jueves, 3 de mayo de 2012

El chillido de la tortuga


Somos de Occidente, estamos en el lado opuesto del planeta donde viven los japoneses. Durante siglos hemos sido diferentes. Diferentes geográficamente. Ellos viven en el mar del Japón, asentados en centenares de islas. Nosotros entre dos océanos ( los mayores que existen), aunque en realidad no hay sino un solo océano y un solo mar, ardiente cuando el sol lo toma de frente, frío cuando se acerca a los polos , convertido en miles y miles de toneladas de hielo que ya comienzan a derretirse, una de cuyas últimas hazañas fue derribar el Titanic y sepultarlo en el fondo inescrutable del mar; nuestra tierra, en cambio, amplia, inmensa, fornida, con superficies otrora verdes, a veces más que las aguas marinas, cuando no blanca con pequeños conos de nieve o de torpes arenales que la envuelven con su manto gris y desagradable.

Pero la diferencia geográfica no es la más importante. Somos humanamente distintos. Si los miramos serenamente, poco a poco, comprenderemos que se trata de otro pueblo, de otra manera de vivir, de sufrir, de hacer el amor. Lo ideal sería visitarlos, dada la distancia no es fácil, pero existe un puente para llegar a ellos, a su idiosincrasia. Son las historias que relatan sus libros, sus delicados poemas, la lentitud y al mismo tiempo la fuerza de sus pueblos, que sentimos desde la lejanía.

"Kuwakami es una escritora que describe minuciosamente los utensilios, las comidas, las costumbres, de su nación milenaria, en cortos relatos donde el amor florece como las plantas..."  

Uno de esos libros verdaderos es Abandonarse a la pasión , de la escritora japonesa Hiromi Kawakami ( Barcelona 2011. Acantilado ). Se trata de ocho relatos “ de amor y desamor” ; o mejor, de uno solo, ocho momentos de un solo drama de amor. De amor en ocasiones intenso y violento, en un ámbito para nosotros desconocido y por ello extraño.

“Lluvia fina”, nos coloca en el camino de lo que vendrá. Este breve relato con que se inicia el libro, nos entrega una prosa sencilla y clara, en extremo sugerente, que abre la ventana de nuestra imaginación y de nuestros deseos ocultos. La autora logra combinar lo objetivo con lo que apenas podemos presentir, porque lo adivinamos, aunque no seamos plenamente conscientes de ello. Mezaki y Sakura van por caminos solitarios mientras cae la llovizna, después de comer los platos típicos del lugar y beber varias botellas de sake, el sabroso y fuerte licor japonés. Caminan juntos cogidos de la mano y tropezando sus caderas. Aunque se han encontrado casualmente, sienten la atracción de los sexos. Sakura tiene deseos de orinar, se adentra en un matorral, mientras Mezaki observa interesado los movimientos y ruidos de la amiga. “’¿Te encuentras bien Sakura , sigues ahí?. Sí estoy aquí. Sigo aquí. En cuanto la orina salió toda de golpe el chorro caía encima de las hojas y las mojaba como la lluvia. Te echo de menos, dijo la voz de Makazi. Yo también te echo de menos, incluso ahora. El azul oscuro del cielo se había aclarado un poco más. La lluvia seguía cayendo. Ni más rápida ni más lenta”.

Kuwakami es una escritora que describe minuciosamente los utensilios, las comidas, las costumbres, de su nación milenaria, en cortos relatos donde el amor florece como las plantas de los pequeños jardines de los templos o de los bordes de las avenidas. El amor surge de pronto en las parejas, durante el trabajo, en la oficina, en el autobús. Ciertos amores van adquiriendo una fuerza inmensa, que de caricias delicadas pueden transformarse en fuentes de dolor-placer, que nosotros torpemente llamamos sado-masoquistas. Como ocurre en el cuento “El canto de la tortuga”. Yukio y su amante, que apenas se conocen, resuelven compartir sus vidas en un pequeño apartamento donde tienen una pecera en que habita silenciosa una tortuga que, de repente, lanza un corto chillido, como si fuera consciente de lo que sus amos hacen y quisiera protestar por ello, principalmente cuando Yukio le hace daño a su compañera y esta le responde con ese placer que produce dolor. En ocasiones eran solo palabras de Yukio, no propiamente groserías o insultos pero sí palabras como éstas : “No quiero que me arrastres al agujero donde estás. Yo sabía a que se refería. Si dejaba que lo tocara, Yukio se hundíría conmigo en el lugar de las cosas inciertas e inacabadas. Le abría pegado algo de mí, como si sufriera una enfermedad contagiosa. Pero de pronto se recuperaba y volvía a hacerme el amor brutalmente.”

La tragedia del suicidio se repite en los relatos. En ellos las víctimas se unen a los mitos de sus religiones misteriosas, cuando las almas viven por centenares de años, esperando el rencuentro amoroso. Dos de los más bellos relatos son : “El pavo real” y “El insecto dios”. El insecto de bronce que les ayuda a entender que el cuerpo y la mente son inseparables, una misma cosa.

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