El novelista chileno
Jorge Edwards ha escrito recientemente una novela sobre Michel de
Montaigne. Edwards ha publicado también otros libros, entre ellos,
El peso de la noche, El museo de cera, El origen del mundo y El
sueño de la historia. Entre las más conocidas figuran la
Casa de Dostoievski y sus memorias Persona non grata,
por la cual fue expulsado de Cuba cuando era embajador de Chile en
ese país, que atravesaba por la revolución marxista.
Edwards describe a
Montaigne (El Señor de la Montaña) como un precursor de los siglos
ilustrados que vendrán, que se acerca a una sabiduría burguesa,
siguiendo el camino de los clásicos; conoce el latín de Horacio, de
Virgilio y de Séneca. Aprovecha para destacar a escritores en lengua
española: Quevedo, Gracián, Azorín, Ortega y Gasset, Borges, y
sobre todo a Alfonso Reyes, a quien califica como “el poseedor de
la prosa más sólida de todos”. En cuanto a Montaigne elogia su
escritura natural y juguetona, de “ritmo incomparable”, que a
menudo nos hace sonreír con citas y párrafos graciosos.
Recordemos
la historia de la campesina que se emborracha en medio del bosque,
una “viuda joven, rústica, de formas generosas, que al día
siguiente ya no recuerda lo que pasó y quedó embarazada a la orilla
del camino”. La viuda ni corta ni perezosa se apresura a publicar
un aviso que pegó en puertas, en plazas y municipios en los que
aseguraba que contraería matrimonio con la persona que confesara ser
autora del goce. Un joven galán se presentó y reconoció ser el
autor, y formaron una pareja feliz por largos años.
Montaigne vivía en una
alta torre plena de libros que él consultaba diariamente y que
alimentaban su imaginación y las historias que contaba, dejando en
ellas ilustres enseñanzas que todavía leemos con provecho y placer,
estas incluyen cuentos y sobre todo ensayos que atraviesan el camino
de los años; traslada los conflictos de entonces a los problemas
presentes. El libro del chileno no solo es divertido, y abierto al
ingenio de un intelectual francés del siglo XVI; sino que ejecuta un
brillante relato de una época convulsa por las guerras de religión,
principalmente entre católicos y hugonotes; también se refiere a
personajes actuales como el gran poeta chileno Pablo Neruda. Resulta
apasionante el relato de la relación de Montaigne, entre filial y
amorosa, con su “hija de adopción” con quien tiene, sin duda,
encuentros carnales en el silencio y la oscuridad de la noche,
mientras ella cuenta con 22 años, él con más de 30. El chileno ha
agregado una “relación de cama” con Armando de Montaigne, quien
es el hermano menor del autor francés, relación que le sirve a
Edwards para afirmar que el matrimonio y el erotismo transitan por
sendas separadas.
Podemos terminar la
reseña de este libro tan excelentemente escrito con sus reflexiones
finales que describen la melancolía y su preparación para la
muerte.
A pesar de que Edwards,
como ya lo habíamos dicho, tuvo serias diferencias con la revolución
cubana de entonces, termina su libro con un reconocimiento a la
importancia de “la filosofía de Carlos Marx, mostrándola como una
filosofía del futuro, de una revolución que cancela el pasado y
abre el camino al paraíso en la tierra. El problema en la práctica,
se traduce en que la búsqueda del futuro, de las sociedad sin
clases, del paraíso en la tierra, conspira contra el presente hasta
el extremo de transformarlo en un infierno”.
“Montaigne escribe en
medio de una guerra religiosa que no daba tregua, donde las matanzas,
los incendios, las torturas más bestiales eran cosa de todos los
días”. Edwards hace hincapié en que el lenguaje que utiliza
Montaigne no es autoritario, no se presenta como una doctrina
consumada y congelada, por el contrario, era uno de los hombres más
libres de su tiempo y de cualquier tiempo. (La muerte de Montaigne
fue publicada por Tusquets editores. España y México en mayo de
2011).
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