martes, 14 de diciembre de 2010

Filosofía moderna (XVI)


El Evangelio había unido la divinidad con lo humano en la persona de Jesucristo. Durante los años posteriores a su publicación, se inició la separación entre el mundo exterior y el del espíritu, o sea, entre el universo material y el del espíritu del hombre considerado como un contenido divino, suprasensible. Según Hegel frente a la vida religiosa aparecía un mundo natural, que incluía la naturaleza del hombre, como algo aparte del mundo del espíritu: “Esa indiferencia mutua entre  ambos mundos había venido siendo elaborada a lo largo de la Edad Media, la cual se debate a través de esa contraposición, hasta que a la postre se supera” (Hegel. Lecciones sobre la historia de la filosofía. T. III, pág. 203 FCE. 1955).

La idea del infinito predominaba en el pensamiento hasta los siglos XV y XVI, cuando se le concede a lo finito, a lo presente, el puesto destacado que merece (éste es un momento decisivo en la historia de la filosofía occidental), que va a estimular el desarrollo de la ciencia moderna. Lo finito nos permite utilizar la experiencia, nos acerca a lo mundano. Lo mundano quiere ser juzgado mundanamente y su juez es la razón pensante, dice Hegel. El pensamiento se torna independiente, rompiendo la antigua unidad con la teología. El hombre se considera ahora completamente libre en el pensamiento y aspira a conocerse a sí mismo y comprender la naturaleza. La filosofía se desdobla entre una filosofía realista y otra idealista. La primera surge de las percepciones del experimento y de la experiencia y la otra tiene como punto de partida la independencia del pensamiento. Cuando la filosofía penetra simultáneamente en el mundo material y en la conciencia de sí real del hombre, comienza la filosofía moderna.

La filosofía idealista considera, de acuerdo con el Antiguo Testamento, por ejemplo, que la ley venía de Dios, era la fuente del derecho público, Ahora se busca la fuente del derecho en el hombre mismo y en la historia, que debe regir como derecho, tanto en la paz como en la guerra.

“Cuando la filosofía penetra simultáneamente en el mundo material y en la conciencia de sí real del hombre, comienza la filosofía moderna.”

El primer filósofo moderno sería Francis Bacon. Este abandona lo situado en el más allá que hasta entonces determinaba el pensamiento de los europeos y se convierte en el “caudillo” de toda la filosofía de su época, cuyo centro es la observación de la naturaleza exterior y espiritual del hombre, incluyendo sus inclinaciones, apetitos y también determinaciones racionales y jurídicas. Se aparta de la filosofía escolástica, reflexionando sobre lo temporal y lo finito.

Bacon nació en Londres en 1561. Perteneció a una familia aristocrática. Su padre fue Gran Lord del Sello Privado de la reina Isabel. Su primera obra, escrita a los 19 años, fue sobre el estado de Europa. Nombrado Gran Canciller de Inglaterra y Varón de Verulam. Casó con una mujer muy rica, sin embargo, malgastó  la fortuna. Fue encarcelado en la Torre de Londres y excluido de la lista de sus pares. Murió en 1626.

“El nombre de Bacon es ensalzado siempre como el pensador que descubrió en la experiencia la verdadera fuente del conocimiento” (Hegel). A esta conclusión contribuyó su enorme experiencia en el manejo de la realidad, en el conocimiento de los hombres y sus relaciones. En opinión de Hegel su obra está llena de observaciones interesantes y valiosas, pero resulta pobre en la argumentación. Opinión que no compartimos pues la lectura de su libro Novum organon nos permite reconocer en él una mente brillante y profunda, que abría una nueva época de la filosofía. Es el primero que comprende la necesidad de  que las ciencias cuenten con un “método”, es decir, reglas  y principios generales para proceder en la filosofía de la experiencia. El objetivo es  conocer el universo sensible y el lugar del hombre en él. Bacon inicia la escuela empirista que tanta importancia tendrá en la filosofía de Inglaterra. No se trata solo de percibir lo particular sino de descubrir las leyes de los objetos, lo general, que permita encontrar el concepto, o sea, teorizar la experiencia.

