Por: José Arizala
Si Spinoza pulía los lentes para ganar el sustento, Erasmo pulía las ideas hasta convertirlas en joyas eternas, en conceptos. Hoy una corriente del pensamiento político, el liberalismo, que ha sobrevivido más de cuatro siglos, se engalana con ellas y las muestra orgulloso al público.
Erasmo nació en el puerto de Rotterdam, atestado de veleros y de mercancías, en 1469. Hijo de padre desconocido (se presume que fue un eminente sacerdote) fue criado y educado por monjes, de una iglesia sectaria y dogmática. Se convirtió en uno de los escritores más famosos de su tiempo, inventores de la tolerancia, de la mutua comprensión intelectual y practicante de la convivencia humana.
Su liberalismo inspirado en Dios, pero centrado en la idea del hombre, contribuyó a diseñar una nueva utopía no muy lejana a la de su amigo Tomás Moro. Siempre que se inicia una nueva época la preside un nuevo sueño, una nueva invocación a la felicidad. En este caso la utopía liberal, la que sueña con la libertad total del individuo, sin constreñimiento del pensamiento por los dogmas y sin las torturas de las inquisiciones.
Después del descubrimiento de la razón en las playas de Jonia y pasado el milenio medieval, en que la luz del sol le llegaba al hombre solo al corazón, el siglo que se inicia con el descubrimiento del continente americano, despierta otra vez a la razón y ésta comienza a erigirse en la “idea conductora” de la civilización. Pero no se trata en sus comienzos de una razón fría sino apasionada. Todavía quedan luces de la mística cristiana, de esa “experiencia” avasalladora que une al hombre con el Dios, de tal manera que lo convierte en “criatura divina”. Erasmo es un precursor de las nuevas corrientes que culminarán, paradójicamente, en la “Diosa Razón”, atea y jacobina, en la Francia post-revolucionaria.
“La religión cristiana, parece estar emparentada, en su conjunto, con una
especie de necedad, no teniendo ninguna relación con la sabiduría”. Erasmo
Erasmo se consagró de sacerdote en 1492, se desligó luego de la orden de los agustinos de la que formaba parte y de su idioma natal, el holandés, para escribir y hablar mejor en latín la lengua universal de entonces. Pronto Europa se vería estremecida por un movimiento intelectual y religioso que rompería la unidad del continente: la Reforma. Su intensidad fue mayor en decibeles que los temblores conocidos. Desencadenó guerras religiosas implacables y conflictos teológicos sobre-humanos.
Dos personajes sobresalieron en esa lucha. Martín Lutero, clérigo alemán. Uno de los combatientes intelectuales más aguerridos que conoce la historia y a nombre del “libre examen” descargó todo el poderío de su inteligencia y capacidad polémica contra la iglesia de Roma, identificando claramente al adversario: el Vaticano, según él, la ciudadela del engaño y del pecado. A su lado, pero distante, un hombre completamente distinto, sabio, conciliador, enemigo del escándalo y de la guerra a muerte, Erasmo de Rotterdam. Pero también incisivo, ajeno al carácter dogmático, a todos los excesos, aún los realizados a nombre de las sagradas escrituras o del trono pontificio. Reformador a su manera, con discreción, y firmeza Por ejemplo, el personaje Stultitia de su libro más famoso El elogio de la locura puede decir cosas como estas: “La religión cristiana, parece estar emparentada, en su conjunto, con una especie de necedad, no teniendo ninguna relación con la sabiduría”. Ante todo la razón, quizá por encima de la fe. En uno de sus Diálogos afirma: “lo que determina las emociones es pasajero, mientras que las decisiones racionales se toman, generalmente, para siempre”. ¡Más santo Tomás que san Agustín!
Al comienzo parecían aliados en la tarea de cambiar las costumbres corruptas y algunos dogmas de la Iglesia romana, pero luego aparecieron las diferencias. Se trataba de dos caracteres incompatibles. “A mí me parece – dice Erasmo- que con una moderación que gane los ánimos se consigue más que con violencia. Así fue como sometió Cristo al mundo”. El enfrentamiento se hizo inevitable. Lutero le replicó y “desenmascaró”: “!Sigue siendo, si te gusta así, lo que tú siempre afirmaste que querías ser: un mero espectador de nuestra tragedia!” Sobra agregar que quien triunfó al imponer la Reforma protestante no fue Erasmo sino Lutero.
Los interesados en el tema pueden leer el ensayo “Erasmo de Rotterdam como precursor de las virtudes liberales”, en el libro La libertad a prueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria de Ralf Dahrendort, editorial Trotta, 2009. También las biografías de Erasmo por J. Huizinga y S. Zweig.
¡muchas gracias por la información! me sirvió muchísimo.
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