miércoles, 3 de noviembre de 2010

Reforma y Modernidad (XV)


La religión cristiana jugó un rol contradictorio en el paso a la modernidad. Por un lado, tendió a frenarla al imponer sus  verdades absolutas, por el otro, gracias a la Reforma Protestante, la impulsó hacia horizontes de libertad intelectual y de conciencia. Hegel no vacila en calificar a la Reforma de revolución del espíritu que conduce al hombre a reconciliarse consigo mismo. (Lecciones de Historia de la filosofía FCE. 1955).

La intensa religiosidad medieval había apartado, en cierta medida, al hombre de la tierra y de los cuerpos y, paradójicamente, de las virtudes humanas y de la moralidad, en lo que estas conciernen a la convivencia humana y a la propia conciencia. La Iglesia comienza a considerar el matrimonio como institución respetable y a restarle importancia al ascetismo y al celibato; la pobreza que permitía vivir de las limosnas ya no es vista como una virtud, sino más bien su contraria, la riqueza. Va ganando importancia el trabajo honrado y la satisfacción de su producido. El voto de obediencia, que resultaba opresivo, comienza a convertirse en su contrario, en conciencia de libertad, pero todavía no como un derecho, sino como un don de Dios. Conformase así una tríada: el comienzo de la libertad intelectual, el matrimonio y la posesión de los bienes materiales, que contribuirá al desarrollo económico y social.

Cada día resulta más claro que la santificación del hombre depende de su conducta y de sus obras, sin recurrir a la mediación del sacerdote, como hasta entonces. La distancia entre el creyente y el aparato jerárquico de la Iglesia se amplía, poniéndose el énfasis en que el espíritu divino  debe morar en el corazón del hombre y no en su exterioridad, lo que lo acerca más a Dios. La idea plena de la libertad surgirá después con el desarrollo del pensamiento pensante y del saber del hombre. Este gana a la vez seguridad en lo que hace y “encuentra alegría en sus obras, considerándolas como algo lícito y legítimo”. Abriéndose a la subjetividad, al reconocimiento de que posee una voluntad que le permite hacer lo uno o lo otro.  Sus fines subjetivos los somete “al foro de la razón”. El arte y la industria dejan de ser algo pecaminoso ajeno a Dios y se torna en una actividad tolerada y luego aceptada como justa y legítima.

“Es de Lutero de quien arranca el movimiento de la libertad del espíritu en su propia medula y revistiendo además la forma de un movimiento que se  mantiene dentro de esa medula” (Hegel, T. III p.192). La Reforma Protestante produce un fuerte enfrentamiento en el interior del cristianismo: entre una corriente rebelde surgida en Alemania, comandada por un cura de base, Martín Lutero y la poderosa  jerarquía vaticana, presidida por el Papa romano.

La tremenda sacudida plantea una nueva relación “entre el hombre y la vida divina existente sobre la tierra, que se manifiesta bajo la forma de la corrupción de la Iglesia y de la temporalización de lo eterno mediante los impulsos sensuales del hombre”. (Hegel). En otras palabras, el filósofo germano observa que esta lucha religiosa fratricida obliga al hombre europeo a buscar  la superación de dos mundos hasta ahora separados, el abstracto de la divinidad y el terrenal, escenario de la vida humana. La nave de la Iglesia Católica choca con el escollo de una realidad que se plantea “bajo una forma tan corrompida que el buen sentido del hombre tenía necesariamente que sublevarse y rebelarse contra ello”. Si bien la Reforma ocasionó la escisión en el seno de la Iglesia cristiana, también el esfuerzo opuesto por cambiar lo corrupto, para mantenerse dentro de sus principios tutelares.  

El planteamiento de Hegel se anticipa al pensamiento filosófico futuro: los acontecimientos, los eventos, en que los humanos son los autores, pueden modificar las concepciones del mundo y la historia universal, incluso en asuntos aparentemente ajenos a sus poderes, como el religioso, por ejemplo.
La Reforma luterana acentuó el elemento subjetivo, no reconoce la autoridad de los Padres de la Iglesia ni la de Aristóteles, tampoco la filosofía y el rigor de la teología, en una palabra, a la Escolástica. El criterio de la verdad es el modo como se proyecta en mi corazón, “es mi corazón quien tiene  que  decirme si lo que tengo por verdad es realmente la verdad”.

1 comentario:

  1. Profesor: lo sigo atento en Ambito Jurídico; de hecho lo leo de atrás pa'lante. Dónde puedo conseguir las entradas del I al VII sobre sus lecciones de historia del pensamiento? de la filosofía? en fin, el blog arranca a partir de la VIII "Después de Sócrates" Gracias (becabra@gmail.com)

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