domingo, 29 de agosto de 2010

De Mandela o del coraje


Richard  Stengel, redactor jefe de la revista Time, ha escrito una biografía de Nelson Mandela muy singular. (El legado de Nelson Mandela. Editorial Planeta. Colombia. 2010) No se trata de una historia lineal del gran líder africano, sino un retrato de su carácter y de sus pensamientos, después de permanecer 3 años a su lado. Se dirá que 3 años en una vida que se acerca al siglo, no es mucho. Pero es la vida de un hombre que permaneció muchos años en una prisión de alta seguridad y condenado al aislamiento, por dos razones, que en este caso es una sola: por ser negro y anhelar la  libertad de su pueblo por encima de todas las cosas.

El libro comienza con un breve prefacio escrito por Mandela en el cual aclara a los lectores un original y profundo concepto africano, Ubuntu: “Somos seres humanos  solo a través de la humanidad de otros”. Solamente en un continente donde el homínido se hizo hombre, pudo haberse concebido este poderoso y transformador pensamiento, que supera incluso a la paideia griega. Solo el ejercicio de nuestra vocación humana nos ha formado hombres, nos ha permitido llegar a la excelencia de las especies animales y así posibilitar el advenimiento  del espíritu  humano. Pero a diferencia de la concepción idealista, esta altura maravillosa la alcanzamos no por  milagro de un poder divino, sino de la interacción de los hombres entre sí, es decir, fruto del trabajo, portador de humanidad. Termina el texto de Mandela con una  invitación a los individuos y a los pueblos a ejercer el liderazgo para vencer los desafíos que aún tienen que encarar.


"Mandela es considerado un hombre de coraje, dispuesto a correr los peligros de una vida de lucha, o sea, un hombre valiente"

¿Quién es Mandela?  Eso lo sabemos, el mayor y más puro líder de Sudáfrica, el conductor de la lucha contra la oprobiosa política del apartheid, el vencedor del “poder blanco”, venido de allende del mar para humillar y explotar a la población negra nativa. ¿Pero, cómo es Mandela? Sus manos  un tanto marchitas, tienen la piel áspera tras décadas de trabajos forzados en las canteras, que un día también fueron las del primer comandante de la rama militar del Partido del Congreso Nacional Africano. Mide casi un metro noventa, tiene un hermoso  color caramelo, camina despacio, en cámara lenta, como si meditara, igualmente, con los pies.

¿Cómo lo trataron en la cárcel? Su biógrafo contesta: “Había pasado 27 años en prisión con carceleros que, durante la mayor parte de ese tiempo, le trataron de forma inhumana y con una despreocupada brutalidad que él daba por sentado. Antes de eso había sido perseguido por policías y soldados que veían en él a un terrorista al que había que detener a toda costa. Vivía en un país  en que la clase dirigente blanca ni le consideraba ni le trataba como a un verdadero ser humano”. Para evitar tentaciones libertarias de sus amigos y copartidarios, lo encerraron en la isla de Robben.  En 1992, tres años después de haber salido de la cárcel, Sudáfrica estaba al borde de la guerra civil. La serenidad, la sabiduría del líder, contribuyó decisivamente a detener el peligro. “Su presencia es radiante, luminosa, te sientes un poco más alto, un poco mejor”, anota el periodista norteamericano. “Cuando  me marché de su lado, terminado ya el libro, fue como si el sol saliera de mi vida”.

Mandela es considerado un hombre de coraje, dispuesto a correr los peligros de una vida de lucha, o sea, un hombre valiente. Pero él confiesa que no es valiente, que a veces siente miedo, por ejemplo, cuando en el pequeño avión en que volaba se para una de sus dos hélices, o cuando un carcelero lo amenazaba romperle los huesos  o cuando, para acceder a la edad de la hombría, a los 16 años, debe enfrentar la ceremonia pública de la “circuncisión”. Entonces, el coraje consiste en vencer el miedo, en caminar con la cabeza en alto, con dignidad,  optimismo y esperanza.  Es una actitud de todos los días. Recuerda los versos de Shakespeare: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir. / Los valientes prueban la muerte una sola vez”.

