lunes, 26 de julio de 2010

Saramago nos recordó a Caín

“Al recibir sus dones, lo acreditó como justo;
por ello sigue hablando después de muerto” Hebreos, 11,4

José Saramago, poco antes de irse para siempre, escribió la novela Caín, (Alfaguara, edición colombiana, 2009), una parábola sobre la creación del mundo y del hombre. El advenimiento de Adán y Eva en el Paraíso, sin el signo del ombligo, señal inequívoca para los demás seres humanos de que  fueron paridos  con el dolor de una madre.

Desde la primera  página Saramago deja claro que el Paraíso quedó atrás y que la tierra que pisa la pareja inédita, es la tierra del dolor, del sudor y de la muerte, un “valle de lágrimas”, como dirá la voz sagrada. Que la sustancia divina de la que aquellos proceden, se convertirá en polvo en el verano y en barro en el invierno. Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia, acusándolo de haber cometido todos los pecados teológicos y ser un violador de la fe. Pero la lucidez de su pensamiento, la integridad de su conducta, fue tal, que ateos, agnósticos y creyentes lo admiraron y aprobaron la dignidad de su vida y la belleza de su prosa, premiada  justamente con el Nobel.

“Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia...”

Saramago supo, pues, desde temprano, que el Paraíso se había ido de su vida y de la de millones de sus compatriotas. Su nacimiento en una aldea perdida de Portugal, su ambular por años como un errante de oficios varios, sin acceso a colegios y a universidades, lo obligó a comprender que debería redoblar su esfuerzo intelectual solitario y después de décadas de intentarlo, cuando ya no era joven, plasmó sus recuerdos y fantasías en papeles manchados de tinta, con los cuales conquistó la gloria y la felicidad del amor. Su compañera fue Pilar del Río y a la vez su traductora al español. Vivieron en Lanzerote, una de las islas Canarias, entre la península ibérica y África.

El escritor no podía olvidar el sacrificio del saber, cómo la pareja primera sufrió la expulsión del jardín del Edén “por el crimen nefando de haber comido el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal”. De esta manera el Dios creador y bondadoso se transformó en vengativo y entonces cometió la primera de las injusticias que repetiría con los humanos, por los siglos de los siglos.

El evangelio según Jesucristo  es la mejor obra de Saramago, escrita con amplio conocimiento de la Biblia y con toda la irreverencia de que es capaz su estilo agudo e imaginativo. Caín retoma los primeros libros de la Biblia y a través de ellos y de sus personajes, devela  los comienzos y motivos de la tragedia humana, en los cuales Dios está presente, pero en permanente lucha con sus criaturas. El hombre busca la libertad, pero Dios lo obliga a cumplir con su destino. En los libros mencionados Saramago plantea un problema fundamental. ¿Si Dios es todopoderoso, por qué permite el Mal, la traición, el sufrimiento, el crimen, las catástrofes naturales, la crueldad y la barbarie de la guerra?

Abel y Caín, los primeros hijos de la tierra, serán los primeros antagonistas de la “historia”, hasta el extremo de que Caín mata a su hermano, por razones no muy claras. Insinúa Saramago que la disputa comenzó por diferencias económicas, surgidas de la propiedad. “Y hubo un día en que Adán pudo comprarse un trozo de tierra, llamarla suya y levantar en la ladera de una colina, una casa de toscos adobes”, “el uno tenía su ganado y Caín su campo”, circunstancias que rompieron la amistad que unía a los dos hermanos desde la más tierna infancia.  ¿Por qué Dios permitió que Caín matara a su hermano?

El escritor Juan Gabriel Vásquez afirma (El Espectador, 25 de junio,2010 ) que hay dos Saramagos: el novelista y el prosista, el continuador de Cervantes, el autor de El memorial del convento, La muerte de Ricardo Reis y el autor de Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Los libros de la imaginación y las largas moralejas pedagógicas. La distinción parece válida, pero Saramago fue uno de los primeros en enunciarla: “Cuando digo que quizá no sea un novelista o quizá lo que hago sea ensayos”.

