Por: José Arizala
La Universidad Nacional de Colombia ha iniciado la publicación de colecciones de libros sobre diversas materias: literatura, historia, sociología, filosofía. En la “Colección general, biblioteca abierta”, podemos leer el tomo dedicado a La crisis colombiana. Reflexiones filosóficas (2008), cuyo editor es Rubén Sierra Mejía. Incluye contribuciones de Alfredo Gómez-Müller, Adolfo Chaparro, Adolfo León Gómez, Luis Eduardo Hoyos, Ciro Roldán, Francisco Cortés, Daniel Bonilla Maldonado, Freddy Salazar, Juan José Botero, Mauricio Rengifo, Leonardo Tovar. Los ensayos se refieren al lenguaje de la guerra, genealogía de la pre-modernidad en Colombia, el problema de la legitimidad política, ética empresarial, un asunto de responsabilidad social, ¿educación para la democracia sin democracia?
El libro muestra aspectos de la crisis colombiana dichos a un nivel filosófico. Es decir, con las categorías que la filosofía política ha elaborado para comprender este tipo de problemas. Describe, además, temas como el del Estado de Derecho, la seguridad de la soberanía estatal, las instituciones políticas y las minorías culturales, la justicia social y se pregunta si la justicia debe ser nacional, global o transnacional.
Un rasgo novedoso del libro del que damos cuenta es el de los problemas generados por la política mundial. Como afirma el editor:” Hoy en día no se puede dejar de pensar en las nuevas relaciones económicas surgidas de la globalización y de la naturaleza del capitalismo en esta última fase de su desarrollo, un capitalismo en expresión de Gregor Gysi, “superfluo y, agrego, autófago, cuya característica esencial parece reducirse a una enorme cifra virtual que se alarga y se encoge produciendo euforia o pánico cuando estos fenómenos de aumento y disminución de dígitos aparecen en las pantallas de televisión o de un computador, un capitalismo cuya consecuencia más visible ha sido la de desentenderse de las condiciones sociales en que engorda, para el que no hay otra obligación que la de crecer y que ha llenado de miseria a los países – aun los ricos – que le han permitido su desarrollo”.
“... el lenguaje se puede convertir en un instrumento de guerra, contradiciendo
su esencia pacífica, de instrumento de la política.”
¿Pensar en el tiempo presente es una tarea para el filósofo colombiano? Diversas opiniones hay al respecto. Mas lo cierto es que desde los griegos los filósofos se han encargado de su tiempo y lugar. Sierra Mejía opina que “esos problemas vitales del filósofo son los que le han dado vida al saber filosófico”, con mayor razón en estos tiempos oscuros en que las instituciones sienten que sus fundamentos se desmoronan.
Como ejemplo de lo anteriormente anotado destacamos el ensayo “Lenguaje de la guerra, muerte de la política” de Alfredo Gómez-Müller Este sostiene que el lenguaje se puede convertir en un instrumento de guerra, contradiciendo su esencia pacífica, de instrumento de la política. La agresividad verbal, los insultos al adversario, agudiza el conflicto, lo prolonga. Dice que si la guerra es lo que afirma Clausewitz :” un acto de violencia en el cual buscamos obligar al adversario a ejecutar nuestra voluntad”, el lenguaje bélico equivaldría al no-lenguaje. O sea que la expresión misma “el lenguaje de la guerra” sería contradictoria, porque excluiría justamente el lenguaje como relación fundamental con el otro; el lenguaje es la paz originaria, podría decirse con Levinas.
El texto de Gómez-Müller trae como epígrafe frases de Alfonso López Pumarejo dirigidas en agosto de l952 al conservador Mariano Ospina Pérez, ex-presidente de Colombia: “No renuncian al ademán bélico de los neófitos del fascismo, ni dejan de emplear el lenguaje de la guerra … es el lenguaje más adecuado para adelantar la pacificación al estilo español que inmortalizaron Pablo Morillo, Boves y Sámano”. Con ellas el expresidente liberal López Pumarejo quiere significar que el gobierno al llamar “bandidos” a sus copartidarios alzados en armas, busca no solo impedir que sus adversarios sean reconocidos como víctimas del conflicto, sino cerrar los caminos hacia la paz, es decir, las vías políticas, el diálogo político. Desde luego, agrego yo, la contraparte en la guerra también debe estar dispuesta a entablar un verdadero diálogo, buscar en él acuerdos concretos.