Por: José Arizala
Con la decadencia del mundo romano, en los comienzos de la Edad Media, la cultura en Occidente prácticamente se eclipsó. Sobrevivieron unos pocos comentarios latinos y tratados de poca relevancia intelectual. Pero como los hombres no pueden permanecer en la orfandad del pensar poco a poco las mentes volvieron a andar. Lo que siguió fue la Escolástica, que según Hegel presenta en su conjunto una apariencia monocolor.
El alemán capta un rasgo general que permanecerá desde el siglo VI hasta casi el XVI. Difícil encontrar notables gradaciones filosóficas en esa extensa filosofía fuera del tiempo, que daba la sensación de un “pensamiento perenne”, el cual resultaba fácil señalar como venido del cielo y para toda la eternidad. No es en rigor filosofía. Se trata más bien de una teología. Los grupos donde se creaban estos pensamientos eran las escuelas “scholasticos”, que funcionaban anexas a las grandes catedrales y monasterios. Los padres más competentes recibían el nombre de “escolásticos”, más tarde fueron los “doctores” (“doctores tiene la Santa Madre Iglesia”).
Hegel no tiene una buena idea de la escolástica. Para él no es más que la ciencia de los conceptos doctrinales que todo cristiano debe abrigar. En términos más rigurosos la define como teología: “El tema esencial y único de la teología, como teoría de lo divino, es la naturaleza de Dios” Los doctores van entrando en un campo específico que se acerca a la filosofía. Con el paso de los siglos, el comienzo de la diferenciación de la filosofía de la teología, “marca precisamente el tránsito a los tiempos modernos, en los cuales se admite ya la posibilidad de que la razón pensante admita algo como verdad que no lo sea para la teología” (Hegel, Lecciones de historia de la filosofía. F.C.E. 1955. T. III . p. l06). Para la escolástica propiamente dicha todo residía más allá de la realidad.
En el paganismo la naturaleza exterior tanto como el pensamiento estaban bien, contenían un significado afirmativo. Pero bajo el cristianismo la raíz de la verdad tiene ya un sentido completamente distinto. Ahora la naturaleza, la conciencia de sí mismo y no solo los dioses paganos y la filosofía, tienen una posición negativa. La naturaleza para los cristianos carece de interés, el firmamento, el sol, la naturaleza, “son un gran cadáver”. La espiritualidad se ha ido de la materia, carece de subjetividad, por ello puede interrumpirse su curso natural. Esto explica los milagros. La verdad, pues, no tiene asiento en la naturaleza, sino que es revelada.
Desde luego, agrego, algunas de estas concepciones cristianas han evolucionado y tratan de ponerse a tono con aspectos de la ciencia moderna, aceptando, por ejemplo, la teoría darwiniana de la evolución de las especies, mas no los avances de la genética, los anticonceptivos, etc. En el interior de la escolástica aparece la filosofía, la contraposición entre la fe y la razón. Según los escolásticos, la razón encuentra su realización en otro mundo, no en este, mientras que las tendencias vivas de la cultura tienden a restaurar la fe en “este” mundo. Hegel hace una aportación valiosa cuando anota que la escolástica, “por lo que se refiere al hombre real, su reconocimiento no radica en las relaciones sociales, sino en otra parte, fuera de ellas”. Esta idea de que “el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales”, la tomará Marx para una de sus definiciones del hombre.
Esa ausencia de la racionalidad de lo real, según Hegel, “muestra la barbarie de un pensamiento como éste” (el escolástico). Aferrado a otro mundo que no posee el concepto de razón, es decir, “El concepto de que la certeza de sí mismo es toda la verdad”, pensamiento que no es aquí un movimiento independiente (propio) de la verdadera filosofía, “que penetra la esencia y la proclama”.
La mayor debilidad de la escolástica reside en que su mundo es el mundo de la religión cristiana, o sea, el de Dios inmutable, la materia solo como creación divina, la libertad o no del hombre, en que el entendimiento gira en torno a lo que se manifiesta y percibe (el realismo filosófico, sobre todo en Santo Tomás). Utiliza las categorías de potencia y acto, de libertad y necesidad, de calidad y de sustancia, tomadas de la filosofía aristotélica. Con ellas el pensamiento escolástico entra en infinitas distinciones, lo que le da un carácter deductivo, propio de un proceso lógico formal. Hegel concluye afirmando : “La filosofía escolástica consiste, pues, en un razonar silogístico”. O sea, en una cadena de abstracciones.
Por juicios como los anteriormente expuestos, el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila llamó a Hegel un gran blasfemo.
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