viernes, 25 de septiembre de 2009

Escepticismo versus dogmatismo (IX)

Por: José Arizala

Con Platón y Aristóteles la grandeza especulativa de la filosofía griega llega a su mayor altura. El mensaje de sus antecesores, los llamados pre-socráticos, sigue siendo incomprendido o no suficientemente aclarado, como lo afirmó Martín Heidegger.


Luego de Aristóteles vienen escuelas de gran interés, que transitan por senderos distintos. El dogmatismo (de ella ya habíamos hablado en estas notas sobre Hegel) y el escepticismo, su contraparte. Nacieron en Grecia pero fueron trasplantadas a Roma. Hegel no aprecia la civilización romana. Se atreve a decir: “Dentro del funesto mundo romano, se borra con mano áspera todo lo que había de bello y noble en la individualidad espiritual” ( Lecciones de historia de la filosofía t.2 p.339 F.C.E. 1955). Para este filósofo en el “luminoso mundo griego” el individuo está más unido a su Estado, a su mundo y tenía una mayor presencia en él, lo cual desaparece cuando el pensamiento griego es trasladado a un lugar que no es el suyo, que no le dio origen.

El romano pierde la armonía con el mundo, se divorcia de éste, vive para el exterior. Trata de encontrar una nueva unidad, pero lo hace de una manera falsa, artificiosa, lo busca a través de lo abstracto – para Hegel lo abstracto no es lo mismo que la especulación filosófica – lo que lo convierte en un insatisfecho, en contradicción con el mundo y agrega: “Las individualidades vivas de los espíritus de los pueblos se ven reprimidas y son asesinadas, un poder extraño viene a pesar, como lo general abstracto, sobre el individuo”.

Hegel aunque no enumera causas materiales para ese cambio de los romanos en relación con los griegos, sí las insinúa al referirse al “funesto mundo romano” que ha provocado éste marchitamiento del espíritu y subraya las motivaciones ideales: la abstracción que conduce a las escuelas mencionadas. “Estas filosofías de la época, son, pues, las que mejor encuadran al espíritu del mundo romano, dado que la filosofía se halla siempre en estrecha armonía con la concepción general del mundo” Aparece un patriotismo formal así como un sistema de derecho muy desarrollado, pero de esta pobreza “no podía surgir una filosofía especulativa, sino solamente buenos abogados”. El derecho romano es una ciencia práctica que se apoya en la abstracción pero no genera un gran pensamiento, pues carece del aliento espiritual suficiente.

El escepticismo se expande por la élite de Roma y de sus provincias. Tiene varias etapas que se van tornando complejas. Hegel distingue el escepticismo antiguo del moderno y matices entre ellos. Su fundador fue Pirrón, nacido en Elis, contemporáneo de Aristóteles y honrado por la ciudad de Atenas. Fue un “fanático” de esta doctrina hasta el punto de afirmar que la realidad de las cosas sensibles no encerraba verdad alguna y él actuaba en consecuencia, lo que ponía su vida continuamente en peligro: en las calles no se apartaba de los caballos o de los carruajes que avanzaban por ellas, teniendo los amigos y conocidos que de apartarlo de aquellos, incluso se estrellaba contra las paredes, ya que suponía que no existían. Podríamos llamarlo un “dogmático” al revés.Tan acendrado era su escepticismo.

El escepticismo lleva la concepción de la subjetividad hasta el extremo: sustituye el ser del saber por la expresión de la apariencia. Ha sido el mayor enemigo de la filosofía. Todos le temen: destruye lo determinado demostrando su inexistencia. “ Su resultado – dice Hegel – consiste ciertamente en la disolución de la verdad y, por lo tanto de todo contenido, es decir, es la más completa negación” Por ello resulta muy difícil de controvertir. Es lo opuesto al dogmatismo. Si para éste lo importante es lo positivo, para aquel, es lo negativo.

El escepticismo “pensante” es una variante del escepticismo en general. Pone de manifiesto en todo lo determinado y finito su carácter vacilante e inseguro. Es el nacimiento de la duda, que tanta importancia ha tenido en el desarrollo de la filosofía y del pensamiento humano. Ella derrumbó la escolástica y Descartes abrió las puertas de la modernidad. Paradójicamente la lógica adquiere una nueva dinámica gracias a la duda metódica pues se descubre que la contradicción contiene una potencia enorme que obliga a una interrogación más profunda, aunque también puede conducir a que esto o aquello se disuelva como si no existiera. Destaca Hegel: “Desconoce que también esta negación es de suyo un determinado contenido afirmativo, puesto que es, en cuanto negación de la negación, la negatividad referida a sí misma y, más precisamente, la afirmación infinita”. Hegel alude a una de las leyes de la dialéctica, la negación de la negación, sintetizada por su enorme talento.

