra el padre en el hijo, quien sufre y teme, pero aprende de aquél su reciedumbre, que el chico convierte en coraje ante la adversidad. En este caso como en la escena griega, triunfa el destino. Se cumple lo inexorable: “Durmió aquella noche apegado a su padre y lo abrazó (…) Se quedó allí sentado llorando mucho rato y luego se levantó y atravesó el bosque hasta la carretera. Cuando regresó se puso de rodillas al lado de su padre y cogió su fría mano y pronunció su nombre una y otra vez”. Y recordó cuando éste le dijo: “No te rindas nunca ¿vale?”.

            La partitura del idioma que utiliza McCarthy es corta, diríamos intencionadamente pobre, pero el virtuosismo de intérprete de que hace gala es sorprendente. ¿Cómo logra este escritor que sucedan las mismas cosas: el frío, el fuego, la lluvia permanente, el hambre, la angustia, la impotencia, el sueño como prólogo de la muerte, sin que podamos apartar esas páginas y lo que resulta más inverosímil aún, con iguales palabras, siguiendo el ritmo de las corrientes oscuras?

            La economía de palabras, el paisaje desolado, el silencio, el vacío, la inminente presencia de la muerte, recuerda a Pedro Páramo de Juan Rulfo y la tenacidad de padre e hijo, sus corajes indomables, a Hemingway, describiendo el tenaz combate entre el viejo marino y el mar.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Claude Lévi-Strauss

Por: José Arizala
    

  Cien años de vida no son pocos. No lo digo por el día tras otro en un siglo, sino por lo que Lévi-Strauss ha pensado en ese extenso lapso de tiempo. ¿Se imaginan ustedes? Pensar con la capacidad maravillosa de convertirlo en pensamiento, en teoría, sin la cual es imposible mirar el mundo Sin ella el mundo sería un montón de ramas secas sobre las cuales caería en cualquier momento el rayo encendido. Todo desaparecería para siempre. No quedarían testigos del quehacer de los hombres, de los animales, de las plantas ni de las cosas. Solo el silencio y la nada se posarían sobre la tierra desnuda.

 

Lévi-Strauss se lanzó al descubrimiento del mundo. La Amazonía, primero, fue durante algunos años su hogar y los indígenas de la selva y el agua sus compañeros o mejor, sus maestros, que le enseñaron los misterios de sus vidas a través de un lenguaje escaso y rico en imágenes, que contenía, sin embargo, lo indispensable para seguir viviendo. Encontró en sus relaciones y costumbres las estructuras humanas más profundas y sentidas. En sus excentricidades halló las constantes de la condición humana; que él también era otro con los otros, hasta el punto de decir: “Nunca más, en ninguna parte, volveré a sentirme en mi casa”. La antropología, la etnología que él fundó, se convirtió en la clave para el conocimiento del hombre y de su entorno.

 

  ¿Vale la pena hacer un viaje tan largo hasta el corazón virgen de la selva para entrevistar a unos hombres extraños y primitivos, por parte de un francés culto que camina todos los días por los elegantes bulevares de París? Se pregunta en sus memorias si tiene el compromiso de contarlo todo. ¿Cómo distinguirle al lector lo que es insignificante o decisivo que le permitió definir una ley del parentesco o el hallazgo de una relación entre amantes o conocidos? Sin duda nos sorprende porque está más allá del canon occidental en el cual hemos vivido y al cual nos hemos sometido.

 

   Un vasto océano los separaba. El mundo  europeo que había terminado la gran guerra, cedía su lugar a un continente  verde desconocido. La Francia burguesa  de una intensa cultura, a la sociedad feudal brasileña. El etnólogo de oficina no llega lejos. Tiene que descender al terreno, a la “tierra incógnita” , pero debe hacerlo con alegría. Lévi-Strauss afirma que  estudió las otras sociedades diferentes a la suya “ con  simpatía infinita y casi con ternura” No eran los suyos los ojos del conquistador o del colonialista, sino del científico desinteresado, pero sí apasionado por el destino humano.


... él también era otro con los otros, hasta el punto de decir: “Nunca más, en ninguna parte, volveré a sentirme en mi casa”.


  ¿Cuál es el criterio para valorar las sociedades? ¿Acaso calificarles entre “primitivas” o “civilizadas”? No se pueden ordenar de acuerdo con el “progreso” ya que éste es de doble sentido, hay mejoras y caídas en la vida colectiva e individual y no es lo mismo  observar una sociedad desde el exterior que en el interior de ella, ni el resultado es igual para el que mira ni para el que lo siente.

 

  Lévi-Strauss relata la ansiedad del que ve pero no comprende o solo puede contemplar parte de una vasta y rica realidad o la nostalgia de llegar tarde cuando seres y sucesos ya existieron, sin poder haber sido testigo y dar fe de ellos. El explorador goza con lo insólito, con lo extraño, con el misterio que no alcanza, con el árbol, el río o el animal de un reino encantado, pero también terrible para sus habitantes según el juicio de un europeo que habla, aunque no se lo proponga, en nombre de una antigua civilización nacida, también, del atropello y de la barbarie.

 

    Solo el paso del tiempo nos permite mirar lo que vimos, oír el canto de la naturaleza que no escuchamos,  el mensaje del silencio del desierto que no desciframos y que ahora, de pronto, despierta en la noche y nos revela su verdad oculta. Por ello Lévi-Stauss solo pudo escribir su gran libro, ciencia y autobiografía a la vez, Tristes trópicos, veinte años después de sus viajes al Brasil, cuando su  mente recorrió de nuevo la extensión de la Tierra.

 

   Este antropólogo, etnólogo, filósofo y poeta también  estudió a  América del Norte, Birmania, la India, los desiertos de Arabia, los bancos de Terranova, la meseta boliviana, Alemania y otros lugares. Su filosofía ha dado origen a uno de los movimientos más importantes del siglo XX, el estructuralismo, que inspira las  ciencias contemporáneas. Continúa vivo y pensante, ha cumplido su primer siglo de inmortalidad.