Creo que poco importa que sean novela o ensayo (a no ser para un profesor de literatura) si tienen ambas formas una alta calidad literaria. El mismo Vásquez lo reconoce como uno de los mejores novelistas de su siglo y un magnífico prosista, es decir, un gran escritor de nuestro tiempo, cuya muerte reciente todos lamentamos, menos el periódico del Vaticano.

martes, 13 de julio de 2010

“Campo santo”


El 14 de diciembre de 2001, W.G. Sebald, murió en accidente automovilístico en la ciudad de Norwich, Inglaterra. Había nacido en Wertach, Alemania, en 1944. Recibió el Premio Heinrich Heine por su obra literaria y otro galardón, póstumamente, por Austerlitz, considerado su mejor libro.

“Por ello, había que escuchar atentamente cada susurro del mundo, tratando de percibir tantas imágenes que nunca han encontrado su reflejo en la poesía, tantos fantasmas que nunca han logrado los colores del estado de vigilia”. Tomamos estas palabras del filósofo Michel Foucault, dichas en otra ocasión, para dar una idea del estilo del escritor alemán, cuya obra Campo santo, (Anagrama, 2007), comentaremos  a continuación:

En primer lugar debemos aclarar que el libro fue organizado por Sven Meyer y publicado después de la muerte de Sabald,  aunque los textos son en su totalidad de este. Está dividido en dos partes: breves prosas y ensayos. Los dos primeros relatos “Pequeña excursión a Ajaccio” y “Campo Santo”, son sencillamente perfectos. Se trata de una visita del autor durante dos semanas a la isla de Córcega, patria de Napoleón Bonaparte. La figura del Emperador queda en un segundo plano, aunque está presente en todas las páginas. “Cuanta más sangre corría por los campos de batalla, me dijo aquel investigador belga de Napoleón, tanto más fresca le parecía crecer la hierba”.

Se inicia con la descripción del Museo dedicado a Napoleón, pero sobre todo del ambiente, el paisaje, los habitantes de dicha isla del Mediterráneo. Es todavía una sociedad arcaica, de cultivadores y pastores, de pescadores y ancianos que viven del pasado, cerca del “campo santo”, donde duermen sus antepasados. Sus trajes ajustados y sus sombreros negros, su reposo casi perpetuo, anticipan su pronto ingreso a un mundo de sombras, lo que contrasta con el sol cálido y la luminosidad del mar. “ Obedeciendo a ese extraño instinto que nos une a la vida, di la vuelta y volví a dirigirme hacía la tierra que, en la distancia me parecía un continente extraño”.

Dos de los principales ensayos se refieren a un acontecimiento ocurrido durante la Segunda guerra mundial, que ha sido poco tratado por los escritores alemanes, sus víctimas  y menos aún por los Aliados, los victimarios: los implacables bombardeos a las ciudades alemanas. Sebald considera que ese silencio se debe a que fueron testigos de la terrible destrucción de sus más bellas y populosas ciudades, por parte de oleadas interminables de aviones que arrojaban poderosas bombas, muchas de ellas incendiarias, con las cuales no solo querían destruir el cemento, el asfalto, los puentes, los hospitales y las iglesias, sino romper para siempre la moral de lucha del pueblo alemán. Con la ayuda de Freud, “el investigador de almas”, recuerda que esa clase de recuerdos son imposibles y más aún, hablar de ellos.  Y si a lo anterior agregamos un oculto complejo  de culpa, podremos comprender las  causas de ese silencio mortal.

La indignación, sin embargo, permanece aunque no siempre salga a flote. ¿Por qué no bombardear  solo los objetivos militares y preferir barrios civiles donde los seres indefensos despertaban en medio de las llamas y el ruido aniquilador? Las ciudades se derrumbaban y las mujeres y los niños morían destrozados. ¿Eran culpables o inocentes? No estaban en los campos de batalla. Era la técnica al servicio de la deshumanización del hombre.

 La persistencia de la memoria frente a la muerte es el tema del escritor y dramaturgo alemán Peter Weiss. Signo de su escritura es “mantener el equilibrio entre los vivos con todos los muertos que llevamos dentro”. De alguna manera también somos culpables de las tragedias del mundo. Pero la compasión por ellas no es suficiente. Se convierte en memoria abstracta. Se  requiere una reconstrucción del “momento concreto del tormento”. No basta, pues, solidarizarnos con el dolor. En la descripción de ese itinerario de la tragedia esta el camino de su superación e impedirla de nuevo. Evitar que esa destrucción se convierta en estado de permanencia.


