La izquierda latinoamericana, una de las más activas del mundo actual, ha recibido un inesperado golpe con la grave enfermedad del presidente venezolano, Hugo Chávez. Mientras agitaba y dirigía su pueblo, un cáncer silencioso socavaba el interior de su cuerpo vigoroso y desafiante. Después de Fidel Castro, se ha convertido en el jefe de esta tendencia política en el subcontinente. No solo era el caudillo de Caracas, sino que su influencia impulsaba cambios económicos y sociales en países como Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Chávez propaga en el vecindario lo que él denomina “el socialismo del siglo XXI”, apoyándose en la riqueza petrolera de su país. Surge la pregunta de cuál sería el destino de Venezuela en el caso de un desenlace fatal del líder socialista. ¿Existirán hoy cuadros capaces de llevar adelante la revolución bolivariana y de conducir el partido socialista con la suficiente lucidez y carácter, para llevar a la práctica sus objetivos transformadores?
“La crisis mundial es tan profunda y vasta que algunos comienzan a preguntarse si no presenciamos el surgimiento de un nuevo sistema social...”
Con excepción de Brasil, varios países latinoamericanos cuyos gobiernos se reclaman de izquierda, no han logrado todavía dibujar un camino claro y varios partidos de la misma tendencia carecen de una línea política definida, como ha ocurrido en el caso colombiano. El déficit ideológico en algunos de ellos es notorio, y se han dejado permear por la corrupción y el individualismo caudillista. En términos más precisos, podemos decir que viven del día a día, arrastrados por los acontecimientos o sea que su accionar depende de una táctica a corto plazo y no de un pensamiento estratégico.
Sin embargo, nunca antes la izquierda continental había gozado de tanta simpatía de sus pueblos como en esta década inicial del siglo XXI. Para lograr en el futuro un triunfo popular se requiere una fuerte lucha a favor de la democracia, previa unión de las fuerzas que marchan en la misma dirección, oponerse al dominio de gobiernos oligárquicos, impulsar una profunda reforma agraria, el fortalecimiento del sindicalismo y la equidad social.
No hay duda de que la actual crisis global ha despertado a centenares de millones de personas que hoy expresan serena o airadamente su descontento con muchas de las “democracias” gobernantes, como ocurre en la Europa capitalista y se enfrentan a los despotismos del norte de África y del Medio Oriente.
Semejante a los acontecimientos de mayo de 1968, la juventud encabeza hoy movimientos de masas que reclaman libertades reales y nuevos modelos económico-sociales capaces de resolver el problema más urgente y decisivo, el del desempleo. Por ello exigen “ ¡La democracia real ya!”. El grito parece contradictorio pues se entona en países donde la “democracia liberal” ha reinado durante muchos años, con elecciones libres que eligen sus gobernantes en fechas indicadas en la Constitución. No obstante las dificultades crecen y se tornan más dramáticas e insoportables. No se trata solamente de cuestiones económicas sino de una crisis que afecta sus existencias por todos los flancos, produciéndoles desazón y angustia.
En España, Francia e Italia, para no hablar de Grecia y Portugal las manifestaciones se agigantan. No han sido convocadas por determinado partido, sino por jóvenes anónimos a través de los medios electrónicos, de facebook, twitter, etc, Están académicamente bien preparados , han estudiado por años y muchos tienen un diploma bajo el brazo. Desvirtuando la tesis de que la educación es el camino del éxito y de un futuro seguro y digno. Pertenecen a diferentes clases sociales. Algo semejante comienza a ocurrir en los EE.UU.
La crisis mundial es tan profunda y vasta que algunos comienzan a preguntarse si no presenciamos el surgimiento de un nuevo sistema social de nombre desconocido, distinto al capitalismo.
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