lunes, 14 de junio de 2010

La suerte está echada

Por: José Arizala

Una vez más ha ganado las elecciones presidenciales del 30 de mayo (la primera vuelta), el candidato del establecimiento político. En este caso, Juan Manuel Santos, representante del uribismo, de la derecha militante. Aceptando con entusiasmo toda la herencia de ese régimen, sin la menor reserva. De tradición liberal, perteneciente a una de las familias más poderosas del país, copropietario de la mayor empresa periodística, El Tiempo, que cumple por estos días l00 años de fundada, de enorme influencia en la opinión pública. Santos duplicó en porcentaje y número de votos a su más cercano contendor, el profesor Antanas Mockus.

A su vez Santos se benefició de la ayuda del aparato estatal, de las grandes empresas, de los votos de las grandes y pequeñas ciudades, de los campesinos, de la Colombia profunda, muchas veces recorrida por la guerrilla, durante los últimos cuarenta años. Su programa continuista de la política oficial enfatizó en un desarrollo capitalista neo-liberal. No importa que en el pasado haya planteado como modelo económico una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo. Después de su triunfo propuso un “acuerdo nacional de unidad”, que haría innecesaria la oposición a su gobierno. Rectificando su posición anterior, saludó al candidato Gustavo Petro del Polo Democrático Alternativo (PDA), con cuyo partido no quería absolutamente nada, pues, según él, pertenecía al campo despreciable de los “mamertos y bandidos de la izquierda”.

El PDA no desapareció de la escena política como vaticinaban muchos politólogos. Por el contrario su candidato Petro salió de la batalla electoral con prestigio y absuelto de alguno de sus “pecados” de juventud, como el de haber pertenecido a un movimiento guerrillero. Pero el resultado de Petro pudo ser mejor si no hubiera cometido algunos errores. Al comienzo de su campaña se pasó de la izquierda al centro, creyendo que así ganaría más votantes, olvidando que ese lugar ya estaba ocupado por otro buen candidato, Rafael Pardo, quien ha sido liberal todo el tiempo. Desde luego los centristas preferían el original al advenedizo.

Estas vacilaciones de Petro contribuyeron al auge del fenómeno electoral de la jornada, el candidato Antanas Mockus, del Partido Verde, quien adelantó una campaña muy original, con un lenguaje novedoso y una actitud desapasionada, casi políticamente neutra, un tanto mística, como un Gandhi colombiano. Logró más de tres millones de votos, una cifra increíble en tan poco tiempo (en no más de tres o cuatro meses). El peligro de estas victorias tan inesperadas y caudalosas es que no adquieran consistencia y como globos gigantes sean arrastradas por el viento de los acontecimientos. La tarea del Partido Verde en la coyuntura, es crear, para participar en la segunda vuelta, una alianza de fuerzas anti-continuistas, capaz de derrotar la hoy sólida alianza liberal-conservadora que encabeza Santos.

El peor desempeño en la liza electoral le correspondió a la candidatura de Noemí Sanin, del partido conservador. Lo que comenzó como un partido unificado por el afán de tener en sus manos la totalidad del poder, terminó en un enorme desastre. Se dividió en tres partes: la oficial del directorio, la disidente del exministro Arias y la de los hijos de los presidentes conservadores que decían representar la doctrina más pura. Es posible que en el fondo estuviera la dispuesta por los cargos públicos del futuro gobierno. ¿Cuál era la carta más segura, Noemí o Santos?

El liberalismo terminó con muy magros resultados. Luchó por mantener una posición digna de oposición a la arbitrariedad y a la corrupción del gobierno releccionista, pero el partido, como organización, no respondió a ese llamado a favor de los principios y de la decencia. El agua, en los 12 años de oposición, que ellos han llamado de tránsito por el desierto, se agotó del todo. Una frustración más de un partido que ha contribuido a la historia de Colombia en los últimos 150 años. Sería posible que una fusión con el partido Cambio Radical que dirige Germán Vargas Lleras le permita prolongar su existencia.

Probablemente la candidatura de Mockus no logre superar en la segunda vuelta a la maquinaria arrolladora de Juan Manuel Santos. Este tiene demasiados factores de poder a su lado, incluso de vastos sectores populares que temen perder las migajas que les “regala” el establecimiento, para poder sobrevivir. Cuenta, además, con la indiferencia de muchos que prefieren el abstencionismo a participar en elecciones que la experiencia les demuestra resultan inútiles para resolver sus problemas. Los colombianos pobres y excluidos, los desempleados, los desplazados a la fuerza, los humillados y sedientos de justicia, siguen esperando que la democracia se acuerde de ellos. Amén.

martes, 1 de junio de 2010

¿Qué es la escolástica? (XIII)

Por: José Arizala


Con la decadencia del mundo romano, en los comienzos de la Edad Media, la cultura en Occidente prácticamente se eclipsó. Sobrevivieron unos pocos comentarios latinos y tratados de poca relevancia intelectual. Pero como los hombres no pueden permanecer en la orfandad del pensar poco a poco las mentes volvieron a andar. Lo que siguió fue la Escolástica, que según Hegel presenta en su conjunto una apariencia monocolor.

