miércoles, 11 de febrero de 2009

Claude Lévi-Strauss

Por: José Arizala
    

  Cien años de vida no son pocos. No lo digo por el día tras otro en un siglo, sino por lo que Lévi-Strauss ha pensado en ese extenso lapso de tiempo. ¿Se imaginan ustedes? Pensar con la capacidad maravillosa de convertirlo en pensamiento, en teoría, sin la cual es imposible mirar el mundo Sin ella el mundo sería un montón de ramas secas sobre las cuales caería en cualquier momento el rayo encendido. Todo desaparecería para siempre. No quedarían testigos del quehacer de los hombres, de los animales, de las plantas ni de las cosas. Solo el silencio y la nada se posarían sobre la tierra desnuda.

 

Lévi-Strauss se lanzó al descubrimiento del mundo. La Amazonía, primero, fue durante algunos años su hogar y los indígenas de la selva y el agua sus compañeros o mejor, sus maestros, que le enseñaron los misterios de sus vidas a través de un lenguaje escaso y rico en imágenes, que contenía, sin embargo, lo indispensable para seguir viviendo. Encontró en sus relaciones y costumbres las estructuras humanas más profundas y sentidas. En sus excentricidades halló las constantes de la condición humana; que él también era otro con los otros, hasta el punto de decir: “Nunca más, en ninguna parte, volveré a sentirme en mi casa”. La antropología, la etnología que él fundó, se convirtió en la clave para el conocimiento del hombre y de su entorno.

 

  ¿Vale la pena hacer un viaje tan largo hasta el corazón virgen de la selva para entrevistar a unos hombres extraños y primitivos, por parte de un francés culto que camina todos los días por los elegantes bulevares de París? Se pregunta en sus memorias si tiene el compromiso de contarlo todo. ¿Cómo distinguirle al lector lo que es insignificante o decisivo que le permitió definir una ley del parentesco o el hallazgo de una relación entre amantes o conocidos? Sin duda nos sorprende porque está más allá del canon occidental en el cual hemos vivido y al cual nos hemos sometido.

 

   Un vasto océano los separaba. El mundo  europeo que había terminado la gran guerra, cedía su lugar a un continente  verde desconocido. La Francia burguesa  de una intensa cultura, a la sociedad feudal brasileña. El etnólogo de oficina no llega lejos. Tiene que descender al terreno, a la “tierra incógnita” , pero debe hacerlo con alegría. Lévi-Strauss afirma que  estudió las otras sociedades diferentes a la suya “ con  simpatía infinita y casi con ternura” No eran los suyos los ojos del conquistador o del colonialista, sino del científico desinteresado, pero sí apasionado por el destino humano.


... él también era otro con los otros, hasta el punto de decir: “Nunca más, en ninguna parte, volveré a sentirme en mi casa”.


  ¿Cuál es el criterio para valorar las sociedades? ¿Acaso calificarles entre “primitivas” o “civilizadas”? No se pueden ordenar de acuerdo con el “progreso” ya que éste es de doble sentido, hay mejoras y caídas en la vida colectiva e individual y no es lo mismo  observar una sociedad desde el exterior que en el interior de ella, ni el resultado es igual para el que mira ni para el que lo siente.

 

  Lévi-Strauss relata la ansiedad del que ve pero no comprende o solo puede contemplar parte de una vasta y rica realidad o la nostalgia de llegar tarde cuando seres y sucesos ya existieron, sin poder haber sido testigo y dar fe de ellos. El explorador goza con lo insólito, con lo extraño, con el misterio que no alcanza, con el árbol, el río o el animal de un reino encantado, pero también terrible para sus habitantes según el juicio de un europeo que habla, aunque no se lo proponga, en nombre de una antigua civilización nacida, también, del atropello y de la barbarie.

 

    Solo el paso del tiempo nos permite mirar lo que vimos, oír el canto de la naturaleza que no escuchamos,  el mensaje del silencio del desierto que no desciframos y que ahora, de pronto, despierta en la noche y nos revela su verdad oculta. Por ello Lévi-Stauss solo pudo escribir su gran libro, ciencia y autobiografía a la vez, Tristes trópicos, veinte años después de sus viajes al Brasil, cuando su  mente recorrió de nuevo la extensión de la Tierra.

 

   Este antropólogo, etnólogo, filósofo y poeta también  estudió a  América del Norte, Birmania, la India, los desiertos de Arabia, los bancos de Terranova, la meseta boliviana, Alemania y otros lugares. Su filosofía ha dado origen a uno de los movimientos más importantes del siglo XX, el estructuralismo, que inspira las  ciencias contemporáneas. Continúa vivo y pensante, ha cumplido su primer siglo de inmortalidad.

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