Jean Améry soportó el confinamiento en Auschwitz. Años después de su liberación logró convertir sus vivencias en ensayos, para testimoniar que el mundo imaginado y realizado por el fascismo alemán era el mundo de la tortura, en que el hombre existe solo “destruyendo al que tiene ante sí”. A pesar de algunos temas de este libro que nos muestran el espectro de la muerte, lo leí con la alegría que producen los descubrimientos, el descubrimiento de un gran escritor.


jueves, 1 de julio de 2010

Lecciones para comentar


Por: José Arizala

A todos, tirios y troyanos, nos sorprendió la diferencia numérica de votos entre los dos principales contendientes en las elecciones de la primera vuelta, el 30 de mayo pasado. Creíamos que el entusiasmo que veíamos en las calles y en los hogares por Antanas Mockus, que constituían una verdadera “ola verde”, compensaba la ayuda total que el gobierno de Uribe le prestaba a su candidato Juan Manuel Santos. Que una nueva era podría surgir de ese enfrentamiento electoral, capaz de modificar las viciadas conductas de la vida política colombiana. ¡Oh inocentes palomas!

Escribo esta columna, por razones de edición, una semana antes del 20 de junio de 2010, cuando todo se habrá consumado, muy probablemente con el triunfo del candidato del “establecimiento”, el “único capaz” de ejecutar una política sin contemplaciones contra la insurgencia y de mantener la “libertad y el orden”. Y que la oposición  se atenga a las consecuencias, si no acepta sumarse a la “unidad nacional” que se le propone.

El Partido Verde y su capitán – él insiste en que es un equipo – debe sacar las debidas lecciones de esta primera aventura. Las montoneras – la falta de un partido político –  conduce al fracaso. En política la emoción es útil cuando se convierte en una pasión inteligente (pasión en la forma, inteligente en el contenido) De ella surge la fuerza que puede cambiar las cosas, las circunstancias, las instituciones, los gobiernos, que el futuro se torne mejor que el presente. La pasión debe convertirse en  organización, en programa, con directores conocedores de la realidad social y política en que se vive y actúa. La política es un hombre con los píes en la tierra,  que también hace parte del mundo de la aritmética, de las sumas y las restas Las emociones juveniles debe adquirir formas concretas de lucha, como la muy sencilla de levantarse de la cama un domingo en la mañana e ir a votar. La política tiene un horizonte abigarrado, de sol y de sombras, donde se pierde o se gana. El empate es para los partidos de fútbol, no para quienes sueñan realmente con un mundo mejor.

El enemigo no es la política. No lo es per se como decimos los abogados. Resulta sucia, fea o falsa según sus ejecutores, por sus medios y fines. Por los oscuros intereses que pueden estar en juego, o como lo dice Mockus certeramente, “no todo vale”. Pero  es el instrumento que han inventado los hombres para autogobernarse desde los tiempos citadinos. Para no matarnos por los asuntos que nos separan, que nos colocan en bandos opuestos, debemos hablar. El diálogo es el método por excelencia de la política. Lo otro es barbarie. El dilema existente es “civilidad o barbarie”. No siempre se logra, pero debemos buscarlo. Desgraciadamente la historia universal es la historia de las guerras.  La guerra no declarada que sufrimos los colombinos no es un hecho  único, fortuito, ni siquiera en nuestra propia historia. Esto debemos tenerlo presente para poder encontrar una solución a nuestro ya largo conflicto armado. Desde luego éste es un acontecimiento lamentable. Como dice el poeta Bertolt Brecht: “Pobre el país que necesita héroes”.

Antes del 30 de mayo el entusiasmo por Mockus comenzó a derrumbarse, sobre todo en  los jóvenes universitarios e intelectuales y ejecutivos apartados de la política activa.  He preguntado a algunos de ellos por las razones de su enfriamiento. Dicen no haber encontrado finalmente en sus discursos un pensamiento coherente, conforme a sus necesidades y aspiraciones. Los mensajes que el profesor les enviaba por los medios electrónicos resultaban insustanciales, no se referían a sus problemas reales y de sus familias, demasiado generales. Así debieron percibirlo también en los barrios populares de Bogotá, por ejemplo, que no visitó y donde ganó Santos. No se refirió a su pobreza, al empleo, salud, vivienda. Criticaron sus elogios al Presidente Uribe y a su obra de gobierno. No compartieron  el ataque al Polo Democrático Alternativo que, de alguna manera, defendía sus intereses y representaba sectores populares.  Alguno de sus jóvenes críticos me manifestó que parecía que Mockus sintió miedo de ser Presidente de Colombia y se asustó ante la ola popular que lo aclamaba.