jueves, 18 de febrero de 2010

Lección Oportuna


Por: José Arizala


Ernest Cassirer fue un filósofo alemán del siglo XX. Publicó  El problema del conocimiento (4 tomos), La filosofía de las formas simbólicas (3 tomos), La filosofía de la Ilustración, Antropología filosófica, Kant, vida y doctrina, El mito del Estado todos vertidos a nuestra lengua en el Fondo de Cultura Económica (FCE). Recientemente en la colección Breviarios apareció Rousseau, Kant, Goethe. 

La lectura de Herman Cohen, por insinuación de su profesor Goerg Simmel, pone a Cassirer en la pista para la lectura y comprensión de Emmanuel Kant, que impresionará su pensamiento hasta el punto de convertirse en el principal intérprete del kantismo de la Escuela de Marburgo. Ésta participa, como lo afirma Roberto R. Aramayo, el prologuista de los últimos ensayos mencionados, “en la lucha sin cuartel entre un obsoleto idealismo y el monopolio que pretendían conquistar las ciencias de la naturaleza”. Boris Pasternak quién estudió en Marburgo en los comienzos del siglo XX, contribuye a dar una visión de dicha Escuela: además de extraer los tesoros del Renacimiento italiano, del racionalismo francés y escocés, se interesaba por la ciencia: “Concebida de esta manera, la filosofía habitada por la historia se rejuvenecía e impregnaba de una sabiduría que la volvía irreconocible”.  

En 1929 tuvo lugar en Davos (Suiza) un duelo filosófico entre Cassirer y Martin Heidegger, quién, con Ser y tiempo (1927), el libro más famoso de entonces, se colocó en el cenit del pensamiento filosófico. Cassirer defendía la tradición filosófica y Heidegger desplegaba las armas de un pensar desconocido y enigmático, que se convertiría en la fuente intelectual más influyente en la segunda mitad del siglo XX. 

Pero como lo mostrarían los años por venir, ese día se discutía algo más que filosofía. Cassirer criticaría al Nazismo que en 1933 llegaría al poder en Alemania, mientras Heidegger, se afiliaría a él. Cassirer, siguiendo a Kant, fue un admirador de la gran revolución francesa, mientras Heidegger lo sería de la revolución nacional socialista, aunque en años posteriores se retirara de dicho partido. Cassirer, además de demócrata, era de origen judío, y, por consiguiente, una temprana víctima del antisemitismo que ya existía en Europa desde antes del triunfo electoral en Alemania del nazifascismo. 

A finales de la segunda guerra mundial, en 1945 se publicaron los ensayos recogidos ahora en el breviario del FCE que comentamos. Cassirer, respondiendo las críticas a Rousseau de algunos autores, de que éste no es un pensador riguroso sino un “filósofo del sentimiento”, dice: “En su doctrina se encuentra el punto de vista de dos corrientes espirituales diferentes: la una conduce en Alemania al Werther de Goethe y al romanticismo, mientras que la otra desemboca en las doctrinas políticas de la revolución francesa, así como en la moral y la filosofía de la historia de Kant”.

Hitler llega al poder cuando Cassirer escribe este texto sobre Rousseau: “La libertad es negada, cuando se exige el sometimiento a la voluntad de uno solo o de un grupo dirigente […] ningún privilegio particular puede atribuirse a un individuo en cuanto tal o a una clase determinada […] conllevaría a la disolución del pacto social y el retorno al estado de naturaleza, que en ese contexto quedaría caracterizado como un estado de violencia”. Previendo el accionar de Hitler señala: “Allí donde reina el simple poder, donde gobierna un individuo o un grupo de individuos y se imponen sus mandatos a la totalidad, es convincente y necesario poner límites al soberano, vinculándolo a una Constitución escrita que no pueda sobrepasar o modificar”.
  
Para gobernar y ser obedecido se requiere la “voluntad de legitimidad”, pues, sin ésta, resulta imposible evitar que las “leyes fundamentales” sean interpretadas por el soberano, a la hora de aplicarlas, en un sentido que le sea favorable y las manipule a su antojo. Buena lección de derecho constitucional cuando el soberano aspira a mantenerse indefinidamente en el gobierno. 

El paralelo entre Rousseau y Kant lo construye Cassirer en el contraste de sus personalidades. Dos temperamentos opuestos, dos vidas completamente diferentes. Rousseau el aventurero, el caminante de los bosques y las montañas, solitario, soñador, poseído de amor por la naturaleza, explorador de la conciencia humana, creador del romanticismo. Kant, tranquilo, sereno, sometido voluntariamente a una rutina estricta, frío y penetrante en el análisis metódico del pensamiento, hasta el punto de encontrar los límites de la razón; sociable, cordial con sus amigos, trabajador incansable en la cátedra universitaria o sobre su escritorio, confortable en su estudio, que no tiene otro adorno que el retrato de Jean-Jaques Rousseau. El primero, arquitecto del alma humana; el segundo, del entendimiento humano. Dos corrientes poderosas de la voluntad y del intelecto en el siglo XVIII, que se unían en la admiración y el respeto al derecho y a la justicia.

