Por: José Arizala
¿Has unido la luz de los textos con el placer dorado del sexo? Pues resulta encantador e inolvidable. Tal es el testimonio novelado del abogado penalista Bernhard Schilink, en su libro El lector. (Anagrama, 2009). ¿Existe algo más placentero que salir del agua tibia de la tina para tenderse al lado de una mujer hermosamente desnuda que espera con ansiedad nuestro arribo? ¿Podemos desprendernos de nuestros prejuicios – dogmas y principios – y de la ropa que cubren nuestras mentes y cuerpos, mientras leemos o escuchamos los pensamientos de los escritores clásicos y modernos?
Tales son las preguntas que nos hacemos al leer el relato sobre la desigual pareja de amantes que todos los días se encuentran para hacer el amor, mientras uno de ellos lee para el otro un libro importante de la literatura universal. Hoy puede ser El viejo y el mar de Hemingway. Mañana Guerra y Paz de Tolstoi o la Odisea de Homero, sin dejar de sentir esa dulce fiebre del amor intenso y puro. El tiene 15 años, ella más de 30. El estudia en el Instituto; ella es una empleada del tranvía que desde la madrugada hasta la hora perfecta de la tarde en que se encontrarán, veía en el sol matutino la esperanza de la felicidad.
Mas El Lector no es una novela sobre el sexo, sino profundamente política y muy cercana al derecho, al derecho penal. El primer encuentro de la pareja fue completamente casual. El “chiquillo”, como lo bautiza Hanna Schumitz, lo recoge en la calle cuando un duro ataque de hepatitis lo ha tumbado al suelo. Lo lleva a su pequeño apartamento y lo cuida lavándolo en la bañera que se convertirá de ahí en adelante en la antesala del acto amoroso, continuamente repetido. Michael se enamora de Hanna durante varios meses, hasta que sus condiscípulos lo reclutan para sus fiestas y juegos propios de su edad.
Pasan los años y Michael ingresa a la Facultad de Derecho. La II Guerra Mundial ha terminado y Alemania comienza a reflexionar sobre el terrible pasado del nacional-socialismo, en el que participó el pueblo alemán. El estudiante de derecho, a instancia de uno de sus profesores veteranos, ingresa a un seminario de su clase que seguirá con su presencia las audiencias públicas del juicio a un grupo de carceleras de los campos de concentración y de exterminio, principalmente de judíos, erigidos por los seguidores de Adolfo Hitler. Una de las acusadas es su antigua amante, Frau Schumitz .
Para los lectores colombianos resulta de interés la lectura de los incidentes del juicio, sobre todo del ambiente predominante en él. Los estudiantes, sobre todo Michael, tenían claro la necesidad de la “revisión del pasado” y que “hacía falta condenas”. Sin embargo, jueces, jurados, sindicados, y público, parecían como “embotados”. “Era como cuando la mano pellizca un brazo adormecido por la anestesia. Luego la sangre vuelve y la zona recupera su color. Pero sigue siendo insensible”.
Algunos abogados, quizá antiguos nazis, tenían un aire insolente y pendenciero, casi cínico. Criminales y testigos hablaban de las cámaras de gas y de los hornos crematorios, en Auschwitz con la tranquilidad de quien los ha visto todo el día, con falta de escrúpulos e indiferencia. Hanna también mostraba una gran frialdad cuando relataba los hechos y admitía sus culpas. Michael no podía comprender que fuera la misma mujer que tanto amor le dio y que incluso en algunas ocasiones fue tierna y agradecida con él. Y el joven estudiante se preguntaba “¿Es éste nuestro destino: enmudecer presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad?” Descubre su secreto: que Hanna era analfabeta, por ello siempre le exigía que él fuera el lector de los libros que ella deseaba conocer pero estaban fuera de su alcance. Esto resulta difícil de aceptar, que en un país de “cultura superior” como Alemania, existieran analfabetas. Mucho menos cuando Hanna afirma en el juicio que durante la guerra trabajaba en la fábrica de Siemens en Berlín y aceptó ser reclutada por las SS. El autor matiza lo anterior anotando que ella había nacido entre la minoría alemana de Rumania, pero, alegamos nosotros, la escritora Herta Müller, Premio Nobel de Literatura (2009), también nació en esa región.
Esta novela ha vendido centenares de miles de ejemplares, sin embargo, su éxito se debe al tema, a la trama, mas no a la forma como está escrita. No es fácil leer un libro que comienza con esta frase: “A los 15 años tuve hepatitis”. Contiene lugares comunes y ripios. Oigamos algunos de ellos: “A lo largo de mi vida, he hecho muchas veces cosas que era incapaz de decidirme hacer y dejado de hacer otras que había decidido firmemente (…) A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre (...) Tú no podrías ofenderme a mí aunque quisieras (…) Los bosques eran alfombras verdes…” Y algunos aciertos como cuando él protagonista dice de su amor por Hanna: “Quedó atrás, como queda atrás una ciudad cuando el tren sigue su marcha”. Me gustó mucho más la película, donde Hanna (Kate Winslet) hace un magnifico papel.