lunes, 5 de enero de 2009

Para leer en Navidad


Por José Arizala

          Después del mito del nacimiento del hombre relatado en el Génesis – aquel muñequito de barro que cobra vida al soplo divino- quizá el más famoso del mismo libro sagrado sea el de la Torre de Babel. Contiene elementos interesantes. Recordemos: los habitantes de la llanura de Sinar (no lejos del Eufrates) comenzaron a edificar la ciudad de Babel. Y decidieron construir una torre “cuya cúspide llegue al cielo”. Por razones que no explica la Biblia, Dios resuelve impedir la realización del proyecto humano, pero no utiliza su enorme poder destructor como en el caso de Sodoma y Gomorra, sino que prefiere métodos pacíficos, como el de confundir a los hombres, hasta el punto que ni ellos mismos se den cuenta de los designios divinos.

 

            “Tenían entonces toda la tierra un solo lenguaje y unas solas palabras” . Y Dios se propuso:”Confundamos allí su lengua para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra y dejaron de edificar la ciudad”. Más tarde esos pueblos, los caldeos, sumerios y asirios construyeron ciudades fabulosas como Nínive y Babilonia, hoy en tierra de Irak, cuna de la civilización. ¿ Qué hubiera ocurrido si  conserváramos  una sola lengua? Los pueblos aunque diferentes, porque hemos vivido en la selva o en el desierto, cerca de los volcanes o del mar ¿estaríamos unidos, conformaríamos la humanidad ?


 "Pasaron siglos y siglos, dolorosos y sangrientos, para que los hombres comprendieran que deberían regresar a la palabra común, al pensamiento amistoso y fraterno. Pero que ello no se lograría construyendo una torre por encima de las casas urbanas, sino sembrando un árbol. "

 

            Hablar un solo idioma habría ciertamente unido a los hombres y hecho extraordinariamente poderosos, pues acumularían la experiencia y la sabiduría de todas las generaciones, enriqueciendo a la especie humana y a cada uno de sus miembros: Formarían parte de un solo cuerpo  que se extendería por toda la tierra, como la piel de una criatura cuyos millones de poros observarían todas las señales del universo, permitido escuchar las voces y mandamientos con que se comenzaron a hilar los relatos de la historia.

 

             Pero lo más interesante del mito de Babel no es el intento de construir esa escalera al cielo, acomodando piedras y ladrillos más allá de las nubes y de las tempestades, dirigida por arquitectos geniales; leyenda con que los antiquísimos rabinos quisieron censurar la desbocada ambición humana, sino el fracaso de la descomunal empresa y las funestas consecuencias que se derivaron  de la confusión de las lenguas.

 

             La dispersión de las lenguas conjuntamente con la de los hombres, constituyó una verdadera catástrofe que ocasionó a la familia humana padecimientos enormes. La más dramática de todas: los hombres dejaron de entenderse los unos a los otros. La sociedad se fracturó en mil pedazos, pero también se quebró el interior de cada uno de sus integrantes, apareciendo los polos humanos. Unos miraron hacia el Norte, otros al Sur, cada uno reivindicaba una dirección distinta de los puntos cardinales. Así se inició la gran diáspora humana. Dejaron de sentir como propios su hogar, su río y su montaña, ascendieron a otros picos, verdes, grises, helados o dorados por el sol. Anhelaban ir más allá de la vista. La tierra que era virgen e incontaminada comenzó a sentir la planta humana, más cruel y violenta que la de otros animales.

 

            La falta de comunicación entre ellos creó la desconfianza, el recelo y la traición. La amistad, la solidaridad se rompió ante la amenaza del otro. No faltó el primero que gritó ¡Patria!, el que dibujó un círculo sobre la tierra común y reclamó su propiedad sobre ella., al igual que sobre el agua cercana y hasta de un trozo de cielo azul. La palabra que unió ahora dividía. Hubo una mezcla de palabras: tranquilas, frías, sabias, voluptuosas, hirientes. La palabra se trocó en moneda del pensamiento, franca o falsa, legal o mentirosa, que enriquece o empobrece la vida o la conciencia.

 

             Pasaron siglos y siglos, dolorosos y sangrientos, para que los hombres comprendieran que deberían regresar a la palabra común, al pensamiento amistoso y fraterno. Pero que ello no se lograría construyendo una torre por encima de las casas urbanas, sino sembrando un árbol. Comprendieron que sus aliados de toda la vida no han sido las losas de piedra sino las plantas, seres vivos que surgen impetuosas de la tierra y se dirigen naturalmente hacia el sol. Un árbol que nos ofrezca sombra a todos, con flores y frutos. Convertir la palabra Torre en la palabra Árbol, con profundas raíces en la tierra.


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