lunes, 8 de febrero de 2010

Banquete a comienzos del siglo XX

Por: José Arizala

No hay una mesa ni sabrosas viandas, pero sí una revista que hace las veces de aquella. Están sentados a su alrededor, Baldomero Sanín Cano, quien la preside, Ricardo Hinestrosa Daza, Max Grillo, J. García Ortiz, Antonio Gómez Restrepo, Víctor M. Londoño e Ismael López (Cornelio Hispano). La revista Contemporánea, se edita en Bogotá, en los años inmediatamente posteriores (1904 – 1905) a la guerra civil que duró mil días. Las incipientes estadísticas calculan que solo el 5% de la población colombiana sabe leer y escribir. El primer número no publica manifiesto ni editorial en el que se consignen los ideales que inspiran a sus fundadores y colaboradores. Pero se puede leer un artículo de su director, el “empleado de tranvía y literato” Sanín Cano, que sirve como carta fundadora de la nueva publicación.

El siglo XIX ha tenido un final sangriento. Es el primer siglo de la independencia de Colombia. Muestra algunos avances sociales (la libertad de los esclavos) y políticos (régimen republicano), pero sin dejar atrás algunos de los grilletes de la colonia española. Un siglo conservador, católico, oligárquico, de aislamiento de los demás países, donde la brisa de los dos mares a penas penetra en su interior, interrumpida por cordilleras enormes.

 La guerra civil no resolvió ningún problema fundamental del país. La opresión política y religiosa continúa por parte de la presidencia conservadora y de la Iglesia Católica. Al contrario, precipitó la pérdida del istmo de Panamá (1903), “puente del mundo”, según Bolívar. Los jóvenes de entonces soñaban con una nueva patria. Los creadores de la Contemporánea, como su nombre lo indica, comprendían que esto solo sería posible renovando el pensamiento, ahincado en la escolástica, colocándolo a la altura de los tiempos y de la cultura mundial. La revista en su breve existencia (un año) dio mensualmente pruebas de cumplir las expectativas intelectuales que despertaba.

La tarea no era nada fácil. Una aventura política y comercial. Si bien al final de la contienda armada podía esperase cierto renacimiento de la tolerancia mutua, también mantenerse los rencores en los heridos y en la memoria de los muertos. De todas maneras los poderes del Estado y de la Iglesia, de la sociedad terrateniente, mantenían su poder y su amenaza.

Los comensales a nuestro banquete prefirieron los platos de la renovación y de la libertad. Ante todo en el idioma. Se debía remozar el lenguaje, el instrumento del pensamiento y el relato de la sensibilidad. No podía seguir siendo un medio de propaganda política y religiosa. Como en el Banquete  platónico toma el Arte como motivo: “Según el pensamiento de los de los Redactores, la propaganda, o excluye la noción pura de la belleza, o lastima su esencia”. La belleza y la  verdad van juntas, abren nuevos horizontes a las ideas y a los derechos de los colombianos.

La solidaridad venezolana no se hizo esperar. El redactor del Cojo Ilustrado, en Caracas, del 15 de julio de 1905 se apresura a distinguir “entre la Nueva Granada rancia y  estrecha, ceremoniosa y cortesana”, de la de los “buenos muchachos entusiastas, enamorados del arte”, que acompañan a Sanín Cano. Palabras que contrastan con las del bogotano José María Rivas Groot, quien afirma que en esa revista, (la Contemporánea)” donde en general aparecen escritos de mala tendencia filosófica y por añadidura en un castellano decadente e inteligible ( …) publicación neurótica y enrevesada”, el no colabora.

La Universidad Externado de Colombia, en edición de lujo ( 2006) reproduce la totalidad de los textos de dicha revista, con presentación del rector Fernando Hinestrosa y un comentario del profesor-investigador del claustro, Gonzalo Cataño. Un siglo después todavía su lectura resulta interesante e ilustrativa, nos traslada a la aurora de la segunda centuria de la patria. Sus autores escriben sobre todos los temas importantes de la cultura, literatura, arte, ciencia, en notas, artículos, ensayos, poemas, etc.

BSC muestra una prosa tersa y sencilla, llena de claridad y de ideas, destinada a sembrar en nuestro  medio provinciano los valores de las personalidades avanzadas y firmes en los principios liberales y democráticos. La inspira una auténtica rebeldía contra la academia que pretende apropiarse del idioma cuando este es del pueblo, “el verdadero y único dueño de las lenguas”. Si bien Sanín y sus compañeros no eran políticos, comprendían su importancia  para lograr el progreso de Colombia y vieron en la práctica de las libertades y en el predominio de las instituciones republicanas, los medios para alcanzar esos cambios que nos apartaran del coloniaje y de la barbarie. Iba más allá de su tiempo hasta el punto de expresar admiración por el socialismo. En 1904 escribió: “el mundo se está haciendo socialista a la vista de todos”, las reformas que se han implantado (en unas partes) impulsadas por las organizaciones obreras “ya tienen al socialismo obrando en la historia”. Baldomero Sanín Cano y algunos de sus colaboradores fueron fieles a su ideario democrático hasta el final de sus días. Un temprano antecesor de los escritores “comprometidos” que iluminarían el siglo XX.

