miércoles, 9 de septiembre de 2009

Encíclica en medio de la crisis

Por: José Arizala

El papa Benedicto XVI, en el cuarto año de su pontificado, ha publicado su tercera encíclica. Estas son cartas solemnes dirigidas a los obispos y fieles católicos sobre asuntos importantes de la doctrina. Generalmente tratan los temas de la fe y de la moral. Pero algunas han versado sobre problemas sociales y económicos. Tal el caso de la Rerum Novarum, en 1891, 43 años después de la publicación del Manifiesto Comunista.

Luego de la derrota de la revolución de la Comuna de París en 1871, se inició un auge de los movimientos obreros de orientación marxista, comandado por el Partido Social Demócrata de Alemania. La encíclica del 91 se refiere a las relaciones del capital y el trabajo, de los deberes recíprocos entre obreros y patronos para mantener la armonía social y evitar la lucha de clases. Después de la II Guerra Mundial ocurrieron numerosos movimientos revolucionarios que culminaron con partidos comunistas en el gobierno, tanto en Europa del Este, como en Asía y América Latina. El  Papa Paulo VI expidió la encíclica Populorum Progressio, en 1967, que tocó los problemas que genera la pobreza y el desarrollo y presenta la paz como resultado de la justicia social y de la caridad. Desde entonces la situación social del mundo se ha agravado, sobre todo, con la crisis económica de los últimos años.

Benedicto XVI en su encíclica Caridad en la verdad ( 2009), insiste en los temas principales de las anteriores sobre la cuestión social, pero en esta ocasión profundiza en algunos problemas globales que van más allá de la economía. 


...lo más notable de la encíclica es la sugerencia de la intervención de un poder mundial, como el de las Naciones Unidas, capaz de controlar los excesos de la economía globalizada...



Trata de dar una visión general del mundo, incluyendo los temas de la moral cristiana y de la gobernabilidad en estos tiempos de crisis, de enriquecimiento exagerado de unos pocos y de pobreza para muchos. Sus críticas a la economía capitalista son   manifiestas. La solución a las necesidades de los pueblos no está en los planteamientos neo-liberales, para quienes prima el mercado, sino que recuerda a los gobernantes “que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica social”. Afirma que se debe buscar una renovación del orden económico y social del mundo y que las condiciones actuales de la globalización permiten una redistribución de la riqueza a escala nunca vista antes, pero también pueden conducir al incremento de la pobreza y de la desigualdad.

 Para evitar lo último debe aplicarse la caridad, la justicia y el bien común. Esta vez hace hincapié en la “solidaridad”, es decir, que todos se sientan solidarios de todos y por consiguiente, que se ayuden unos a otros, sin atenerse a la acción del Estado. Se puede estar de acuerdo con los conceptos generales de la encíclica. Ellos reiteran la doctrina social de la Iglesia, que incluye pensamientos humanistas. Hay ahora una comprensión más clara  del mercado. Afirma que este no es neutro, que no existe en estado puro, sino que corresponde, también, a una serie de situaciones cambiantes que lo modifican y que la voluntad humana juega un papel importante en su comportamiento. Ve con preocupación cómo se han debilitado los principios tradicionales de la ética.

Recomienda a los capitalistas no dedicarse a la especulación financiera y no ceder a la tentación del beneficio inmediato.  Es decir, no convertir el mercado en un escenario donde el más fuerte se coma al más débil. Reconoce más que en otras ocasiones el papel del Estado en la solución de los problemas sociales. Sin embargo, no va mucho más allá de las  encíclicas anteriores cuando se refiere a las relaciones obrero-patronales y a la propiedad de las empresas. Salvo cuando añade que el interés de sus inversionistas debe tener en cuenta la responsabilidad social que les corresponde.

A mi manera de ver lo más notable de la encíclica es la sugerencia de la intervención de un poder mundial, como el de las Naciones Unidas, capaz de controlar los excesos de la economía globalizada, que han conducido a la actual crisis y evite su repetición ¿ Cuál será su repercusión en el mundo occidental? ¿La tendrán en cuenta los gobiernos, los parlamentos, los partidos políticos cristianos? Temo que en un “país profundamente católico” como Colombia no se la atienda en la práctica. A lo mejor será el tema de sermón de algunos sacerdotes bien intencionados.

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