El desarrollo de las ciencias de la experiencia fue decisivo para avanzar más allá de donde habían llegado los antiguos. Sobre sus postulados, sus nuevos métodos, se construyó una sociedad moderna.  Bacon inició una enciclopedia sistemática de las ciencias, en lo que hasta entonces nadie había pensado. Las clasifica con arreglo a tres facultades: de la memoria, de la fantasía y de la razón. Lo fundamental de su obra, dice Hegel, es la crítica, la derrota de los conceptos escolásticos-aristotélicos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

En Dublín


El primer libro que escribió James Joyce fue Dublineses, entre 1904 y 1907. A la ciudad y a sus habitantes los vemos vivir en la bisagra de los dos siglos. Son 15 relatos cortos, traducidos al español por el escritor cubano Guillermo Cabrera-Infante. Es la imagen profunda de una gran ciudad, en medio del atraso de la periferia campesina, la Irlanda conservadora y religiosa, pegada a sus tradiciones, fanáticamente creyente en un Cristo dividido en dos brazos enemigos, católico el uno, y protestante, el otro, cuyas manos están heridas por la sangre del odio mutuo. Como se afirma en la contra-carátula, el relato “apunta al hecho de que también el arte transforma el pan de la  cotidianidad en vida duradera y extrae de la trivialidad ordinaria la esencia verdadera de las cosas” y de los individuos.

Casualmente la novela reciente del último Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, El sueño del Celta (Alfaguara. Bogotá. Colombia. 2010), toma sus raíces de Irlanda y sintetiza en su personaje Roger Casement, las virtudes de ese pueblo de sentimientos e ideas tan acendradas.

“Estas lealtades y sufrimientos enlazan la obra de Joyce con los sueños del celta, dispuesto éste a sacrificar su carrera diplomática, su futuro, su vida misma por la independencia de Irlanda...”

El contraste entre las dos obras, escritas con 100 años de diferencia, es enorme. Tranquila y serena (por lo menos en apariencia), la primera, torturada y violenta, la segunda, con episodios históricos sucedidos en tiempos paralelos, contados con la  energía proverbial de la prosa del escritor peruano.

ARABIA. “Su imagen me acompañaba hasta los sitios más hostiles al amor. Cuando mi tía iba al mercado los sábados por la tarde yo tenía que ir con ella para ayudarla a cargar los mandados. Caminábamos por calles bulliciosas hostigados por borrachos y baratilleros […] por momentos su nombre venía a mis labios en extrañas plegarias y súplicas que ni yo mismo entendía. No sabía si llegaría o no a hablarle y si le hablaba, cómo le iba a comunicar mi confusa  adoración. Pero mi cuerpo era un arpa y sus palabras y sus gestos eran como dedos que recorrieran mis cuerdas”.

EVELINE. “Sentada a la ventana vio como la noche invadía la avenida. Reclinó la cabeza en la cortina y su nariz se llenó de olor a cretona polvorienta. Se sentía cansada.”

 Su padre llegó a perseguirla por el yermo esgrimiendo un bastón. Poco después murió su madre . Ahora ella también quería abandonar el hogar paterno. Se iría lejos como los demás jóvenes. ¿Sería un decisión inteligente? Por qué cambiar su casa donde tenía casa y comida. ¿Qué dirían en la tienda cuando supieran que se había fugado con el novio? Luego ella, Eveline, se casaría. No iba a dejarse tratar como su madre. Ya tenía casi 20 años y a veces se sentía amenazada por la violencia de su padre. Frank era marinero y pronto embarcarían para Buenos Aires donde le había puesto una casa. El era bueno, varonil, campechano, seguramente un buen esposo. Llegaron al muelle.

“Una campanada sonó en su corazón. Sintió su mano coger la suya. Ven! Todos los mares del mundo se agitaron en su seno. El tiraba de ella. Se agarró con las dos manos a la barandilla de hierro. Ven! No! No! No! Imposible.  Dio un gran grito de angustia hacia el mar. Eveline! Se apresuró a pasar la berrera, diciéndole a ella que lo siguiera. Le gritaron  que avanzara, pero él seguía llamándola. Se enfrentó a él con cara lívida, pasiva, como un animal indefenso. Sus ojos no tuvieron para él ni un vestigio de amor o de adiós o de reconocimiento”.

Este es el tono de los relatos de Joyce, algunos de ellos verdaderos pequeños cuentos, bellamente escritos, llenos de ternura y de melancolía, tristes como sus vidas dublinesas. Llenos de detalles  que iluminan la ciudad, sus calles, el río, sus hogares, sus tabernas, los trenes, los  coches de caballos. La descripción del carácter del irlandés, es magistral, sobre todo de sus pequeños grandes conflictos, productos de una larga historia accidentada, victimas del alcohol, de fanatismos religiosos y políticos, del nacionalismo, de amigos y enemigos del Papa, de los ingleses, del imperio británico.

Estas lealtades y sufrimientos enlazan la obra de Joyce con los sueños del celta, dispuesto éste a sacrificar su carrera diplomática, su futuro, su vida misma por la independencia de Irlanda y para  denunciar los horrores del colonialismo, cuyos tentáculos llegan hasta la selva amazónica colombiana.