Hace algunos años leí la trilogía
novelística sobre Nueva York del escritor Paul Auster. A mi manera
de ver, un buen escritor, pero no un gran escritor. Intentaba una
técnica literaria original, que a ratos distraía, pero su prosa no
me pareció sobresaliente. Sin embargo, atraído por la propaganda y
las notas de algunos críticos, compré y leí su última obra
Diario de invierno ( Anagrama. Barcelona. 2012 ). Como su título
lo sugiere, se trata de un diario que se convierte en autobiografía.
Este libro me gusta más que los anteriores.
La primera anotación la hace el autor
sobre algo que le ocurre al personaje que, sin duda, no es otro que
el mismo. Cuando éste tiene seis años. Se despierta y se dirige
con los pies desnudos a la ventana en una mañana en que cae la
nieve, que ya comienza a poner blancas las ramas de los árboles
frente a la ventana de la casa.
“En cierta manera el tema de la autobiografía resulta ser no tanto la vida sino la preparación para la muerte.”
El invierno es el final de las
estaciones. Los pies desnudos es el comienzo de la vida y la casa, el
lugar en que vivirá hasta el final de sus días. Esos días se
sucederán como las lluvias, las hojas secas del otoño, o los copos
de nieve. Igualmente las habitaciones, los edificios o las casas
del campo o de las grandes ciudades. Una característica de esta
novela es que a la par que se señalan los años del personaje,
describe los lugares donde el escritor vive, o mejor, escribe, pues
ésta es su pasión, incluso algo más, su necesidad para existir.
En cierta manera el tema de la
autobiografía resulta ser no tanto la vida sino la preparación para
la muerte. Sabemos que estamos vivos, pero que, quizá, de repente, o
tras una larga agonía, nos hundiremos en la nada. Desde luego que la
cuestión no surge en todas las páginas, pero lo presentimos.
Auster nos prepara para aceptar el
final, Sobre todo con los relatos breves de la muerte del padre,
primero y luego de su madre. Sobre todo cuando cuenta el accidente
automovilístico que lo lleva a él, a su esposa y a su hija, a pocos
metros de la muerte. Luego con sus reflexiones sobre el infarto
cardiaco que sufre a los 50 años, que lo derrumba en medio del dolor
y en la soledad del cuarto. Sin embargo, no vienen acompañadas del
temor a morir. Al contrario, se siente tranquilo y piensa rápidamente
que quizá la muerte no es tan mala como creíamos. Descubre que “cuando a una persona le llega el momento de morir su ser se muda a
otra zona de la conciencia donde es capaz de aceptarla”. Luego
cambia de opinión cuando aullaste de terror, tirado en el suelo,
porque la muerte estaba dentro de ti y no querías morir. Su
entusiasmo por el béisbol a los siete años se convirtió para él “en la cima de la felicidad, lo más grande que podías hacer con tu
cuerpo”.
Después vendrá el momento más
complejo de su vida, el despertar de su sexua-lidad y la de toda su
generación. El constreñimiento en el hogar y sobre todo en la
universidad, en una época muy conservadora en la política y en las
costumbres de los Estados Unidos, luego vendrán las relaciones de
chicos y chicas que se convertirán en el libertinaje del sexo, las
drogas y el alcohol. Sus primeras excursiones en busca de las putas.
Del amor-dinero, pasando por la ardorosa masturbación de
adolescentes. Varios son los episodios que conocemos al respecto,
unos alegres, otros, sombríos. En lugares sórdidos o hermosos,
como en las orillas del Sena, en la ciudad de la Luz y del amor. Y
todo esto en medio de los fracasos matrimoniales, el nacimiento de
los hijos, etc.
Vale la pena mencionar a Sandra, de
“cuerpo majestuoso”, la prostituta inolvidable: hizo de cada
encuentro unas horas de ternura, de cariño, de entrega. Capaz de
acompañar al periodista, al escritor, al profesor, a recitar en la
cama los versos de Baudelaire. “Fue uno de los momentos más
extraordinarios de mi vida, de los más felices, e incluso seguiste
pensando en Sandra cuando regresaste a Nueva York.”
¿Lo que nos dice Auster es lo mismo de
siempre? Creemos encontrar en su relato no otras verdades pero sí un
acento distinto, otro ritmo, otro eco de la misma angustia, otra sed,
otra memoria, un tiempo impulsado por el viento de los años vividos.