martes, 1 de marzo de 2011

Viñetas sobre un joven vagabundo



La carretera de Cormac McCarthy (1933) es una de las mejores novelas de los últimos años publicada en los E.E..U.U. de América. Galardonada con el Premio Pulitzer. Es el relato más despiadado que hemos leído sobre ese país, cabeza de la democracia y la prosperidad, tan admirado y discutido por una buena parte del mundo. Se trata de una metáfora que pronostica un final trágico para los E.E.U U.

 En tiempos de realismos maravillosos y dilatada fantasía (sobre todo en las literaturas de países aún no desarrollados), la literatura norteamericana actual ofrece a los lectores obras de intenso realismo. Nos recuerda aquellos libros escritos alrededor de los años treinta del siglo anterior (los de la “gran depresión”), como El camino del tabaco  de Erneskine Caldwell o la trilogía U.S.A. de John Dos Passos, entre otros. Muestran el mundo “tal como es”. Una prosa precisa, donde los objetos y los hombres se entrelazan en medio de una profunda transparencia. Sin ocultar lo malo y lo feo o las causas de disolución de la sociedad humana.


En tiempos de realismos maravilosos y dilatada fantasía (...), la literatura norteamericana ofrece (...) obras de intenso realismo

Atraído por la lectura de La carretera, también llevada recientemente al cine, emprendimos la tarea, no siempre placentera, de leer otra novela del  mismo autor: Hijo de Dios (Random House Mondadori,  Debolsillo, 2009) Escrita más que con pluma o computador, con una cámara cinematográfica. Numerosas secuencias se suceden rápidamente, algunas son tan cortas que no se extienden por más de una página. El joven Lester Ballard, quien es “un hijo de Dios más o menos como tú”, es decir, un individuo cualquiera, presencia la subasta de la propiedad de la familia. En lugar de irse a la  ciudad, en busca de empleo o de estudio, se queda rondando por Frog Mountain. Seguía  los rastros que dejaban los conejos en el bosque, caminaba por los bordes de la carretera entre retazos y latas de cerveza o se extendía en alfombras de hojas secas o  cogía ardillas para asarlas o jugar con ellas. Siempre cargaba un rifle que había comprado con lo ganado en trabajos transitorios y que por ahora  le servía para mejorar la puntería en las ferias, ganando osos de peluche. Sin embargo, dice el autor: “un astro maligno velaba por él”.

Una tarde encuentra un coche a un lado de la carretera. Ve  una pareja , uno encima del otro, un muslo totalmente desnudo y un par de nalgas peludas. Ballard se metió al carro, apagó el radio, pero el motor seguía funcionando sin parar. “!Me cago en la puta! ¡Pero si están muertos!”. Observó los pechos de la chica. Con la punta del pulgar le acarició el pezón. Lo que sigue es realmente espeluznante, digno de un hombre que en vida regresa a los infiernos.

El pene del muerto está embutido en un condón amarillo húmedo. Lester se acuesta sobre el cadáver de la muchacha desnuda y la posee (si es exacta la palabra) frenéticamente y le susurra en su oreja blanca como la cera todo lo excitante que es posible decirle a una mujer. La arrastra a su morada, la desviste y la vuelve a vestir hasta que  las chispas de la chimenea encienden la casucha . Solo encuentra un hueso mordido por el fuego. Más tarde irá a su antiguo hogar  y matará a una joven, hija del nuevo propietario. Destruirá también la casa. Continúa con una serie de asesinatos gratuitos y absurdos, dignos de un loco.

Ocurren otros acontecimientos, entre ellos, McCarthy describe la inundación del pueblo. “Es la peor que jamás he visto, dijo el sheriff. Dicen que en las inundaciones de 1885 el pueblo entero quedó sepultado bajo las aguas. Estaréis de acuerdo conmigo que hay lugares en que el Señor no quería  que nadie viviera ¿no?.  Mi mujer me ha dicho hoy: Es un castigo de Dios”.

(Lester Ballard) “Mientras yacía despierto en medio de la oscuridad de la cueva le pareció oír un silbido como cuando era niño y estaba en la cama a oscuras y oía a su padre volver por la carretera, un gaitero solitario; pero el único sonido era el del riachuelo que fluía a través de la cueva para ir a desembocar, quizá, a mares desconocidos del centro de la tierra”.  Será capturado y ejecutado. El sheriff encontrará en la cueva  siete cadáveres en fila y despojos de un pequeño monstruo que al fin y al cabo “era un hijo de Dios como tú”.           

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