Esta es la relación entre el escepticismo y la filosofía. La idea abstracta es lo quieto, lo inerte. Solo es verdadera en cuanto se concibe como una idea viva. “ Por ello, concluye Hegel, es necesario que sea una idea dialéctica de suyo, para que pueda vencer aquella quietud inerte y modificarse”. Al modificarse se despliega en el espacio y en el tiempo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Encíclica en medio de la crisis

Por: José Arizala

El papa Benedicto XVI, en el cuarto año de su pontificado, ha publicado su tercera encíclica. Estas son cartas solemnes dirigidas a los obispos y fieles católicos sobre asuntos importantes de la doctrina. Generalmente tratan los temas de la fe y de la moral. Pero algunas han versado sobre problemas sociales y económicos. Tal el caso de la Rerum Novarum, en 1891, 43 años después de la publicación del Manifiesto Comunista.

Luego de la derrota de la revolución de la Comuna de París en 1871, se inició un auge de los movimientos obreros de orientación marxista, comandado por el Partido Social Demócrata de Alemania. La encíclica del 91 se refiere a las relaciones del capital y el trabajo, de los deberes recíprocos entre obreros y patronos para mantener la armonía social y evitar la lucha de clases. Después de la II Guerra Mundial ocurrieron numerosos movimientos revolucionarios que culminaron con partidos comunistas en el gobierno, tanto en Europa del Este, como en Asía y América Latina. El  Papa Paulo VI expidió la encíclica Populorum Progressio, en 1967, que tocó los problemas que genera la pobreza y el desarrollo y presenta la paz como resultado de la justicia social y de la caridad. Desde entonces la situación social del mundo se ha agravado, sobre todo, con la crisis económica de los últimos años.

Benedicto XVI en su encíclica Caridad en la verdad ( 2009), insiste en los temas principales de las anteriores sobre la cuestión social, pero en esta ocasión profundiza en algunos problemas globales que van más allá de la economía. 


...lo más notable de la encíclica es la sugerencia de la intervención de un poder mundial, como el de las Naciones Unidas, capaz de controlar los excesos de la economía globalizada...



Trata de dar una visión general del mundo, incluyendo los temas de la moral cristiana y de la gobernabilidad en estos tiempos de crisis, de enriquecimiento exagerado de unos pocos y de pobreza para muchos. Sus críticas a la economía capitalista son   manifiestas. La solución a las necesidades de los pueblos no está en los planteamientos neo-liberales, para quienes prima el mercado, sino que recuerda a los gobernantes “que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica social”. Afirma que se debe buscar una renovación del orden económico y social del mundo y que las condiciones actuales de la globalización permiten una redistribución de la riqueza a escala nunca vista antes, pero también pueden conducir al incremento de la pobreza y de la desigualdad.

 Para evitar lo último debe aplicarse la caridad, la justicia y el bien común. Esta vez hace hincapié en la “solidaridad”, es decir, que todos se sientan solidarios de todos y por consiguiente, que se ayuden unos a otros, sin atenerse a la acción del Estado. Se puede estar de acuerdo con los conceptos generales de la encíclica. Ellos reiteran la doctrina social de la Iglesia, que incluye pensamientos humanistas. Hay ahora una comprensión más clara  del mercado. Afirma que este no es neutro, que no existe en estado puro, sino que corresponde, también, a una serie de situaciones cambiantes que lo modifican y que la voluntad humana juega un papel importante en su comportamiento. Ve con preocupación cómo se han debilitado los principios tradicionales de la ética.

Recomienda a los capitalistas no dedicarse a la especulación financiera y no ceder a la tentación del beneficio inmediato.  Es decir, no convertir el mercado en un escenario donde el más fuerte se coma al más débil. Reconoce más que en otras ocasiones el papel del Estado en la solución de los problemas sociales. Sin embargo, no va mucho más allá de las  encíclicas anteriores cuando se refiere a las relaciones obrero-patronales y a la propiedad de las empresas. Salvo cuando añade que el interés de sus inversionistas debe tener en cuenta la responsabilidad social que les corresponde.

A mi manera de ver lo más notable de la encíclica es la sugerencia de la intervención de un poder mundial, como el de las Naciones Unidas, capaz de controlar los excesos de la economía globalizada, que han conducido a la actual crisis y evite su repetición ¿ Cuál será su repercusión en el mundo occidental? ¿La tendrán en cuenta los gobiernos, los parlamentos, los partidos políticos cristianos? Temo que en un “país profundamente católico” como Colombia no se la atienda en la práctica. A lo mejor será el tema de sermón de algunos sacerdotes bien intencionados.