“Al recibir sus dones, lo acreditó como justo;
por ello sigue hablando después de muerto” Hebreos, 11,4
por ello sigue hablando después de muerto” Hebreos, 11,4
José Saramago, poco antes de irse para siempre, escribió la novela Caín, (Alfaguara, edición colombiana, 2009), una parábola sobre la creación del mundo y del hombre. El advenimiento de Adán y Eva en el Paraíso, sin el signo del ombligo, señal inequívoca para los demás seres humanos de que fueron paridos con el dolor de una madre.
Desde la primera página Saramago deja claro que el Paraíso quedó atrás y que la tierra que pisa la pareja inédita, es la tierra del dolor, del sudor y de la muerte, un “valle de lágrimas”, como dirá la voz sagrada. Que la sustancia divina de la que aquellos proceden, se convertirá en polvo en el verano y en barro en el invierno. Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia, acusándolo de haber cometido todos los pecados teológicos y ser un violador de la fe. Pero la lucidez de su pensamiento, la integridad de su conducta, fue tal, que ateos, agnósticos y creyentes lo admiraron y aprobaron la dignidad de su vida y la belleza de su prosa, premiada justamente con el Nobel.
“Saramago no recibió la gracia del cielo, fue ateo y comunista, por ello la Iglesia católica, religión de la familia en que nació, lo atacó con furia...”
Saramago supo, pues, desde temprano, que el Paraíso se había ido de su vida y de la de millones de sus compatriotas. Su nacimiento en una aldea perdida de Portugal, su ambular por años como un errante de oficios varios, sin acceso a colegios y a universidades, lo obligó a comprender que debería redoblar su esfuerzo intelectual solitario y después de décadas de intentarlo, cuando ya no era joven, plasmó sus recuerdos y fantasías en papeles manchados de tinta, con los cuales conquistó la gloria y la felicidad del amor. Su compañera fue Pilar del Río y a la vez su traductora al español. Vivieron en Lanzerote, una de las islas Canarias, entre la península ibérica y África.
El escritor no podía olvidar el sacrificio del saber, cómo la pareja primera sufrió la expulsión del jardín del Edén “por el crimen nefando de haber comido el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal”. De esta manera el Dios creador y bondadoso se transformó en vengativo y entonces cometió la primera de las injusticias que repetiría con los humanos, por los siglos de los siglos.
El evangelio según Jesucristo es la mejor obra de Saramago, escrita con amplio conocimiento de la Biblia y con toda la irreverencia de que es capaz su estilo agudo e imaginativo. Caín retoma los primeros libros de la Biblia y a través de ellos y de sus personajes, devela los comienzos y motivos de la tragedia humana, en los cuales Dios está presente, pero en permanente lucha con sus criaturas. El hombre busca la libertad, pero Dios lo obliga a cumplir con su destino. En los libros mencionados Saramago plantea un problema fundamental. ¿Si Dios es todopoderoso, por qué permite el Mal, la traición, el sufrimiento, el crimen, las catástrofes naturales, la crueldad y la barbarie de la guerra?
Abel y Caín, los primeros hijos de la tierra, serán los primeros antagonistas de la “historia”, hasta el extremo de que Caín mata a su hermano, por razones no muy claras. Insinúa Saramago que la disputa comenzó por diferencias económicas, surgidas de la propiedad. “Y hubo un día en que Adán pudo comprarse un trozo de tierra, llamarla suya y levantar en la ladera de una colina, una casa de toscos adobes”, “el uno tenía su ganado y Caín su campo”, circunstancias que rompieron la amistad que unía a los dos hermanos desde la más tierna infancia. ¿Por qué Dios permitió que Caín matara a su hermano?
El escritor Juan Gabriel Vásquez afirma (El Espectador, 25 de junio,2010 ) que hay dos Saramagos: el novelista y el prosista, el continuador de Cervantes, el autor de El memorial del convento, La muerte de Ricardo Reis y el autor de Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez. Los libros de la imaginación y las largas moralejas pedagógicas. La distinción parece válida, pero Saramago fue uno de los primeros en enunciarla: “Cuando digo que quizá no sea un novelista o quizá lo que hago sea ensayos”.
Creo que poco importa que sean novela o ensayo (a no ser para un profesor de literatura) si tienen ambas formas una alta calidad literaria. El mismo Vásquez lo reconoce como uno de los mejores novelistas de su siglo y un magnífico prosista, es decir, un gran escritor de nuestro tiempo, cuya muerte reciente todos lamentamos, menos el periódico del Vaticano.