miércoles, 24 de abril de 2013

Cambios en la China nueva



Como es sabido, China se ha convertido en un gran país; Pekín en una gran ciudad. Hasta hace pocos años nadie podía imaginarlo.  Las veíamos como naciones y regiones habitadas por millones de personas que vivían en la pobreza y en la desgracia, sometidas a un régimen de semiesclavitud, asediadas por el poder de las grandes potencias, irrespetas, humilladas y sin futuro posible. Si bien gozaban de una cultura milenaria que de todas maneras no dejaba de asombrar, por encima del atraso y la desigualdad económica y técnica.
A partir del primero de octubre de 1947 inició el camino de una nación desarrollada y rica, cada día más culta y poderosa. Las ciudades se convirtieron en  urbes deslumbrantes que hacen pensar en un futuro envidiable. Sin embargo, el peso del pasado sigue mostrando su cara gris, recordándonos que todavía falta mucho por hacer y mejorar. Conscientes de lo nuevo debemos indagar las causas de esos cambios gigantes. La razón principal consiste en la naturaleza de los cambios políticos radicales: un sistema social ha quedado atrás. Oriente ha cedido su lugar a Occidente, el Sur al Norte. Nada mejor para descubrirlos que con el conocimiento de la literatura, que muestra la profundidad de lo acontecido, a través de la prosa, la poesía, el relato escrito por los pueblos.
En occidente poco sabemos de la literatura china, salvo la existencia de sus novelas y poemas clásicos. Pues bien, las nuevas obras comienzan a escribir esa historia que surge en una época completamente diferente, inesperada y sorpresiva, incluso extraña, capaz de extenderse por el mundo, fruto de una energía poderosa, al punto de lograr que “la visión del mundo cambie” para todos.
Los académicos de los premios nobel han fijado ya su interés en los nuevos escritores y poetas chinos, en sus poemas delicados y hermosos, pero también en las dificultades que surgen de emprender las transformaciones revolucionarias en todos los órdenes de la sociedad, llamada República Popular China, dirigida por el partido comunista chino.
El último premio nobel de literatura (11 de octubre de 2012) fue adjudicado por la academia sueca a Mo Yan, seudónimo de Guan Moye (1955) autor de las novelas: Densa lluvia en la noche primaveral; Las baladas del ajo; Sorgo rojo; La república del vino; Grandes pechos, amplias caderas; La vida y la muerte me están desgastando; Rana y Cambios, la más reciente y personal de este autor, es una obra autobiográfica en que el campesino pobre rompe su baja condición social y lentamente va aprendiendo a escribir hasta convertirse en el gran literato que es hoy.
En los años iniciales del siglo XX el atraso económico y político eran evidentes después de una larga  y prolongada marcha armada que culmina con el triunfo de la revolución campesina. Las condiciones sociales se van transformando, desde una pobreza tradicional hasta llegar a los avances que hemos mencionado. Lo que se ve muy claramente al comienzo de la vida de Mo Yan son las profundas diferencias de clase, de numerosas categorías: campesino pobres, obreros mártires, soldados y cuadros revolucionarionarios. Los campesinos pobres no poseían tierra ni aperos y debían trabajar para otros; los campesinos promedio podían subsistir por sus propios medios y se dividían a su vez en dos clases, de las cuales la medio-inferior correspondía a los más pobres. Ambas categorías constituían las principales fuerzas de la China revolucionaria rural. Esta clasificación de la población estuvo en vigor durante toda la revolución cultural (1946-1957).
Luego de la revolución cultural se inició una nueva etapa de trasformaciones que abrió posibilidades de mejorar las condiciones económicas y políticas rígidas de la  revolución cultural y de las comunas populares. El predominio y el respeto reverencial a la figura de Mao Tse-Tung continúan aún hasta hoy. Mao Yan lo describe de la siguiente manera “Lo primero que hicimos fue ir a la plaza Tian’anmen donde hicimos la cola para fotografiarnos, luego la cola para visitar el mausoleo del presidente Mao y rendir homenaje a sus restos mortales. Mientras contemplaba el sarcófago de cristal, recordé la sensación de cataclismo que había tenido dos años antes al oír la noticia de su fallecimiento; el desengaño al descubrir que en el mundo no había dioses. Ni en sueños habíamos creído que el presidente Mao muriera un día, pero murió. Creíamos que si moría el presidente Mao seria el fin de China pero llevaba dos años muerto y el país no solo no llegaba a su fin sino que mejoraba paulatinamente, Se había reestablecido el examen de ingreso a la universidad, en el campo habían sido anuladas las calificaciones incriminatorias de ‘terrateniente’ y de ‘campesino rico’, las familias estaba mejor alimentadas y el ganado de los equipos de producción engordaba. Incluso alguien como yo podía fotografiarse en la plaza Tian’anmen y ver con sus propio ojos los restos mortales del presidente Mao”

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