jueves, 30 de julio de 2009

Después de Sócrates (VIII)

Por: José Arizala


La muerte de Sócrates había dejado un sabor amargo en los atenienses; un complejo de culpa. ¡Cómo fue posible que en la primera ciudad de la Hélade, un hombre sabio y bueno como Sócrates, haya sido condenado a muerte por sus ideas, castigo a todas luces excesivo e injustificable, impuesto no por un tirano sino por un tribunal popular, votado en el ágora donde se reúne el pueblo para deliberar en libertad y decidir sus destinos!


Los amigos más cercanos y seguidores de Sócrates, tuvieron que huir para escapar de la persecución que se adelantó contra ellos. Al suspenderse el fallo contra los socráticos, estos pudieron regresar de Megara e islas cercanas donde se habían refugiado. ¡Los méritos del filósofo por antonomasia se agigantaron en el tiempo y en el aprecio de los griegos y de todos aquellos que ven en el ejemplo de su vida un camino a seguir y en sus enseñanzas una luz inmortal.


Según Hegel la influencia de Sócrates se debió a un mensaje sencillo y profundo: “crear un conflicto dentro del individuo; el contenido se deja al arbitrio y al capricho de cada cual, pues el principio de la conciencia subjetiva había desplazado al del pensamiento objetivo” ( tomo II p. 100, 1955)



"El envenenamiento de Sócrates es el comienzo de la muerte para la disidencia y la defensa del pensar correcto, el que se conforma a las reglas de la sociedad dada."


Desde entonces, agrego, la conciencia humana está escindida. Dos o más fuerzas luchan dentro de su alma, el bien y el mal, la que genera la verdad y el error, la confianza y la desconfianza, el actuar y el no actuar, el ser o no ser. Lo que representó un primer golpe al poderío de los dioses. Dicho de una manera breve, lo que había aportado Sócrates era el derecho del hombre a pensar por sí mismo.


Quiso que éste encontrara en sí las fuerzas y los medios intelectuales para hacerlo. Para ello convirtió lo bueno en el fin de la conducta humana. En la persecución del bien por su propia cuenta, estaba la clave de la felicidad del hombre y el hallazgo de la verdad. La conjunción de lo bueno y de lo justo en el conocimiento desvela la verdad. Por ello , dice Hegel, Sócrates merecía ser condenado ya que atentaba contra la religión y los dioses de la ciudad a los cuales debía respeto y obediencia. El envenenamiento de Sócrates es el comienzo de la muerte para la disidencia y la defensa del pensar correcto, el que se conforma a las reglas de la sociedad dada.


Varios de sus discípulos comenzaron a escribir Diálogos imitando la conversación de Sócrates. El caso más curioso fue el de Simón, un zapatero a cuyo taller acudía a menudo el filósofo, lo que me recuerda las tertulias políticas en zapaterías y sastrerías en barrios de ciudades colombianas a mediados del siglo pasado, desde luego sin la presencia de personas tan doctas. El más notable de aquellos fue Jenofonte. No incluimos a Platón pues este no fue un simple discípulo sino el fundador de la filosofía más persistente que ha conocido el mundo Occidental: el platonismo. Todavía la mayoría de las personas que nos rodean son platónicas (muchas sin saberlo). Platón, por ejemplo, fue el creador del cielo al que llamó el "topos uranos".


Algunos de los seguidores del filósofo que “solo sé que nada sé”, quisieron ir más allá de él. Lo primero fue hacer caso omiso del rapto de modestia de Sócrates y tratar de comprender sus descubrimientos. Según Hegel, con Sócrates surge el saber . “El universo se eleva al reino del pensamiento consciente y éste se convierte en el objeto. Ya no se pregunta ni se contesta qué es la naturaleza, sino qué es la verdad: la esencia (lo que Sócrates llamaba lo general, que abarca muchas cosas semejantes: árbol, virtud, etc. o sea, el concepto) ahora se determina, no como el ser en sí, sino como lo que es en el conocimiento” Y aquí surge el problema más importante de todos: cuál es la relación entre el pensamiento consciente de sí mismo y la esencia de las cosas, es decir, lo que las cosas son.


En esta etapa los filósofos exploran la relación entre el pensar y el ser , que se convertirá en el problema fundamental de la filosofía. Visto como la relación entre lo general y lo particular, convierte a la filosofía en una ciencia del conocimiento que no va más allá del concepto, pues no posee un contenido concreto, sino solamente pensado. Es la víspera de la aparición de “la” ciencia, la episteme, cuando ésta comienza a determinar el contenido del universo.

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