Por: José Arizala
A todos, tirios y troyanos, nos sorprendió la diferencia numérica de votos entre los dos principales contendientes en las elecciones de la primera vuelta, el 30 de mayo pasado. Creíamos que el entusiasmo que veíamos en las calles y en los hogares por Antanas Mockus, que constituían una verdadera “ola verde”, compensaba la ayuda total que el gobierno de Uribe le prestaba a su candidato Juan Manuel Santos. Que una nueva era podría surgir de ese enfrentamiento electoral, capaz de modificar las viciadas conductas de la vida política colombiana. ¡Oh inocentes palomas!
Escribo esta columna, por razones de edición, una semana antes del 20 de junio de 2010, cuando todo se habrá consumado, muy probablemente con el triunfo del candidato del “establecimiento”, el “único capaz” de ejecutar una política sin contemplaciones contra la insurgencia y de mantener la “libertad y el orden”. Y que la oposición se atenga a las consecuencias, si no acepta sumarse a la “unidad nacional” que se le propone.
El Partido Verde y su capitán – él insiste en que es un equipo – debe sacar las debidas lecciones de esta primera aventura. Las montoneras – la falta de un partido político – conduce al fracaso. En política la emoción es útil cuando se convierte en una pasión inteligente (pasión en la forma, inteligente en el contenido) De ella surge la fuerza que puede cambiar las cosas, las circunstancias, las instituciones, los gobiernos, que el futuro se torne mejor que el presente. La pasión debe convertirse en organización, en programa, con directores conocedores de la realidad social y política en que se vive y actúa. La política es un hombre con los píes en la tierra, que también hace parte del mundo de la aritmética, de las sumas y las restas Las emociones juveniles debe adquirir formas concretas de lucha, como la muy sencilla de levantarse de la cama un domingo en la mañana e ir a votar. La política tiene un horizonte abigarrado, de sol y de sombras, donde se pierde o se gana. El empate es para los partidos de fútbol, no para quienes sueñan realmente con un mundo mejor.
El enemigo no es la política. No lo es per se como decimos los abogados. Resulta sucia, fea o falsa según sus ejecutores, por sus medios y fines. Por los oscuros intereses que pueden estar en juego, o como lo dice Mockus certeramente, “no todo vale”. Pero es el instrumento que han inventado los hombres para autogobernarse desde los tiempos citadinos. Para no matarnos por los asuntos que nos separan, que nos colocan en bandos opuestos, debemos hablar. El diálogo es el método por excelencia de la política. Lo otro es barbarie. El dilema existente es “civilidad o barbarie”. No siempre se logra, pero debemos buscarlo. Desgraciadamente la historia universal es la historia de las guerras. La guerra no declarada que sufrimos los colombinos no es un hecho único, fortuito, ni siquiera en nuestra propia historia. Esto debemos tenerlo presente para poder encontrar una solución a nuestro ya largo conflicto armado. Desde luego éste es un acontecimiento lamentable. Como dice el poeta Bertolt Brecht: “Pobre el país que necesita héroes”.
Antes del 30 de mayo el entusiasmo por Mockus comenzó a derrumbarse, sobre todo en los jóvenes universitarios e intelectuales y ejecutivos apartados de la política activa. He preguntado a algunos de ellos por las razones de su enfriamiento. Dicen no haber encontrado finalmente en sus discursos un pensamiento coherente, conforme a sus necesidades y aspiraciones. Los mensajes que el profesor les enviaba por los medios electrónicos resultaban insustanciales, no se referían a sus problemas reales y de sus familias, demasiado generales. Así debieron percibirlo también en los barrios populares de Bogotá, por ejemplo, que no visitó y donde ganó Santos. No se refirió a su pobreza, al empleo, salud, vivienda. Criticaron sus elogios al Presidente Uribe y a su obra de gobierno. No compartieron el ataque al Polo Democrático Alternativo que, de alguna manera, defendía sus intereses y representaba sectores populares. Alguno de sus jóvenes críticos me manifestó que parecía que Mockus sintió miedo de ser Presidente de Colombia y se asustó ante la ola popular que lo aclamaba.
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