Mandela no gusta parecer un gran orador, prefiere las palabras tranquilas, a las grandilocuentes.  En un momento trágico y peligroso para la paz, cuando el segundo jefe del partido, Chis Hani fue asesinado, Nelson (nombre inglés que le puso su maestra de escuela) , tomó el micrófono y se dirigió a la nación, dijo: “Utilicemos nuestro dolor, nuestra pena y  nuestra rabia para seguir adelante hacia la única solución duradera para nuestro país, un gobierno del pueblo, elegido por el pueblo y para el pueblo.” Así Mandela se convirtió en el líder de los sudafricanos blancos y negros.

lunes, 9 de agosto de 2010

El ascenso a la modernidad (XIV)



Si convirtiéramos en imágenes geográficas la historia de la filosofía hasta  ahora señaladas, diríamos: en un comienzo estaban las ideas  en el fondo del mar del archipiélago jónico, donde se balbuceaban los pensamientos germinales sobre los cuales se edificaría el imponente edificio de la filosofía universal; luego, las playas iluminadas de las ciudades griegas, romanas, alejandrinas; la meseta casi infinita de la Edad Media, en cuyas catedrales y conventos se escuchaban los coros de los monjes. Ahora iniciamos el ascenso a la Modernidad donde encontraremos una cordillera de cumbres filosóficas como Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger.

El balance que hace Hegel del escolasticismo, como yo lo habíamos anotado, es negativo: “Visto en su conjunto, es una bárbara filosofía del entendimiento sin ningún contenido real, una filosofía que no suscita en nosotros ningún interés verdadero y a la que, desde luego, no podemos retornar”.

“El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación.”

Sin embargo, la Escolástica ha sido el cuerpo de doctrina más sólido y prolongado del pensamiento. Nació en Europa. Vivió mil años y se extendió a varios continentes, haciendo parte de los ejércitos de los países coloniales. Tal ocurrió con América Latina, cuando capitanes y sacerdotes españoles y portugueses lo implantaron en el Nuevo Mundo. En Colombia comenzó con el descubrimiento y la conquista en el siglo XV. Se prolongó durante la primera centuria de nuestra vida independiente. Se exponía en los seminarios, universidades, púlpitos, en la prensa y en la escasa producción editorial. El partido conservador –  religión y política siempre van unidos, aunque, desde luego, no son lo mismo – convirtió el neo-tomismo, prolongación de la Escolástica, en el centro de su ideario político y religioso.

Poco a poco las ideas de la Ilustración, del liberalismo económico, un fuerte anticlericalismo y  un ateísmo moderado, se fueron abriendo campo en nuestro país, sobre todo en su intelectualidad. Solo hasta la segunda década del siglo XX aparecieron las ideas marxistas y los primeros grupos y partidos obreros y revolucionarios. Aunque todos los anteriores  eran síntomas de la modernidad, ésta no se ha logrado plenamente. La Escolástica, sigue pesando sobre  nuestra concepción del mundo, metafísica y dogmática.

El pleno ejercicio de la modernidad exige el predominio de las ideas transformadoras, impulsadas por los descubrimientos de la ciencia y de la filosofía. El tránsito del medioevo a la modernidad ocasionó cambios y estremecimientos en la cultura europea. Se inicia una etapa de profundas dudas en lo que se había creído hasta entonces y enorme confusión de ideas y sentimientos. Una nueva mentalidad y otra sensibilidad aparecen. El ojo cambia la dirección  de su mirada. De la contemplación del cielo a la búsqueda de la tierra, a una especie de escrutinio del universo, su conformación, sus metales, sus elementos, sus fuerzas naturales. Y lo más importante, la escogencia de los fines terrenales del hombre.

Con la aparición de la producción de mercancías destinadas al comercio se comenzó a romper el feudalismo y  desde luego, la sociedad feudal. Fueron apareciendo nuevas clases sociales, obreros, burgueses, capas medias, con intereses y concepciones diferentes. Germinaron nuevas ideas y sistemas filosóficos. Pero la transformación más profunda y decisiva de la nueva época, ocurre  cuando “el espíritu se recobra a sí mismo y se eleva al postulado de encontrarse y saberse como conciencia de sí real tanto en el mundo suprasensible como en la naturaleza inmediata” (Hegel). Tal salto dialéctico en el espíritu humano trae como consecuencia el “renacimiento”  de las artes y las ciencias de la antigüedad. Este aparente retroceso, el de interesarse de nuevo en la cultura pagana, conduce al hombre a ocuparse de sí mismo, a distanciarse en cierta medida de la naturaleza y de la divinidad y a profundizar en su mundo interior, en su conciencia. El hombre se convierte en el centro de la reflexión del hombre. Aquí se inicia la contraposición entre el entendimiento y la doctrina eclesiástica o de la fe. Es decir, penetramos en otro mundo de enorme riqueza y belleza, el del humanismo.

El primer y mayor descubrimiento de los europeos, en un  comienzo de los italianos, fue el  mundo griego, su literatura, su filosofía, su música, su escultura, su espléndida arquitectura, que desde la cumbre del Partenón todavía estimula nuestra imaginación. Y de uno de los más deliciosos manjares que  desde hace  dos mil quinientos años todavía saboreamos: los diálogos de Platón.