La ciudad sobre la laguna y el mar. El Tintoretto, uno de los mayores pintores del Renacimiento italiano, cuyos pinceles todavía actúan en las catedrales y palacios de la ciudad encantada que, como sabemos, imperceptiblemente se hunde. ¿Tendremos algún día que descender a sus aguas profundas para rescatar sus tesoros, como si fuera una nave naufraga?
Estoy leyendo dos ensayos del filósofo francés Jean-Paul Sartre. El primero publicado en la revista Les Temps Modernes, en 1957. El segundo en Verve, en febrero de 1953, que luego formarán un pequeño libro de Gallimard, titulado El secuestrado de Venecia, en 1964. Ahora la editorial española Gadir los entrega como Jean-Paul Sartre. Venecia, Tintoretto, (Madrid. 2007), ilustrado con algunos de los mejores cuadros de Jacopo Tintoretto, a todo color y belleza, con sus grandes contrastes de colores vivos como en “El robo del cuerpo de San Marcos”.
La idea inicial del filósofo fue escribir una obra extensa, omnicomprensiva, que nunca terminó y finalmente dedicó más bien a Flaubert. Sartre afirma que Venecia no es propiamente una ciudad, sino un archipiélago de pequeñas franjas de tierra que se contemplan entre sí. El buscaba frenéticamente “la Venecia secreta de la otra orilla”, cargada de palacetes principescos que “salen” del agua, pues resulta imposible creer que “flotan”.
La tesis central de la obra es que el Tintoretto no habría existido sin la ciudad que lo engendró. Sartre llega por primera vez a Venecia en 1933 y desde entonces clavó sus ojos en este pintor, que en la verdad de su tiempo, no fue otra cosa que un artesano genial. No era difícil descubrirlo puesto que sus cuadros y lienzos están en las iglesias, palacios y muros de la ciudad. Comprendió de inmediato la estrecha ligazón de ambos, haciendo del Tintoretto, “una encarnación épica de la modernidad”, según la expresión del prologuista Francisco Calvo Serraller. Para Sartre Jacopo Rubiste fue “un rebelde”, una categoría de hombre y de artista admirable que se enfrenta, sí es necesario, a la sociedad de su tiempo. Nadie mejor que Sartre, papa del existencialismo francés, para realizar este proyecto de sintetizar en esa vida toda una época.
El texto de Sartre no es rico en datos sobre la vida y la obra del pintor veneciano. Antes que una biografía es un análisis del alcance de su obra y de su carismática personalidad. Un tanto “fantasmal”, porque también representa la decadencia de la ciudad a partir del siglo XVIII. El autor hace un extraño símil entre Jacopo y el mar . Relaciona el carácter inestable del pintor con las mareas, peligros y tempestades y su anclaje definitivo en Venecia y como víctima de la crisis económica que golpeaba por entonces a “esa ciudad mercantil”.
Jacopo Rubiste (1518 – 1594) fue un hombre conflictivo, desleal y ambicioso. Se enredó en numerosas disputas con sus colegas. Tuvo que competir con los más destacados pinceles del Renacimiento, entre otros, con el Tiziano, Rafael, Miguel Ángel, Veronese, Vocellio. Venecia fue una potencia marítima, comercial y militar que extendió su influencia por todo el Mediterraneo, desde las columnas de Hércules hasta el Bósforo e incluso en las mareas del Mar Negro. Fue una de las primeras ciudades europeas donde surgió el capitalismo, lugar de transición de la aristocracia a la burguesía. Sartre coloca al Tintoretto en una clase social intermedia, la pequeña burguesía.
Fue propietario de un taller de arte pictórico, donde laboraban obreros y aprendices, para satisfacer los numerosos encargos que recibía por parte de la Señoría veneciana, de los ricos mercaderes y de las familias patricias. “Como pequeño burgués, la gran burguesía lo atraía”. Sus admiradores y la posteridad lo llamaron “genio”, una palabra nueva en Europa.
Estos cortos estudios están escritos en una prosa bella y profunda, cargada de insinuaciones, de rasgos de la ciudad y sus días, de reflexiones, de pinceladas sobre los grandes artistas y personajes de la época, hasta el punto que resulta a ratos difícil de seguir. Se trata, desde luego, de un homenaje a la ciudad bella y húmeda, considerada la Reina de los Mares, mucho antes que a Inglaterra. Las aguas que separaban y envolvían sus islas despertaron en sus habitantes una vocación de amor al mar y a emprender viajes hasta los más lejanos confines de la Tierra.
Por estos días un saludo y "LA DIGNIDAD NO CONSISTE EN NUESTROS HONORES SINO EN EL RECONOCIMIENTO DE MERECER LO QUE TENEMOS"
ResponderEliminarPROFE SIEMPRE LO LEO, NO SE ME OLVIDAN SUS CLASES DE FILOSOFIA, MIS RESPETOS
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