Somos de Occidente, estamos en el lado
opuesto del planeta donde viven los japoneses. Durante siglos hemos
sido diferentes. Diferentes geográficamente. Ellos viven en el mar
del Japón, asentados en centenares de islas. Nosotros entre dos
océanos ( los mayores que existen), aunque en realidad no hay sino
un solo océano y un solo mar, ardiente cuando el sol lo toma de
frente, frío cuando se acerca a los polos , convertido en miles y
miles de toneladas de hielo que ya comienzan a derretirse, una de
cuyas últimas hazañas fue derribar el Titanic y sepultarlo
en el fondo inescrutable del mar; nuestra tierra, en cambio, amplia,
inmensa, fornida, con superficies otrora verdes, a veces más que las
aguas marinas, cuando no blanca con pequeños conos de nieve o de
torpes arenales que la envuelven con su manto gris y desagradable.
Pero la diferencia geográfica no es la más importante. Somos humanamente distintos. Si los miramos serenamente, poco a poco, comprenderemos que se trata de otro pueblo, de otra manera de vivir, de sufrir, de hacer el amor. Lo ideal sería visitarlos, dada la distancia no es fácil, pero existe un puente para llegar a ellos, a su idiosincrasia. Son las historias que relatan sus libros, sus delicados poemas, la lentitud y al mismo tiempo la fuerza de sus pueblos, que sentimos desde la lejanía.
"Kuwakami es una escritora que describe minuciosamente los utensilios, las comidas, las costumbres, de su nación milenaria, en cortos relatos donde el amor florece como las plantas..."
Uno de esos libros verdaderos es
Abandonarse a la pasión , de la escritora japonesa Hiromi
Kawakami ( Barcelona 2011. Acantilado ). Se trata de ocho
relatos “ de amor y desamor” ; o mejor, de uno solo, ocho
momentos de un solo drama de amor. De amor en ocasiones intenso y
violento, en un ámbito para nosotros desconocido y por ello extraño.
“Lluvia fina”, nos coloca en el
camino de lo que vendrá. Este breve relato con que se inicia el
libro, nos entrega una prosa sencilla y clara, en extremo sugerente,
que abre la ventana de nuestra imaginación y de nuestros deseos
ocultos. La autora logra combinar lo objetivo con lo que apenas
podemos presentir, porque lo adivinamos, aunque no seamos plenamente
conscientes de ello. Mezaki y Sakura van por caminos solitarios
mientras cae la llovizna, después de comer los platos típicos del
lugar y beber varias botellas de sake, el sabroso y fuerte licor
japonés. Caminan juntos cogidos de la mano y tropezando sus
caderas. Aunque se han encontrado casualmente, sienten la atracción
de los sexos. Sakura tiene deseos de orinar, se adentra en un
matorral, mientras Mezaki observa interesado los movimientos y ruidos
de la amiga. “’¿Te encuentras bien Sakura , sigues ahí?. Sí
estoy aquí. Sigo aquí. En cuanto la orina salió toda de golpe el
chorro caía encima de las hojas y las mojaba como la lluvia. Te echo
de menos, dijo la voz de Makazi. Yo también te echo de menos,
incluso ahora. El azul oscuro del cielo se había aclarado un poco
más. La lluvia seguía cayendo. Ni más rápida ni más lenta”.
Kuwakami es una
escritora que describe minuciosamente los utensilios, las comidas,
las costumbres, de su nación milenaria, en cortos relatos donde el
amor florece como las plantas de los pequeños jardines de los
templos o de los bordes de las avenidas. El amor surge de pronto en
las parejas, durante el trabajo, en la oficina, en el autobús.
Ciertos amores van adquiriendo una fuerza inmensa, que de caricias
delicadas pueden transformarse en fuentes de dolor-placer, que
nosotros torpemente llamamos sado-masoquistas. Como ocurre en el
cuento “El canto de la tortuga”. Yukio y su amante, que apenas
se conocen, resuelven compartir sus vidas en un pequeño apartamento
donde tienen una pecera en que habita silenciosa una tortuga que, de
repente, lanza un corto chillido, como si fuera consciente de lo que
sus amos hacen y quisiera protestar por ello, principalmente cuando
Yukio le hace daño a su compañera y esta le responde con ese
placer que produce dolor. En ocasiones eran solo palabras de Yukio,
no propiamente groserías o insultos pero sí palabras como éstas
: “No quiero que me arrastres al agujero donde estás. Yo sabía a
que se refería. Si dejaba que lo tocara, Yukio se hundíría
conmigo en el lugar de las cosas inciertas e inacabadas. Le abría
pegado algo de mí, como si sufriera una enfermedad contagiosa. Pero
de pronto se recuperaba y volvía a hacerme el amor brutalmente.”
La tragedia del suicidio se repite en
los relatos. En ellos las víctimas se unen a los mitos de sus
religiones misteriosas, cuando las almas viven por centenares de
años, esperando el rencuentro amoroso. Dos de los más bellos
relatos son : “El pavo real” y “El insecto dios”. El insecto
de bronce que les ayuda a entender que el cuerpo y la mente son
inseparables, una misma cosa.
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