lunes, 5 de enero de 2009

El Último Encuentro... Verdadero

Por: José Arizala

Compré el libro El último encuentro de Sándor Márai del que desconocía casi todo. Ni siquiera quien era su autor. Pero algo me decía que podía ser un buen libro, una buena novela. Tal vez la tira que lo envolvía me ayudó a decidirme: “23 ediciones”, un best-seller. Lo que he logrado averiguar sobre su autor es lo siguiente: Sándor Márai, es un seudónimo, su verdadero nombre es Sándor Grosschmid. Nació en 1900. En Kassa, actualmente Košice, un poblado que pertenecía entonces al imperio austro-húngaro y hoy a Eslovaquia. Se nacionalizó en los Estados Unidos de América en 1952, después de abandonar Hungría en l948, como protesta por la presencia soviética en su país. Escribió poesía, teatro, novela y una autobiografía, Confesiones de un burgués.

 

Al adquirir el libro me pregunté ¿cuál es “el último encuentro”?. El tema de la novela es la amistad, expuesta como un sentimiento profundo, a la altura del amor, sin que lo erótico participe en él, por lo menos conscientemente. Se trata del  re-encuentro de dos amigos.

 

Esta novela vio la luz en 1942. Dicen los actuales editores españoles (2004) que tuvo un éxito inmediato, pero que el autor cayó en el olvido porque el gobierno húngaro no permitió la publicación de sus obras, luego de que saliera de su país. Lo que explicaría el olvido en Hungría, pero no en Europa Occidental. Parece, pre-juzgo, que su obra literaria es desigual.

 

El personaje central de la novela es un General del ejército imperial. Posee una mansión en medio del bosque, todavía poblado de animales de caza, situada en la cordillera de mediana altura de los Cárpatos, que atraviesa parte de Europa Central. El palacete simboliza la sólida aristocracia a la cual el oficial pertenece. Él se siente orgulloso de que en su casa, una noche, su madre haya bailado con el Emperador. Recibe una carta de su amigo Konrád que le anuncia su visita. Este ha sido su camarada de juventud y luego de gran parte de su vida adulta. La mansión en que vive el General con  Krisztina, su bella esposa, ha sido prácticamente el hogar de los tres. Han compartido largas cenas, los bailes, la caza del zorro. Hace 41 años que los dos amigos no se ven.


¿Acaso la decadencia de la vejez no hace superfluo cualquier reclamo o la aclaración de algo que sólo en apariencia se ve oscuro? Los miembros se debilitan, los espíritus se fatigan. “Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”. Sí, todo el cuerpo envejece, menos la vanidad. 


 

Sus vidas han sido muy distintas. Konrád es de origen modesto, adelantó su carrera militar con graves dificultades económicas, que lo hacían depender, en cierta forma, de la fortuna del aristócrata. Mientras que, por su talento, su afición a las buenas lecturas, a la música, muestra su superioridad intelectual sobre su adinerado amigo.

 

            Un día Konrád pide la baja de su regimiento y repentinamente desaparece. Años después el General se entera de que Konrád vive en Londres como empleado de una empresa comercial que lo ha destinado a Malasia. Allí transcurren muchos años de la vida de éste. Gana dinero pero está obligado a vivir en el trópico y a sufrir las incomodidades que conlleva para un habitante centroeuropeo.

 

El General se prepara para recibir gentilmente a su entrañable amigo. La mesa será para dos, pues Krisztina hace años ha muerto. El diálogo entre los antiguos compañeros, llenos de gratos recuerdos comunes, constituye la novela. Una larga conversación, sutil, irónica, poblada de silencios y de reproches velados. El General ha esperado este encuentro, que sin duda será el último. Aunque tiene 75 años, al igual que su colega, no ha querido morirse, no ha podido morir, antes de escuchar las respuestas de Konrád a las preguntas que él ha guardado en su pecho durante 41 años.

       

¿Por qué huyó? ¿Por qué vaciló en el último segundo en disparar su rifle durante la cacería? ¿Por qué, mientras el General averiguaba por la suerte de su amigo y llegaba a la casa de éste por primera vez, entró inesperadamente Krisztina? ¿Esas inquietudes, después de tantos años, tienen alguna utilidad? ¿Acaso la decadencia de la vejez no hace superfluo cualquier reclamo o la aclaración de algo que sólo en apariencia se ve oscuro? Los miembros se debilitan, los espíritus se fatigan. “Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”. Sí, todo el cuerpo envejece, menos la vanidad.

 

Konrád no niega pero tampoco afirma. En ocasiones asiente. Si el General ya no odia, sino que tiene lástima por el desleal, Konrád no se arrepiente. Los dos están pensando en  Krisztina, en su hermosura, en el lecho de amor que ambos disfrutaron en lugares y horas diferentes que, sin saberlo, los unía cada vez más.

 

Discretamente la novela alude a ciertos acontecimientos de la época. Konrád relata el siguiente: Era el año de 1917. Obreros chinos y malayos trabajaban entre las ciénagas y la selva. El mundo estaba en guerra. No había teléfono, ni radio, ni periódicos. Sin noticias del mundo desde hacía semanas. No obstante los obreros interrumpieron el trabajo sin ninguna razón. Cuatro mil de ellos depositaron sus herramientas sobre el suelo y dijeron que ya estaba bien. Empezaron a hacer toda clase de reclamos, entre ellos, derechos sindicales, aumento de salarios, etc. Konrád viaja a Singapur y allí se entera de que había estallado la revolución en Rusia. “Un hombre llamado Lenin había regresado a su país, en un vagón blindado, llevando las ideas bolcheviques en su equipaje”.

 

En 1989, meses antes de que el mundo cambiara de nuevo, Sándor Márai, cansado de vivir, decide efectuar su último y verdadero encuentro: su cita con la muerte. Cuando terminé el libro descubrí que acababa de leerlo por segunda vez.

 

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