lunes, 9 de agosto de 2010

El ascenso a la modernidad (XIV)



Si convirtiéramos en imágenes geográficas la historia de la filosofía hasta  ahora señaladas, diríamos: en un comienzo estaban las ideas  en el fondo del mar del archipiélago jónico, donde se balbuceaban los pensamientos germinales sobre los cuales se edificaría el imponente edificio de la filosofía universal; luego, las playas iluminadas de las ciudades griegas, romanas, alejandrinas; la meseta casi infinita de la Edad Media, en cuyas catedrales y conventos se escuchaban los coros de los monjes. Ahora iniciamos el ascenso a la Modernidad donde encontraremos una cordillera de cumbres filosóficas como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger.

El balance que hace Hegel del escolasticismo, como yo lo habíamos anotado, es negativo: “Visto en su conjunto, es una bárbara filosofía del entendimiento sin ningún contenido real, una filosofía que no suscita en nosotros ningún interés verdadero y a la que, desde luego, no podemos retornar”.

“El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación.”

Sin embargo, la Escolástica ha sido el cuerpo de doctrina más sólido y prolongado del pensamiento. Nació en Europa. Vivió mil años y se extendió a varios continentes, haciendo parte de los ejércitos de los países coloniales. Tal ocurrió con América Latina, cuando capitanes y sacerdotes españoles y portugueses lo implantaron en el Nuevo Mundo. En Colombia comenzó con el descubrimiento y la conquista en el siglo XV. Se prolongó durante la primera centuria de nuestra vida independiente. Se exponía en los seminarios, universidades, púlpitos, en la prensa y en la escasa producción editorial. El partido conservador –  religión y política siempre van unidos, aunque, desde luego, no son lo mismo – convirtió el neo-tomismo, prolongación de la Escolástica, en el centro de su ideario político y religioso.

Poco a poco las ideas de la Ilustración, del liberalismo económico, un fuerte anticlericalismo y  un ateísmo moderado, se fueron abriendo campo en nuestro país, sobre todo en su intelectualidad. Solo hasta la segunda década del siglo XX aparecieron las ideas marxistas y los primeros grupos y partidos obreros y revolucionarios. Aunque todos los anteriores  eran síntomas de la modernidad, ésta no se ha logrado plenamente. La Escolástica, sigue pesando sobre  nuestra concepción del mundo, metafísica y dogmática.

El pleno ejercicio de la modernidad exige el predominio de las ideas transformadoras, impulsadas por los descubrimientos de la ciencia y de la filosofía. El tránsito del medioevo a la modernidad ocasionó cambios y estremecimientos en la cultura europea. Se inicia una etapa de profundas dudas en lo que se había creído hasta entonces y enorme confusión de ideas y sentimientos. Una nueva mentalidad y otra sensibilidad aparecen. El ojo cambia la dirección  de su mirada. De la contemplación del cielo a la búsqueda de la tierra, a una especie de escrutinio del universo, su conformación, sus metales, sus elementos, sus fuerzas naturales. Y lo más importante, la escogencia de los fines terrenales del hombre.

Con la aparición de la producción de mercancías destinadas al comercio se comenzó a romper el feudalismo y  desde luego, la sociedad feudal. Fueron apareciendo nuevas clases sociales, obreros, burgueses, capas medias, con intereses y concepciones diferentes. Germinaron nuevas ideas y sistemas filosóficos. Pero la transformación más profunda y decisiva de la nueva época, ocurre  cuando “el espíritu se recobra a sí mismo y se eleva al postulado de encontrarse y saberse como conciencia de sí real tanto en el mundo suprasensible como en la naturaleza inmediata” (Hegel). Tal salto dialéctico en el espíritu humano trae como consecuencia el “renacimiento”  de las artes y las ciencias de la antigüedad. Este aparente retroceso, el de interesarse de nuevo en la cultura pagana, conduce al hombre a ocuparse de sí mismo, a distanciarse en cierta medida de la naturaleza y de la divinidad y a profundizar en su mundo interior, en su conciencia. El hombre se convierte en el centro de la reflexión del hombre. Aquí se inicia la contraposición entre el entendimiento y la doctrina eclesiástica o de la fe. Es decir, penetramos en otro mundo de enorme riqueza y belleza, el del humanismo.

El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación. Y de uno de los más deliciosos manjares que  desde hace  dos mil quinientos años todavía saboreamos: los diálogos de Platón.

1 comentario:

  1. muy interesante su comentario, pero recuerde que el conocimiento no nació en europa como usted trata de exponerlo en su artículo. antes estuvieron los judíos, musulmanes, chinos, egipcios, africanos.
    un amigo estudioso decía que cuando en Europa andaban en los arboles en africa ya habían bibliotecas.
    lo anterior sin desconocer el aporte europeo. clarto sin olvidar que acá en america tambien habían pensadores antes y despues de la famosa Invasión y exterminio europeo.

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