Por: José Arizala
Un día de 1966 me encontré con el escritor Eduardo Mendoza Varela, entonces director del Suplemento Literario de El Tiempo. Le conté que viajaba a la Unión Soviética y que habían aprobado mi solicitud de conocer a Akademikogord (la Ciudad Académica), en Siberia Occidental. Me solicitó que escribiera a mi regreso un artículo sobre esa ciudad para su periódico. Lo titulé La luz más intensa de la tierra y fue publicado con gran despliegue. El presidente Carlos Lleras Restrepo me dijo en una ocasión que la lectura de mi artículo había influido en su decisión de reanudar relaciones diplomáticas con la URSS.
El recuerdo de este episodio, uno de los más interesantes de mi vida, ha regresado al leer la noticia de que el experimento más importante de la historia de la ciencia, se ha iniciado a 100 metros de profundidad, entre la frontera de Francia y Suiza. En un túnel de 27 kilómetros de circunferencia, el 10 de septiembre de 2008, haces de electrones a velocidades fantásticas chocan entre sí, buscando liberar la última partícula de la materia, que se esconde en el infinitesimal universo atómico para saber cómo y por qué surgió el cosmos, hacia dónde se dirige y si la mayor conflagración de los siglos pasados y futuros, ocurrirá.
Éste, desde luego, no ha sido el primer paso de las grandes potencias para averiguar el secreto del universo. Con anterioridad muchos científicos de diversos países se propusieron descifrar el enigma de los enigmas: si la materia tiene fuerza suficiente para autocrearse en el espacio o si necesitó para existir el poder creador de Dios.
Mi viaje fue en verano, pues para un colombiano, aunque viva a 2.600 metros más cerca de las estrellas, un invierno siberiano podría resultar calamitoso. Salí del aeropuerto Dameodovo de Moscú, para los aviones que vuelan al interior del inmenso país, en un TU-104, el equivalente ruso del DC-3 norteamericano. (Los bombarderos rusos que han aterrizado recientemente en la Venezuela de Hugo Chávez y sobrevolado las agitadas aguas del Caribe, son TU-160).
“ Si encontramos la verdad del cosmos seremos, quizá, cada día más libres, dependeremos para el conocimiento solo de nuestro propio esfuerzo intelectual (...) lo que catapultará la confianza, la esperanza y el poder del hombre en un mundo sin límites, donde todo lo bueno y lo bello sea posible.”
La Académica es una ciudad única (que yo sepa) en el mapamundi. No hay talleres, ni fábricas, ni negocios. Solo l7 Institutos científicos y una universidad. Todos sus habitantes (con excepción de los que ejecutan los servicios) están dedicados al estudio y a la experimentación, a elaborar teorías y a avanzar en las fronteras del conocimiento. Cuando se disolvió la Unión Soviética (1991) ya habían 25 Institutos y probablemente han aumentado. Siberia sigue siendo parte de Rusia, país que reclama de nuevo su lugar en el escenario del mundo.
“Los intereses de la ciencia – me dice el académico Andrei Budker, Director del Instituto de Física Nuclear de la Academia de Ciencias de Siberia – exigen que se creen aceleradores (de partículas atómicas) cada vez más poderosos. Propusimos un método completamente nuevo: crear artificialmente átomos de “anti-materia” para hacerlos chocar con los terrestres. Es decir, lanzar átomos de signo atómico opuesto (...) que avanzan a grandes velocidades en dirección contraria, para que choquen entre sí (...). Unos jóvenes científicos que manipulan este aparato, me mostraron la verdadera entraña de la materia. No podríamos describirla de otra manera: es una luz potentísima entre azul y blanca, la luz más profunda que pueda verse, la más intensa luz de la tierra” (Protagonistas de nuestro tiempo, 1995 p. 61).
Quienes concibieron la teoría del big-bang (la gran explosión) calculan que hace l3.000 o l5.000 millones de años, una pequeña masa no mayor al tamaño de un huevo de gallina, que condensaba toda la energía posible, estalló repentinamente como producto de la tremenda presión a que estaba sometida y en pocos segundos se formó el universo. Esta hipótesis plantea diversas preguntas que seguramente ya se han formulado los físicos y cosmólogos: ¿Antes de ese huevo super-cargado de energía, qué existía? ¿El espacio se habría reducido tanto que solo rodeaba a este pequeño núcleo de materia? ¿El desplazamiento “al rojo”, o sea, la expansión continua y acelerada del universo, conduce a su dispersión total y a su muerte térmica? ¿Llegará el instante en que se inicie un proceso inverso y otra vez busque la unidad, es decir, su cohesión total? ¿En qué medida el ser humano, concreto, Usted o yo, de hoy o de mañana, se beneficiará con este gasto de más de 5.000 millones de dólares que ha pagado por dichas instalaciones la Organización Europea para la Investigación Nuclear?
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