El alemán capta un rasgo general que permanecerá desde el siglo VI hasta casi el XVI. Difícil encontrar notables gradaciones filosóficas en esa extensa filosofía fuera del tiempo, que daba la sensación de un “pensamiento perenne”, el cual resultaba fácil señalar como venido del cielo y para toda la eternidad. No es en rigor filosofía. Se trata más bien de una teología. Los grupos donde se creaban estos pensamientos eran las escuelas “scholasticos”, que funcionaban anexas a las grandes catedrales y monasterios. Los padres más competentes recibían el nombre de “escolásticos”, más tarde fueron los “doctores” (“doctores tiene la Santa Madre Iglesia”).

Hegel no tiene una buena idea de la escolástica. Para él no es más que la ciencia de los conceptos doctrinales que todo cristiano debe abrigar. En términos más rigurosos la define como teología: “El tema esencial y único de la teología, como teoría de lo divino, es la naturaleza de Dios” Los doctores van entrando en un campo específico que se acerca a la filosofía. Con el paso de los siglos, el comienzo de la diferenciación de  la filosofía de la teología, “marca precisamente el tránsito a los tiempos modernos, en los cuales se admite ya la posibilidad de que la razón pensante admita algo como verdad que no lo sea para la teología” (Hegel, Lecciones de historia de la filosofía. F.C.E. 1955. T. III . p. l06). Para la escolástica propiamente dicha todo residía más allá de la realidad.

En el paganismo la naturaleza exterior tanto como el pensamiento estaban bien, contenían un significado afirmativo. Pero bajo el cristianismo la raíz de la verdad tiene ya un sentido completamente distinto. Ahora la naturaleza, la conciencia de sí mismo y no solo los dioses paganos y la filosofía, tienen una posición negativa. La naturaleza para los cristianos carece de interés, el firmamento, el sol, la naturaleza, “son un gran cadáver”. La espiritualidad se ha ido de la materia, carece de subjetividad, por ello puede interrumpirse su curso natural. Esto explica los milagros. La verdad, pues, no tiene asiento en la naturaleza, sino que es revelada.

Desde luego, agrego, algunas  de estas concepciones cristianas han evolucionado y tratan de ponerse a tono con aspectos de la ciencia moderna, aceptando, por ejemplo, la teoría darwiniana de la evolución de las especies, mas no los avances de la genética, los anticonceptivos, etc. En el interior de la escolástica  aparece la filosofía, la contraposición entre la fe y la razón. Según los escolásticos, la razón encuentra su realización en otro mundo, no en este, mientras que las tendencias vivas de la cultura tienden a restaurar la fe en “este” mundo. Hegel hace una aportación valiosa cuando anota que la escolástica, “por lo que se refiere al hombre real, su reconocimiento no radica en las relaciones sociales, sino en otra parte, fuera de ellas”. Esta idea de que “el hombre es el conjunto de sus relaciones sociales”, la tomará  Marx para una de sus definiciones del hombre.

Esa ausencia de la racionalidad de lo real, según Hegel, “muestra la barbarie de un pensamiento como éste” (el escolástico). Aferrado a otro mundo que no posee el concepto de razón, es decir, “El concepto de que la certeza de sí mismo es toda la verdad”, pensamiento que no es aquí un movimiento independiente  (propio) de la verdadera filosofía, “que penetra la esencia y la proclama”.

La mayor debilidad de la escolástica reside en que su mundo es el mundo de la religión cristiana, o sea, el de Dios inmutable, la materia solo como creación divina, la libertad o no del hombre, en que el entendimiento  gira en torno a lo que se manifiesta y percibe (el realismo filosófico, sobre todo en Santo Tomás). Utiliza las categorías de potencia y acto, de libertad y necesidad, de calidad y de sustancia, tomadas de la filosofía aristotélica. Con ellas el pensamiento escolástico entra en infinitas distinciones, lo que le da un carácter deductivo, propio de un proceso lógico formal. Hegel concluye afirmando : “La filosofía escolástica consiste, pues, en un razonar silogístico”. O sea, en una cadena de abstracciones.

Por juicios como los anteriormente expuestos, el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila llamó a Hegel un gran blasfemo.