lunes, 1 de febrero de 2010

Pañuelo trágico

Por: José Arizala

Hay un momento en la vida de un gran escritor: cuando sube al podio de la Academia Sueca, donante del Premio Nobel. Es el instante inolvidable en que culmina una existencia de trabajo, esperanza, dolor y felicidad. Breves minutos que resumen una vida, una época, un sueño, un mensaje. El escritor ( a ) transcribe en pocos reglones el talento de muchos años. Esas palabras, que surgen más del corazón, que de la pluma o de la voz, nos hablan de un mundo particular, que se ha vuelto universal. Pensamientos al que todos queremos acercarnos para medir la profundidad del pozo o la extensión del horizonte, sombrío o pleno de luz.


El 7 de diciembre de 2009 le correspondió el turno al discurso de aceptación del esperado Nobel, a la escritora rumana-alemana Herta Müller, en Estokolmo. Es un texto inesperado, absolutamente original, con un título enigmático: “Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso”. Tratemos de interpretarlo: cada palabra es distinta, nos dice algo nuevo, pero guarda un misterio, porque se refiere a lo que ocurre siempre, dibujando con la elipse un ojo ciego y por ello repetitivo. Un círculo que recorre un camino infinito para regresar al punto de partida, tal como el prisionero que marcha hacia adelante pero descubre luego que ese espacio no es otro que el patio de la cárcel. ¿La autora querrá decirnos que la existencia equivale a un encierro, es una casa sin puertas ni ventanas, aunque el huésped anhela el vuelo, la libertad?



"La parte más importante del discurso de la Nobel es cuando explica porque ella escribe. Sencillamente porque no podía hablar. Al escribir se sentía gozando de libertad".



La frase clave alrededor de la cual construye su testimonio es ¿TIENES UN PAÑUELO? Es la pregunta que todas las mañanas le hace su madre cuando la niña, la adolescente, la mujer trabajadora, se apresta a salir de su casa. Es dicha con ternura o indiferencia, pero la hija la escucha siempre porque sabe que es una manera de recibir el amor, el cuidado de su madre. Regresa al cuarto a recoger el pañuelo, más bien pequeño de bordes azul celeste, que apretará en sus manos o acariciará su rostro en alguna hora del día o de la tarde, cuando el clima o las circunstancias lo apremien : “El amor se disfraza de pregunta (…) como si en el pañuelo estuviera mi madre”.

Veinte años después Herta es traductora en una fábrica de maquinarias [en Rumania]. Al comienzo de la jornada se oye el himno a través de los altavoces. Al medio día se escucha el coro de los obreros. Almuerzan con las manos embadurnadas de aceite y la comida envuelta en papel periódico. Al tercer año de empleada comienza una verdadera tragedia. Un hombre forzudo, gigantesco, del Servicio Secreto está en su oficina y le clava los ojos azules centelleantes. Le exige convertirse en “colaboradora”. Pero ella rechaza firmar la carta que le ha puesto sobre su escritorio .Le dice que ella carece de ese “carácter”, es decir, que jamás será policía o denunciará a sus compañeros. El hombre se pone histérico, “rompió la hoja y tiró los trozos al suelo” . El oficial alaba “su inusual conocimiento del ser humano” e insiste, pero ella rechaza el elogio.

La traductora comienza a ser víctima del director de la fábrica y del presidente del sindicato. Es desalojada de su oficina sin previo aviso. Se ve obligada a despachar en una escalera entre el primero y el segundo piso. Todos los días extiende su pañuelo para sentarse y manipular los gruesos diccionarios. El pañuelo se convierte en el único lugar que todavía le une al empleo. Y para colmo comienzan a verla sus colegas como una “soplona”. Finalmente es despedida de la fábrica.

“El hijo de mi abuela se llama Metz”. En una escuela alemana de Tomizoara, maestros del Reich alemán lo convirtieron en un nazi fervoroso.”Ladraba consignas antisemitas”. El abuelo lo reprendió varias veces, pero le habían “ lavado el cerebro”. Durante la guerra quiso ir al frente de voluntario de las SS. Luego celebró la boda y apenas regresó al frente fue destrozado por una mina. En la foto “sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño”.

El pañuelo se convierte, pues, en un elemento importante de la vida campesina. Incluso cruza las fronteras, “pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados”. Recuerda su conversación con Oskar Pastior, quien permaneció en uno de esos campos. Recibe de una madre soviética un pañuelo que guarda como una reliquia y que llevó a casa cinco años después, como símbolo de la esperanza y el miedo. No renunció a él porque, “cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere”.

La parte más importante del discurso de la Nobel es cuando explica porque ella escribe. Sencillamente porque no podía hablar. Al escribir se sentía gozando de libertad, “cuantas más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos”. Su oración termina con una nota de desesperanza: La naturalidad ya nunca regresa cuando la dictadura a uno se la ha robado por completo. “Ya nada es cierto y todo es verdad”. El círculo vicioso se ha cerrado.